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GP de Mónaco F1 2017: El azar no afecta a Ferrari

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José Miguel Vinuesa
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29 Mayo 2017 - 16:13

Era un sol radiante que bañaba con un calor casi veraniego cada rincón. Era el olor a sal que venía del puerto, mezclado con el almizcle de perfumes y caros licores de los yates. Eran las sombras de los árboles que invadían el trazado creando lagunas oscuras y fogonazos de luz durante el recorrido, edificios que parecían precipitarse sobre el asfalto. Era el decorado más sublime para celebrar un espectáculo de velocidad en la tortuosidad de un trazado imposible, encastrado en mitad de una ciudad que es el teatro del automovilismo. Era, es, el Gran Premio de Mónaco, irreductible al paso del tiempo. 

En ese delicioso anacronismo en el que puede suceder cualquier cosa mientras la carrera siempre parece congelada y carente de actividad, se iba a dirimir un nuevo duelo entre Ferrari y Mercedes, entre Sebastian Vettel y Lewis Hamilton, que podía igualar el número de poles de Mr. Mónaco, es decir, Ayrton Senna.

Y el jueves, porque a Mónaco siguen sin poder quitarle sus filias y sus fobias, realmente Hamilton comenzó con mano de hierro, con un mejor tiempo –1'13''425–, que se convertía de inmediato en el más rápido en toda la historia del circuito monegasco. Pero en un trazado que evoluciona como ningún otro del calendario a lo largo del fin de semana, la primera sesión es siempre poco indicativa. Sólo hay que no estrellarse, recordar las trampas que en cada metro expone la pista, y tomar confianza. Y Hamilton la mostró toda, con Vettel a sólo dos décimas, claro.

En la sesión de la tarde, sin embargo, con temperaturas más altas que la de una media mañana primaveral, el W08 sufrió. Siempre hay un componente de ocultar el rendimiento, pero mientras Vettel hacía añicos el breve récord de Hamilton –1'12''720, único en bajar a doces, con Kimi Räikkönen a medio segundo–, los Mercedes se iban a mitad de la parrilla, a unos extraños 1'1 segundos de la punta de lanza italiana.

Los neumáticos no trabajaban en el cada vez menos urbano asfalto de Mónaco, el agarre inexistente, la confianza esfumándose, especialmente para Hamilton. Pero si el británico perdía la confianza, Lance Stroll se daba de bruces con la realidad de un circuito que no perdona, y como otros ilustres y no tanto en el pasado, se estrelló en la curva de Massenet para acabar su periplo en el Casino. Por suerte, era jueves, también para un Jenson Button que, sustituyendo a Fernando Alonso, se perdía la primera media hora por comprobaciones en el MCL32. Era jueves. Había tiempo.

Salvo que el sábado, a ese McLaren le habían tenido que cambiar el turbo y la MGU-H, por lo que la participación estrella de Button cargaba ahora con quince puestos de penalización. Al otro lado del mundo, en Indianápolis, el legítimo ocupante de ese asiento sentiría un alivio por librarse de esa tortura –aunque en la noche del domingo, la pesadilla acabara por encontrarle, de nuevo–. La importante tercera sesión de libres, en la que hay que ser absolutamente limpio para no condicionar la participación en la clasificación, volvió a dejar a los Ferrari al mando, con Valtteri Bottas cerca, pero con Hamilton dando muestras de fatiga en la búsqueda de respuestas a por qué su normalmente dócil Mercedes se sentía pesado e indomable, sin posibilidad de lanzarlo con confianza, sin posibilidad de acelerar pronto.

Peor aún, los Red Bull se dibujaban como una amenaza seria para los coches plateados, con tiempos muy competitivos en los entrenamientos, al igual que Toro Rosso. El resto, quien más quien menos, sufría: Williams, directamente ausentes, o Renault, imprecisos en un lugar que regala oportunidades, o Force India, sin un paso definido y con el agravante de un Esteban Ocon que impactaba con las protecciones interiores a la salida de la Piscina, triángulos rotos, y directo al guardarrail frontalmente: trabajo para los mecánicos a contrarreloj.

La clasificación preocupaba a Hamilton. No estaba a gusto con el coche, mientras que Bottas mantenía, al menos, la compostura, aunque sufriendo. No, no era un clamoroso Singapur 2015, pero se acercaba a esa situación impotente en la que, hagas lo que hagas en el coche, nada da resultados. Mientras tanto, la Scuderia tenía todo bajo control, con su coche de batalla corta tan ágil en el intestino recorrido entre viviendas, rápido, seguro. Cómodo, en definitiva, para sus dos pilotos, que no tenían que esperar nada del azar: su resultado dependía sólo de ellos.

