La guerra de los mundos
Tiene gracia. El presente de McLaren-Honda se escribió hace ciento diecinueve años a apenas dos kilómetros de donde está acaeciendo hoy. Esa es la distancia que separa el número 141 de Maybury Road del rimbombante MTC de McLaren. Una noche de hace 119 años, el escritor H.G. Wells, consumado ciclista, imaginó lo que pasaría si una fuerza venida del exterior llegase a su entorno y lo transformase de manera masiva. Plasmó sus pensamientos en la novela 'La guerra de los mundos' y esto es justo lo que ha ocurrido en Woking con el advenimiento de Honda.
La que nos va a caer encima
Va a ser toda una debacle. Garantizado. De hecho ya está empezando. Lo de los coches, los de calle, va a ser una de las meriendas de negros más heavy de toda la historia del capitalismo. A actual status con una treintena de fabricantes de coches que hay en el mundo, de los grandes y de ámbito plurinacional, malamente le queda una década… si es que llega. En unos años quedarán cinco o puede que seis, a lo sumo. Y esto va a tener unas consecuencias brutales en el deporte que mejor les representa, pero también de oportunidades.
¿Por qué 'somos' de un equipo?
Dicen los más espabilaos que el ingeniero último del universo fue muy listo y nos puso por encima de todo la cabeza, el cerebro, la CPU que rige ideas, pareceres y entendederas. Es por eso que a veces nuestra mente, el que la tenga, pone freno a los desmanes que nuestra pasión comete. El problema es que encontrar el equilibrio entre lo que dicta el corazón con lo que nuestras meninges emanan a veces es complicado, y en esto de entregar nuestro querer no hay regla que valga. El rojo nos llama como el capote al toro y es Ferrari la que desata las mayores pasiones en la Fórmula 1. Los británicos, de sangre más tibia, beben los vientos por McLaren y Williams, y de manera puntual se calientan con algún tercero como cuando Brawn GP vendió 130.000 gorras en tres días. En Suiza es muy complicado ser de Sauber porque las carreras están prohibidas y sus coches malamente pueden ni siquiera rodar legalmente por las calles de Zúrich. Los franceses se matan por Renault y obviamente sacan pecho cada vez que un rombo cruza la meta aunque el D’artañán que lleve al volante sea de otras latitudes, pero cada cual es muy dueño de querer o desquerer a quien le plazca.
Maserati