Lo que Ayrton ganó cuando ya no estaba allí
Como cada lunes, aquel empleado de Piaggio embozado-en-un-mono-azul daba salida a los pedidos del listado que le pasaban. Unos iban para España, otros para Francia, Bélgica... y con frecuencia, al final de aquel mazo de papeles, aparecía uno muy especial. Era un envío único a un sitio ignoto y atípico: un domicilio particular de Sao Paulo, concretamente a una hacienda del extrarradio. Cada vez que esto ocurría, el encargado, embozado-en-un-mono-azul mostraba una leve sonrisa de medio lado, torcía la cabeza y a continuación buscaba la mirada cómplice del jefe de la factoría. El jefe, ferrarista como todo buen italiano, veía desde las alturas a su subordinado con aquel taco de papeles en el que había uno con la expedición de una Vespa a nombre de Ayrton Senna da Silva. El responsable, serio y poco dado a la empatía, se ajustaba sus gafas de pasta, asentía con la cabeza, y se decía en silencio: "¿Y cuándo correrá con un Ferrari?".