Y en la segunda vuelta de la primera sesión de clasificación, los Ferrari ya estaban rodando en tiempos de 1'13'' bajos, marcando su territorio, aunque luego fuesen superados por un inspirado Max Verstappen. Las distancias se hacían por fin cortas en el Principado, comenzando el juego casi de seducción entre los participantes: en ocho décimas, quince pilotos. Los veinte, en 2 segundos. Las sonrisas para Stoffel Vandoorne, sexto, y para Button, 11º. Para Carlos Sainz, firme, séptimo, pese a encontrarse de frente a Romain Grosjean en Mirabeau, tras un trompo del que salió circulando en dirección contraria. La preocupación para Hamilton, décimo, y ese maldito número 77 a su lado en quinto lugar.

En el filtrado de monoplazas de la segunda sesión de clasificación, el castillo de naipes de Hamilton se desmoronó. En el primer intento, un brutal sobreviraje en Massenet le tenía ya en el muro, pero el tricampeón, entre calidad de pilotaje y un punto de suerte, salió indemne del trance, con su gesto de preocupación evidente: eso estuvo cerca. Muy cerca. Es lo que ocurre cuando un coche que no funciona quiere llevarse al nivel al que el piloto está acostumbrado. Había que encontrar agarre, pero no iba a llegar.

De hecho, en el segundo intento, a la salida del Casino, una nueva corrección antes del tradicional bache hacia Mirabeau. El W08 se estaba poniendo insoportable, pero sobre todo, no le había dejado lograr un tiempo. Y en Mónaco eso es jugar con la fortuna, que al inglés le fue esquiva: Vandoorne, que había logrado otro impresionante séptimo lugar, cometía el mismo error que Ocon en los terceros libres y el resultado fue la destrucción en un día para brillar. Justo detrás, asfixiado pero entrando entre los diez primeros, venía Hamilton. Tabac y una bandera amarilla: un gesto de rabia en el monoplaza, y eliminado. El británico, 14º en Mónaco. Ya en el box, no salía del habitáculo, analizando cada dato, cada cifra, cada milésima perdida. Y la impotencia de no tener nada con que encontrarlas.

Mientras tanto, apareció un soberbio Räikkönen, que ya el jueves besaba los guardarraíles, que venía tomando con seguridad la medida a estos anchos coches en este trazado. El finés era rápido con cualquier neumático en cualquier vuelta. Ese momento de gracia tan necesario en el Principado. Y se colocó primero, avisando para una tercera sesión de sólo nueve participantes, lo que era un ligero alivio de tráfico.

Pero a los Ferrari el tráfico les daba igual. Mónaco era suyo y Räikkönen lo demostró con un tiempo de 1'12''296 en su primer intento, que le habría dado el cuarto lugar si no hubiera vuelto a intentarlo. Vettel no tuvo un buen primer intento, con un 1'13'''002: había mucho tiempo que recuperar, mientras Daniel Ricciardo sacaba a relucir su pilotaje fino y se colocaba segundo, pero lejos de Räikkönen.

Cuando el Ferrari número siete volvió a la pista, el espectáculo fue terrible. Casi lo pierde en Santa Devota, casi lo pierde en Portier y una última corrección a la salida de la siempre resbaladiza Rascasse. Y con todo, daba igual, porque era mejorable, pero insuperable para el resto: 1'12''178. Pole position para un Räikkönen inspirado, rápido, vibrante. Por detrás, Vettel, cerca, muy cerca, algo pasado en Loews y a sólo 0'043 segundos de diferencia. Demasiado para lo que podría haber hecho, demasiado poco para la tensión con la que afrontó su definitiva vuelta. Por su parte, Bottas sacó una vuelta perfecta para amenazar seriamente a los Ferrari, a sólo 0'045 de la pole. En un día en el que el Mercedes sufría, la prestación del finlandés fue remarcable.

Lejos, los demás. Los RB13 de Verstappen y Ricciardo, el impresionante sexto puesto de Sainz, rápido y preciso todo el fin de semana, aunque casi a un segundo de diferencia. Sergio Pérez, un valor seguro colocando al VJM10 en un lugar que no parecía ser suyo durante el fin de semana o un Grosjean que, pese a varios errores, se ponía octavo. Cerrando la tabla, los McLaren, por primera vez los dos en esta última sesión, pero con Vandoorne en el garaje y con Button lejos y penalizado. Y el pensamiento en el aire de que Alonso estaba en Estados Unidos en el día en que el McLaren tenía algo que decir, pese a la sempiterna ausencia de fiabilidad.

