El desinfectante de manos puede dañar el interior de los coches

El coronavirus y la consiguiente Covid-19 han cambiado muchos de nuestros hábitos. Uno de ellos es el exponencial aumento del desinfectante de manos. En España sólo durante el mes de febrero las ventas de estos geles aumentaron un 700%. El acumulado del año no será tanto, pero sí se espera que el mercado se multiplique por más del doble respecto a 2019. ¿Y qué tiene que ver esto con los coches? Pues que este tipo de productos puede hacer que la durabilidad de algunos de los materiales de sus habitáculo se vea afectada para mal.

Los ingenieros de Ford han realizado pruebas con desinfectante de manos en los materiales utilizados habitualmente para los interiores de sus coches y han comprobado que los resultados son, cuanto menos, para tener en cuenta. La constitución química de los revestimientos protectores debe ser reformulada para asegurar que los interiores de los vehículos se mantengan en buen estado.

"El desinfectante de manos es un producto que hemos visto usar cada vez más desde hace algunos años, así lleva siendo parte de nuestras pruebas desde hace mucho tiempo. Incluso el producto de apariencia más inofensiva puede resultar problemático al entrar en contacto con las superficies del vehículo, pero los desinfectantes de manos, la crema solar o el repelente de insectos pueden ser particularmente dañinos", ha dicho Mark Montgomery, ingeniero superior de Materiales del Centro de Tecnología de Materiales para Ford Europa en el Centro Técnico de Dunton, Reino Unido.

Para conseguir que los materiales sean más resistentes, Ford prueba las muestras de los mismos a temperaturas que en algunos casos pueden llegar a los 74 grados centígrados. No es una elección a la ligera, sino que se trata de una cifra que el interior de un coche puede llegar a alcanzar en un día de playa aparcado al sol. Otras pruebas que se llevan a cabo simulan una exposición prolongada al sol con muestras bombardeadas con luz ultravioleta hasta 1.152 horas, es decir, 48 días.

En el otro extremo también se realizan numerosas pruebas. Por ejemplo, la resistencia de los plásticos se testea hasta a 30 grados bajo cero. Ahí se vuelven más frágiles y tienen que aguantar los golpes de una pesada bola de goma sin agrietarse.