El camino de la carburación a la inyección y lo que se ha ganado

Los carburadores son elementos del pasado, todos los sabemos. Paulatinamente, éstos dieron paso a los sistemas de alimentación por inyección, que ofrecen una serie de ventajas que pasaremos a describir y enumerar con datos más adelante. Pero antes, debemos dar una visión general del funcionamiento de cada uno de los sistemas.

Un carburador es como una cubeta o depósito ubicado en el colector de admisión que cuenta con un estrechamiento entre sus paredes –denominado Venturi–. El aire que pasa por ahí ‘arrastra’ al combustible para formar la mezcla que finalmente se quemará en la cámara de combustión.

Por su lado, un sistema de inyección, como su nombre indica, inyecta el combustible en cantidad y momento adecuados, regulado todo por la unidad electrónica. De esta manera y con los datos recopilados de otros sensores, esta unidad calcula la cantidad óptima de combustible a inyectar para que la combustión sea lo más eficaz y eficiente posible. Como muchos otros elementos, esta tecnología tiene sus orígenes en la aviación. En los años 50 cuando se comienza a experimentar con su uso en coches deportivos, aunque no es hasta 1967 cuando sale a la venta el Volkswagen 1600 LE, el primer vehículo comerciado con inyección electrónica..

Vista la gran diferencia y el potencial visible que tiene la inyección frente a la carburación, pasaremos a enumerar las ventajas concretas de una frente a la otra. Principalmente, podemos englobarlas en tres campos: par y potencia, consumos y emisiones.

En términos de prestaciones, los motores a inyección suelen generar entre un 10 y un 20% más de par y potencia máximos que uno homólogo de carburación. Existen para ello dos razones de peso: la primera es que con la inyección se ajusta mejor la cantidad de combustible por ciclo, que entre otras cosas permite elevar la relación de compresión con mayor seguridad. Gracias a ello las aceleraciones también son más rápidas, pues la electrónica puede enriquecer la mezcla para obtener una respuesta más viva y se eliminan de un plumazo los problemas de arranque en frío de los caburadores –de los que se encarga la estranguladora de la imagen superior–.

La segunda afecta al rendimiento volumétrico, es decir, a la facilidad de llenado del cilindro. Al eliminar el Venturi del carburador, el colector de admisión queda libre y sin restricciones de paso para el aire. Además, en el caso de inyección directa, el combustible enfría la cámara al absorber el calor de las paredes, en contraposición al caso del carburador, en que lo absorbe del circuito colector. Ésto último conlleva un mayor volumen de la mezcla aire–combustible a la entrada de la cámara para una misma cantidad, es decir, menor rendimiento volumétrico.

El campo de los consumos mejora principalmente al poderse ajustar mucho mejor la cantidad de combustible utilizado según la situación. Por ejemplo, se puede cortar la inyección en situaciones de deceleración. Ello no es posible con carburador, pues siempre hay una cantidad de aire que pasa por el colector de admisión y que arrastra combustible. De media, el uso de un sistema de inyección reduce el consumo entre un 5 y un 10% en motores equivalentes.

Finalmente, hablaremos de las emisiones. La mencionada precisión de la inyección permite controlar mucho mejor la cantidad de combustible por unidad de aire, lo que ayuda a respetar las leyes anticontaminación. Por otra parte, en carburación se puede perder combustible por el escape durante las etapas de cruce de válvulas, hecho que no ocurre si se inyecta el combustible una vez cerrada la vía de escape.

Cabe anotar que el carburador también era un sistema más peligroso, mucho más susceptible a incendios debido a la evaporación del carburante. En definitiva, la alimentación por inyección es un sistema que supera a la carburación a todos los niveles. Tanto es así, que los gobiernos, tanto europeo como americano, hicieron su uso obligatorio a comienzo de la década de los noventa.

Por supuesto, los datos otorgados aquí deben considerarse como una media total entre un motor a carburación y otro a inyección completamente equivalentes. Ni que decir tiene que la eficiencia, la potencia y las emisiones han mejorado en un alto grado con respecto a vehículos de hace sólo unas décadas, pero ello es debido a infinidad de innovaciones más allá de las del sistema de alimentación.