El domingo llegaría la hora del arte de dejarse ver en las calles de Mónaco con una carrera como excusa perfecta para demostrar que se es alguien en este mundo. Invitado especial en uno de los eventos mundiales de mayor relevancia. Si alguien se lo dijera a Anthony Noghès en 1929, cuando tuvo que pelear con uñas y dientes con la AIACR, la FIA de entonces, seguramente se mostraría complacido pero a la vez sorprendido. Mónaco, con todo, sólo quería ser una carrera más en el calendario, como la de Niza, como la de San Remo, como otras que poblaban la Costa Azul. Y ahora Mónaco es el lugar en el que hay que estar, sea a pie, sea tras un volante.

Räikkönen caminaba con el casco por la parrilla, desde la última posición hasta el primer puesto. Un paseo de alfombra roja al que es el más rápido en Mónaco, sin pararse a mirar a los que salían por detrás. El finlandés que parece estar siempre en la cuerda floja, gritando en silencio que todavía tenía la capacidad de maravillar al mundo, si ese maldito eje delantero le dejaba, claro. Ya en el coche, la vuelta de calentamiento, las cabezas de la gente en los balcones, el Martini en el café del Hotel de París, el oscuro frescor del túnel, la efervescente actividad de los yates. Mónaco en todo su esplendor, a la espera del momento de una salida crucial, que Button vería desde el carril de boxes mientras charlaba animosamente con Alonso.

La vista puesta en Santa Devota, allí, tras las sombras de los pinos de copa alta que acabarían cubriendo toda la curva de meta. Los semáforos apagados y en esos escasos doscientos metros, Räikkönen líder, perfecto en la salida mientras Vettel, en el lado sucio, veía asomarse tímidamente al Mercedes de Bottas, que no iba a hipotecar su carrera en la primera curva. Todo en orden en el embudo, con Hamilton ganando una posición para ser 12º. Y en Loews –o Grand Hotel en los tiempos modernos–, un ligero toque entre Pérez y Sainz, que mantenía su flamante sexto lugar. Y esa imagen icónica de un atasco de ilustres monoplazas.

Räikkönen marcaba el paso y Bottas se empezaba a descolgar enseguida, mientras que Vettel, al acecho en su segunda posición, se dejó caer tras un inicio incisivo hasta los dos segundos, a la espera de acontecimientos, reservando sus ultrablandos para cuando pudieran hacer falta, sabedor de que había perdido la pole, pero que el ritmo de carrera era suyo. Sólo había que esperar la oportunidad. Con la carrera estable, como suele ocurrir en el Principado, las noticias fueron que Nico Hülkenberg tuvo que retirarse en la vuelta 16 con la caja de cambios rota, lo que hizo mutar el olor a champagne por el de aceite de competición desde el Casino hasta Portier. Esos indecentes coches de carreras intentando estropear la fiesta en los balcones, ¡qué grosería!. Y Pérez que, aunque intentó resistir, tuvo que cambiar definitivamente su alerón delantero, descolgado.

Mientras tanto, y gracias a ello, Hamilton ya estaba en los puntos, décimo, y acercándose a Daniil Kvyat. El inglés había dado un mensaje por radio, el de conservar el motor, enigmática decisión que parecía tener que ver con una retirada en caso de estar en zona de nadie. Pero en Montecarlo rara vez se está en zona de nadie, porque por pequeña que sea siempre hay una oportunidad. Claro, que el agarre del Mercedes ni estaba ni se le esperaba, todo el fin de semana de vacaciones en el lugar de la buena vida. 

Por un momento, hubo una posibilidad para Bottas. En la vuelta 26, los doblados, Button y Pascal Wehrlein, complicaron la vida a los Ferrari, especialmente a Raïkkönen. De siete segundos, a sólo 1'6 en cinco vueltas. Había una oportunidad de revolucionar la carrera, pero si Mercedes hubiese optado por cambiar neumáticos, Bottas hubiera salido en mitad del tráfico, y eso no hubiera preocupado a Ferrari. No había, en realidad, más opción que esperar, y ver cómo los Ferrari se fueron perdiendo en la lejanía de nuevo rápidamente, mientras en los retrovisores plateados Max Verstappen se hacía enorme. Y Red Bull fue la que decidió acabar con el tedio procesional de la carrera, llamando al holandés a cambiar neumáticos en la vuelta 33.

