Vettel y la maldición de los campeones que llegan a Ferrari

Sebastian Vettel es el último de ellos. Bueno, será, presumiblemente, porque al alemán aún le queda esta temporada –o lo que pueda celebrarse de la misma– para intentar evitar engrosar una lista larga, sobre todo en los últimos 20 ó 25 años. Una lista en la que se incluyen nombres como Fernando Alonso o Alain Prost.

Todos ellos lograron victorias con el Cavallino, pero el título se les escapó y no diré que salieron en globo de Maranello, pero es cierto que salieron en medio de muchas tensiones. Alain, despedido 'ipso facto' antes de terminar 1991, por decir que el coche que le habían dado era tan competitivo "como un camión". Alonso, convencido de que en Maranello no iban a proporcionarle ya lo que buscaba, en medio de continuas reorganizaciones y cambios de personal técnico y directivo. Y Vettel, tras una tremenda presión mediática y la decisión en el Cavallino de apostar por Charles Leclerc.

Sólo Michael Schumacher y Juan Manuel Fangio, el primero entre 2000 y 2004 y el segundo en 1956, escaparon a este camino que parece el que destina la Scuderia a los campeones que vienen de fuera.

Respecto a Fangio, eran años en los que Ferrari era uno de los mejores coches siempre, que había pocos cambios…. Y el coche, en realidad, no era un Ferrari-Ferrari, sino un Lancia D50 retocado por la Scuderia después de que la marca turinesa decidió retirarse.

En cuanto a Michael, su historia es absolutamente diferente a todos los demás. Fueron los años en los que –en palabras del propio Jean Todt, entonces a cargo de la Scuderia y después de toda Ferrari– "Ferrari dejó de ser italiana para ser inglesa".

Ferrari se siente orgullosa de su pasado, de su leyenda, de ser Ferrari, hasta el punto de que ningún piloto es más importante que ellos, lo importante es Ferrari y los pilotos deben tenerlo muy presente. Quizás éste sea el punto de fricción clave entre un campeón que llega y los que estén al frente de la Scuderia.

Pero en el caso de Schumacher, por desesperación quizás, Giovanni Agnelli decidió ponerlo todo al servicio del alemán. "Os he dado todo lo que me habéis pedido: dinero, medios técnicos, etc. Ahora os traigo la última guinda del pastel, lo único que puede todavía faltaros: el mejor piloto del mundo", fueron las palabras del 'avvocato' en la presentación del alemán y el equipo en la temporada 1996.

Pero no; Agnelli, con la complicidad de Luca Montezemolo y Jean Todt, no había fichado a un hombre, a un piloto…. ¡sino a un equipo! Schumacher puso sus condiciones: desembarcar en Maranello rodeado de los hombres que le habían hecho campeón en Benetton, comenzando por Ross Brawn y Rory Byrne. A este último tuvieron que irle a buscar a Tailandia porque acaba de fundar allí una escuela de buceo y se había retirado de forma oficial de la Fórmula 1. Todt y Michael volaron hasta allí para convencerle.

Schumacher pudo haber engrosado la lista de 'malditos'. Sólo en su quinta temporada logró la corona. Es cierto, ésta se le escapó en 1999 por un accidente en Silverstone en el que se rompió ambas piernas, pero estaba claro que habían hecho un coche campeón y la aventura prosiguió. Después vendrían cinco títulos consecutivos.

Sólo muy recientemente, alguien en Maranello admitió que no supieron dar a sus pilotos "un coche campeón". Pero como en el caso del fútbol, donde el entrenador es casi siempre el sacrificado, en la F1 la mayoría de las veces lo paga el piloto. Tanto que, en su día, Flavio Briatore admitió que era "mucho más difícil encontrar un buen técnico que un buen piloto".

Ahora, Ferrari lo fiará todo a Charles Leclerc y otro piloto joven –Carlos Sainz con gran probabilidad– en una maniobra a favor de los jóvenes talentos que ha hecho otras veces. Como cuando se fijó en Niki Lauda o cuando fichó al prometedor Jody Scheckter junto a Gilles Villeneuve.

Sólo cruzan los dedos para no repetir la apuesta simultánea por dos jóvenes 'machos alfa', no desean revivir los duelos que protagonizaron el propio Gilles y Didier Pironi. Tampoco sería nada recomendable reeditar parejas a las que les faltaba un ápice para ser campeones: Gerhard Berger-Jean Alesi, Berger-Michele Alboreto o Patrick Tambay-René Arnoux, por ejemplo.