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Donald Trump y el automóvil: guerra abierta

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José Miguel Vinuesa
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15 Ene 2017 - 10:02

La llegada a la presidencia de los Estados Unidos de Donald Trump fue un momento histórico que llevó aparejada incertidumbre sobre muchas de sus políticas. Conocida es su postura respecto a la inmigración que llega a su país desde el vecino México, con ideas para frenarla y controlarla como la de levantar un muro. 

Lo que seguramente muchos no se imaginaban es que esa especie de bloqueo hacia el vecino del sur iba a llegar a aspectos económicos, y en el plano que nos interesa, al automovilístico. Porque Trump, que en pocos días tomará posesión de su cargo electo, ha amenazado con tomar importantes medidas arancelarias y económicas frente a todas aquellas marcas que construyan sus automóviles en México en vez de en Estados Unidos, o prefieran invertir en las plantas productivas mexicanas en vez de en las estadounidenses. El lema de es claro: "fabrica en Estados Unidos, o paga en la frontera".

Y eso ha abierto la guerra del miedo entre muchas marcas, sabedoras de que el mercado de Estados Unidos es fundamental para su negocio, y que la adopción de medidas que puedan colocarles en una posición de desventaja frente a otros competidores, podría tener repercusión global en sus cifras.

Pero, ¿por qué esta advertencia de Donald Trump? Una de sus grandes medidas en el programa electoral era la de aumentar el empleo en el país y, especialmente, en los estados federados más desfavorecidos. Su perspectiva es la de regir el país como si de una empresa se tratase, focalizando la producción en su interior e imponiendo trabas a todo aquello que no genere riqueza y empleo directamente en los Estados Unidos. Una de las primeras afectadas por este objetivo es la industria automovilística.

En un primer momento, muchas marcas no dieron crédito a la postura del presidente. Pero poco a poco han ido cediendo ante la inflexible posición en este tema, con anuncios de subidas de las tasas a la importación de hasta el 35%, lo cual es un incremento que raya en lo draconiano. De hecho, hace pocos días, Ford anunciaba que abandonaba sus planes de construir una nueva planta en México y que, por el contrario, iba a aumentar la inversión en la de Michigan –Estados Unidos–. Lo mismo hacía General Motors, que anunció una revisión de su inversión de 5.000 millones de dólares –más de 4.690 milllones de euros– en México en favor de invertir más en las plantas nacionales.

Pero hasta aquí pordría parecer lógico, tratándose de marcas estadounidenses. El punto controvertido son las extranjeras. En ese plano, Volkswagen ha anunciado que no pretende disminuir su producción en México, para luego anunciar un incremento de producción de vehículos eléctricos en los Estados Unidos, generando una fuerte inversión en las plantas existentes, especialmente en la de Chattoonaga. Sin ambages, Sergio Marchionne, consejero delegado de FIAT-Chrysler, anunció una inversión de 1.000 millones de dólares –940 millones de euros– en las plantas de Chrysler, además de comprometerse a generar alrededor de dos mil nuevos puestos de trabajo. El presidente no tardó, vía twitter, en agradecer a Ford y a FIAT su decisión.

 

 

En el fondo, tiene lógica esta cesión de las marcas. Ford, Chrysler y General Motors fabrican 1’43 millones de vehículos en México, de los cuales el 87% se venden en Estados Unidos. Obviamente, los costes de producción son menores en el país centroamericano, pero tres marcas insignes en Estados Unidos como estas no pueden contravenir, sin esperar consecuencias, las decisiones económicas de su presidente. Un presidente que, sin embargo, anuncia ayudas públicas a las empresas que realmente apuesten por invertir en el país, como medida para fomentar dicha inversión y contrarestar la lógica pérdida de competitividad que mayores costes de producción les generaría respecto a otros fabricantes.

Pero hay otras marcas que no se pliegan. Son las japonesas, que también han recibido mensajes directos del presidente, especialmente Toyota. Por ello, tuvieron que salir a defender su política de producción: "Con más de 21.900 millones de dólares –20.575 millones de euros– en inversiones directas en Estados Unidos, 10 instalaciones productivas, 1.500 concesionarios y 136.000 empleados, Toyota espera colaborar con la administración Trump para servir los mejores intereses de los consumidores y el sector del automóvil". O lo que es lo mismo, que ya invierten mucho y bien en Estados Unidos. De hecho, Toyota opta por esperar antes de tomar decisiones y ver cómo evolucionan las medidas de Trump. Por su parte, Nissan tampoco se pliega, y por medio del consejero delegado de Renault, Carlos Goshn, confiesan su voluntad de esperar a regulaciones estables y decisiones concretas antes de cumplir con ellas. Lo mismo les ocurre a Mazda y a Honda.

Sin duda, la drástica postura del presidente Donald Trump coloca a las marcas ante un severo dilema y un problema de productividad frente a rentabilidad. Pero perder el mercado estadounidense es algo que ninguna se puede permitir. Ni siquiera España, que es el octavo productor de vehículos de la Unión Europea.

Además, España goza de una nutrida industria auxiliar a las marcas radicadas en nuestro país, caracterizadas por una estrecha relación con la marca a la que sirven sus productos. En la mayoría de los casos, se trata de empresas que han seguido a la casa nodriza hasta los países donde han abierto plantas de producción, entre otras México. La posible reducción en la fabricación en este país, de la inversión y el aumento de aranceles, es visto con gran preocupación por las principales agrupaciones del sector en España. Su baza es que también están presentes, junto a las marcas, en los Estados Unidos. Son alrededor de 40 los centros productivos españoles en ambos países americanos, y aproximadamente una cifra de 730 millones de euros la que arroja el volumen de exportaciones de las empresas españolas a los Estados Unidos, por lo que las consecuencias de la medida podrían ser nefastas para el conjunto empresarial auxiliar.

Durante mucho tiempo, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte fue una herramienta útil entre los estados firmantes, en un principio Estados Unidos y Canadá, al que luego añadieron a México sin que se produjeran controversias entre ellos. Pero las medidas anunciadas por Trump rompen, si no de hecho, sí de facto, este Tratado. En el mismo se detalla, además de la supresión de aduanas, la eliminación de restricciones para vehículos a motor y sus componentes. Pero el Tratado nunca ha estado exento de críticas, precisamente derivadas de la deslocalización de la producción hacia México, lo que ha venido afectando, especialmente, a los Estados Unidos.

Sin duda, Donald Trump ha decidido poner freno a esta situación, aunque quizás de una manera con ciertos tintes autocráticos. Sin embargo, la rápida genuflexión a sus peticiones por parte de tantas marcas, le da un importante respaldo en su país, pero abre una situación de consecuencias todavía imprevistas. Entre otras cosas, porque no hay una decisión normativa firme al respecto. Y sin embargo, la incertidumbre ante la llegada de Trump al poder le ha hecho, de inicio y con sólo una declaración de intenciones, hacer tambalear al conjunto de la industria automovilística y poner en jaque a un sector fundamental de la economía mundial.

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