Mercedes estaba entre la espada y la pared, literalmente. Verstappen acababa de entrar, y justo detrás de Bottas estaba Ricciardo. Si no se cubría el movimiento del holandés, este acabaría pasando delante. Si se hacía, Ricciardo era un as con el que jugar. Mercedes apostó por lo obvio, y llamó a Bottas en la vuelta 34, que salió justo por delante del RB13 del holandés. Ahora había que confiar en la ausencia de tráfico y en que el monoplaza número 3 no tuviera un gran ritmo, pero lo tenía, porque empezó a marcar las vueltas rápidas de la carrera. El tercer escalón del podio se acababa de perder.

Mientras los demás hacían sus movimientos, Ferrari seguía en un cómodo liderazgo, sin nadie a quien cubrir ni a quien atacar, salvo ellos mismos. Pero en la vuelta 35, se abrió un espacio sin tráfico para Räikkönen si entraba a cambiar neumáticos y la Scuderia llamó al líder. En realidad, había dos problemas con este acto: el primero, que no había tráfico en la misma vuelta, pero sí doblados, Button y Wehrlein de nuevo, que fueron una ligera molestia para Räikkönen. El segundo, que Vettel estaba liberado, tras acercarse en las vueltas anteriores a su compañero de equipo.

Y liberado, estalló la tormenta de velocidad y precisión que convierte a un piloto de gran nivel en un circuito como Mónaco en uno de los espectáculos automovilísticos más preciosos que contemplar. Vuelta rápida tras vuelta rápida, pasando a milímetros de las protecciones, mordiendo los pianos. Räikkönen acababa de perder la carrera, especialmente por una cuestión de ritmo más que de estrategia. Por supuesto, de haber entrado a boxes tras Vettel, la situación hubiera sido muy distinta, pero la llamada de la Scuderia, pese a miradas suspicaces, no era autodestructiva para el líder de la carrera a priori. Luego, con todos los ingredientes juntos, fue sin duda un desastre para el finlandés, pero un triunfo para Vettel en clave de Campeonato. Con Hamilton sufriendo, con un Mundial que carrera a carrera se decide por pequeños detalles, este regalo de Mercedes era imperdonable rechazarlo.

Así que, mientras Ricciardo confirmaba su posición de podio tras pasar por los boxes en la vuelta 39, en la siguiente era Vettel el que entraba a realizar su única parada. En realidad, su liderato en la distancia era escaso, porque con Kimi desembarazado de los doblados –se apartaron pronto-, había aumentado su ritmo notablemente, aunque incapaz, con ruedas nuevas, de contrarrestar a los ultrablandos gastados de Vettel. El alemán enfiló la salida de boxes, y llegando a Ste. Devote vio a su izquierda el Ferrari. Aplastó el acelerador. Era líder, con el cielo azul esperándole al final de la subida de Beau Rivage. Detrás, Räikkönen veía un alerón trasero que no debía haber estado ahí, y que inmediatamente se hizo pequeño. El ritmo del alemán, demoledor, era de casi un segundo por vuelta más rápido que el del finlandés. Vettel entregó la pole, pero no la carrera. Era, sencillamente, el mejor en las calles de Mónaco.

Su rival por el Campeonato, trabajando duro en un día difícil, abandonó los boxes en la vuelta 47 en un impresionante séptimo lugar, desde el 13º inicial. Una labor sorda, pero que se debe esperar en un campeón del mundo, esto es, la de hacer todo lo posible para minimizar las pérdidas en un fin de semana cuesta arriba, con un coche incomprensible, a la espera de nuevas carreras en un campeonato largo en el que los fallos de Vettel tendrán que llegar. Desesperarse hubiera sido lo fácil, pero mantener la cabeza fría y extraer lo máximo del material disponible, lo que se esperaba de Hamilton.

Era una carrera tranquila hasta que, en la vuelta 60, Button vio un hueco escaso dejado por Wehrlein en Portier. Demasiado escaso, e intento muy tardío del inglés, que acabó con el alemán a dos ruedas contra las barreras que en 1988 hizo famosas Ayrton Senna. Por fortuna, todo ocurrió a baja velocidad y no hubo que lamentar más que el abandono de ambos, con una sanción para Button de tres posiciones en parrilla para la próxima carrera y dos puntos perdidos en la licencia, que difícilmente tendrá que cumplir. El coche de seguridad se hizo necesario, y eso juntó a todos, en un típico final apretado en el circuito urbano.

