¿Está Charles Leclerc preparado para ser campeón?

No es la primera vez que, formulada así o de otra forma, me proponen la cuestión. De hecho, es una pregunta que se hacen muchos tifosi. Por mi mente han pasado diversos artículos italianos en los que periodistas o entrevistados se hacen la misma pregunta y concluyen que todavía no; que en demasiadas ocasiones le puede su carácter latino, que eso le ha traicionado alguna vez y que comete más errores que Max Verstappen.

Charles Leclerc, de alguna forma –y lo mismo vale para una buena parte de pilotos jóvenes de la parrilla, desde Carlos Sainz a Lando Norris pasando por George Russell– me recuerda a Stirling Moss.

¿Recordáis o habéis oído hablar de Moss? Es considerado como uno de los grandes de todos los tiempos, el mejor de todos los que no han logrado un título mundial, incluso mejor de los que han conseguido alguno. Un campeón que sólo tuvo la mala suerte de ser contemporáneo de Juan Manuel Fangio.

Y a la generación joven le pasa casi lo mismo. Han tenido la mala fortuna de coincidir con Verstappen. O, mejor dicho, la de encontrarse frente al dúo Verstappen-Red Bull.

Max es, para mí, el primer campeón 'programado'. Desde su más tierna infancia ha vivido una férrea disciplina paterna, que lo ha convertido en un 'killer' despiadado en las pistas y le ha hecho controlar todas sus emociones. Frío, calculador… y con una confianza brutal en que todo Red Bull gira a su alrededor.

Adrian Newey, el mejor ingeniero de la Fórmula 1, le hace coches a medida. Christian Horner y Helmut Marko se encargan de su compañero no sea un campeón, sino un piloto capaz de coger el relevo si abandona o tiene problemas en un Gran Premio. Eso Sergio Pérez lo sabe, como también sabe que en otros equipos tendría libertad para intentar ganar, pero es mucho menos probable que lo consiguiera.

En Ferrari no tienen el mejor coche; tampoco el mejor motor, ni el más fiable, aunque en todos los aspectos estén cerca. Tienen dos pilotos campeones en potencia, en igualdad práctica de condiciones. La presión de lograr resultados ya y está el problema típico de Ferrari del 'politiqueo' entre bastidores, que no parece que tenga fin y eso Leclerc lo sabe. Resulta complicado completar la maduración en estas circunstancias.

Hoy –en realidad desde Michael Schumacher– el talento sólo no basta. Necesitas muchas cosas a su alrededor, comenzando por un buen coche, rápido y fiable; con muy pocas lagunas y esas pocas, pequeñas, una cierta tranquilidad de espíritu, difícil de tener en Ferrari, el equipo que debe soportar tanta o más presión mediática que todos los restantes juntos.

A Leclerc, como dijo Mauro Forghieri, aún le falta acabar de madurar y a Ferrari le falta bastante más para acabar de ser como Red Bull o Mercedes. El producto de estos dos factores es por tanto inferior al de Max-Red Bull.

Por eso algunos dicen que igual que hubo una época Schumacher, una era Vettel y los años de Lewis Hamilton, ahora ha llegado la saga Verstappen y que éste es sólo el segundo de una serie de títulos que llegarán.

La maduración de Leclerc debe llegar junto a la madurez de Ferrari. La del piloto no puede llegar sin la del coche, al menos para ser campeón… a no ser que la diosa Fortuna decida lo contrario.

La historia de la Fórmula 1 es curiosa. Hay grandes campeones. Pilotos que merecían ser campeones y no llegaron a serlo, como Stirling Moss, Mike Hawthorn o Chris Amon y campeones por sorpresa, por los que nadie habría apostado un par de años antes: Damon Hill, Jacques Villeneuve y Jenson Button.

Visto todo lo dicho, Charles no está aún preparado para el título. Necesita un poco más de confianza, en él pero sobre todo en el coche y que Ferrari le dé un gran monoplaza. Cuando las ganas no se ven apoyadas por los medios, hay que sobrepilotar… y cuando lo haces, es fácil cometer errores. Leclerc ha sobrepilotado en muchas ocasiones este año.

Pero hay que tener en cuenta un detalle: la F1 es el más egoístamente individual de los deportes de equipo. Se gana y se pierde junto a tu equipo de técnicos, mecánicos e ingenieros. Es una cadena de muchos eslabones. Si uno falla, falla la cadena y el último paso deben darlo todos juntos.