El último veintisiete rojo
Por la autopista, pasaba a los coches como si fueran parados. Con la mirada escudriñaba a los demás automóviles tratando de anticipar sus movimientos, las manos (marca de la casa) a las once y diez en el volante para tener un control absoluto del Alfa 164 que, a más de 250 kilómetros por hora, tragaba asfalto con voracidad. Con los ojos aún inyectados en una mezcla de rabia e incredulidad, conducía de manera imprudente pero controlada, deseando llegar a casa, donde no hablaría con nadie durante unos días. Eran las primeras horas de la tarde del 11 de Septiembre de 1994.