No para Marcus Ericsson, que desdoblándose del grupo en meta, frenó para Santa Devota y no encontró ni frenos ni agarre en unos neumáticos a temperatura glacial. El choque fue inevitable, con una sensación entre lo cómico y lo vergonzante. Era la vuelta 65. Dos después, la carrera se relanzó, y en una complicada primera curva que veía a su asfalto desgarrarse, Daniel Ricciardo entró pasado defendiéndose de Bottas. Besó las vallas, y el finlandés se lanzó al ataque en la subida, con el australiano en estado de conmoción por el error, pero salvando la situación, lo que no logró evitar Vandoorne, que sí que rindió sus ofrendas a la patrona del Principado y acabó allí su buena carrera. 

Vettel se escapó de nuevo y Räikkönen con él. Ambos sin presiones externas, que eran las que tenían Pérez en un intento de adelantamiento a Kvyat en La Rascasse que acabó con la carrera del ruso, con el mexicano recibiendo 10 segundos de penalización y finiquitando sus posibilidades de puntuar en una carrera de altibajos, pese a la vuelta rápida final. Mientras tanto, Sainz soportaba sin demasiadas dificultades la ofensiva de Hamilton. Con estos coches más anchos, adelantar en Mónaco era todavía más una quimera, y el español se hizo con una sexta posición que dice mucho de él, de su pilotaje, de su gestión de la presión y la concentración, y de su precisión en el circuito que la exige toda en cada vuelta.

Vettel cruzó la línea de meta para acabar con 16 años de sequía para Ferrari en Montecarlo. Es una rareza escuchar las bocinas de los yates sonar por ver ganar a la Scuderia en el Principado, pero es sintomático del estado de gracia en que se encuentra el equipo. En la época dorada con Schumacher, con el mejor coche, muchas veces sufrían en el circuito urbano. No este año, con un doblete espectacular, aunque agridulce en el segundo piloto.

Räikkönen, siempre serio, estaba especialmente turbado al bajarse del coche, con un lenguaje corporal de auténtico enfado, sin participar en la alegría del equipo, y con miradas muy serias. No era sólo la decepción de la derrota: en su fuero interno, la estrategia de su equipo le ardía, y a buen seguro hubo palabras muy serias en la reunión posterior. Pero también había sido derrotado con virulencia por su compañero de equipo, tras ser el hombre de la pole. Eso duele, y aun así, este Räikkönen trae al recuerdo algunos destellos de ese piloto emocionante que un día fue, lo cual es siempre agradable y muy positivo para el equipo. Vettel, por su parte, era todo alegría. Son ya 25 puntos, una carrera entera, lo que el alemán aventaja a un cariacontecido Hamilton y Ferrari toma el liderazgo en el apartado de constructores. Las posiciones empiezan a definirse, y ahora mismo –quién lo diría– Ferrari tiene el mejor coche por un exiguo margen. La balanza oscilará de nuevo, pero eso será ya en un lugar alejado del pintoresco enclave de la Costa Azul. Y no lo hará por azar.

5 comentarios
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Snooze u lose
29 Mayo 2017 - 20:41
Y la verdad concluye con esto " Y liberado, estalló la tormenta de velocidad y precisión que convierte a un piloto de gran nivel en un circuito como Mónaco en uno de los espectáculos automovilísticos más preciosos que contemplar. Vuelta rápida tras vuelta rápida, pasando a milímetros de las protecciones, mordiendo los pianos. Räikkönen acababa de perder la carrera". muy buena lectura.
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Rey
29 Mayo 2017 - 20:28
#3 Felicitaciones al menos algo serio que leer en esta página aunque en honor a la verdad JMV casi sie ... Ver comentario
Claro está estos artículos no son los que generan post, los buenos son los que hablan de épico, leyenda, mágico y demás.
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Rey
29 Mayo 2017 - 20:23
Felicitaciones al menos algo serio que leer en esta página aunque en honor a la verdad JMV casi siempre se desmarca del fanatismo interno.
29 Mayo 2017 - 20:02
¡GRANDIOSO! Saludos JMV.
Mend
29 Mayo 2017 - 19:14
Buen articulo donde reluce la verdad ( en la vuelta 35, se abrió un espacio sin tráfico para Räikkönen si entraba a cambiar neumáticos y la Scuderia llamó al líder. En realidad, había dos problemas con este acto: el primero, que no había tráfico en la misma vuelta, pero sí doblados, Button y Wehrlein de nuevo, que fueron una ligera molestia para Räikkönen. El segundo, que Vettel estaba liberado, tras acercarse en las vueltas anteriores a su compañero de equipo. ) Y quiero hacer incapie de que yo apoyo esta esta estrategia hubiese sido el piloto que fuera si el mundial de pilotos esta en juego .
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