Mis primeros coches fueron los de papá

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19 Mar 2019 - 09:00

En casa, llegó un 600 D cuando mi padre aún no tenía carnet, pero yo ya sabía conducir tras haber practicado con el coche de mis tíos. Y cuando saqué el carnet, mi padre se quedaba sin el ‘deportivo’ Seat 850 Especial todos los mediodías, algunas noches y los fines de semana.

Soy ya un veterano, de aquella época en la que a los coches de 'lujo', la mayor parte de origen americano, se les llamaban 'Aigas' o 'Haigas'. Una expresión jocosa que tiene un origen humorístico: decían que los clientes potentados que acudían al concesionario o la tienda a comprarlos, mostraban un fajo de billetes y decían "deme lo que haiga".

Tan veterano, que mis primeros recuerdos de crío era el ir a veranear a Creixell, a una casa en la playa de mi bisabuela, tomando el tren de Barcelona a Torredembarra y el resto de camino en tartana. Una tartana en la cual íbamos de la playa al pueblo muchas tardes.

Los coches de mi infancia eran algo extraño, reservado. Mi padre siempre me decía que mi abuelo antes de la guerra tuvo un Ford, pero yo no lo viví. Es más, no recuerdo que mi abuelo tuviera coche y mucho menos verle conducir.

Así que mis primeros coches -salvo los taxis, claro- fueron los de padres de mis amigos. Recuerdo a Miguel Borrás, cuyo padre tenía un Ford y nos subía de la Plaza de Sarria a la Avenida de Vallvidrera cuando nos veía en la parada de tranvía. Después lo cambio por un Isetta, aquel pequeño 'huevo' con entrada por la parte frontal. Por cierto, el tranvía era el 12, que sólo tenía tres paradas. Era el más viejo de Barcelona, ya pieza de museo entonces, pero tenía un conductor cachondo que, por riguroso turno, nos dejaba 'conducirlo': llevar la maneta que regula la carga de corriente y por tanto la velocidad… él siempre a nuestro lado 'ayudando', es decir controlando. ¡Pero para nosotros, con 12 o 13 años, era algo mágico!

También el Biscuter del padre de José Antonio Pellejero, vecino y compañero de cole. Yo tenía cuatro años y ese verano lo pasamos en una gran casa en Callela, nosotros en la planta alta y ellos en la baja. En ese Biscuter hice mi primer viaje de carretera. Después pasó a tener un 600.

Recuerdo además un Gogomobil que se compró mi tío…. ¡porque fue el primer coche que conduje!. Pasábamos el mes de julio en la casa de Creixell -que nos repartíamos por turnos la familia- y lo hacíamos con mis tíos. La casa era casi solitaria: en la playa había sólo media docena de ellas -el pueblo estaba a media hora buena andando, en el interior- y detrás de la misma había una viña abandonada con un par de caminos trazados -era la época inicial de las urbanizaciones- y ahí hice mis primeros pinitos al volante con 12 años.

También recuerdo a mis primos, cuyo padre tenían un Citroën 2 CV. Entre todos descubrimos que levantándolo de atrás y soltándolo de golpe muchas veces el motor arrancaba… lo que permitió gozar de algún paseo así de 'estrangis'.

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Pero el primer coche que llego a casa fue un Seat 600: el B-425.514, todavía recuerdo la matrícula. En aquellos tiempos los coches de importación llegaban a cuenta gotas, o casi de forma confidencial. Mi tío había solicitado un 600 pero la producción era escasa y tu pedias el coche 'y te lo concedían' generalmente tras una larga espera.

El caso es que mi tío tenía un conocido en Fiat Hispania que le pudo conseguir uno de forma rápida, y cuando le concedieron el Seat se lo dijo a mi padre, que estuvo interesado. Le llegó el coche y no tenía carnet. Recuerdo aquel verano ver a mi padre encerrarse en el cuarto de baño a estudiar el examen teórico. Hacía mucho calor y él se llenaba la bañera y se ponía en ‘remojo’ mientras estudiaba.

Así llegó el primer 600 a mi casa. Un 600 D, claro, que usábamos para ir de excursión: mis padres y nosotros cuatro -tengo tres hermanas- y algunas veces algún abuelo o primo…. pero aquellos 600 eran de 'chicle' porque parecían ampliar su capacidad… o quizás es que nosotros éramos contorsionistas y con tal de ir de excursión no nos importabe llevar algún hermano sentado en la falda o irnos alternando para tener hueco. ¡Por supuesto, también conduje aquel 600 en el la urbanización 'no nata' de Creixell!

Por aquel entonces me gustaban ya las carreras. Así que con los caminos de Creixell, después de comer, a la hora de la siesta, cogía el coche y me hacía mis entrenos y mi carrera -por supuesto, el decorado y los adversarios sólo estaban en mi imaginación- disfrutando de lo lindo.

Para entonces ya había conducido también mi primer camión: un Ebro -fabricado por Motor Ibérica, con licencia de la británica Thames (Támesis) de ahí el nombre de la marca- del negocio que regentaba uno de mis tíos. El camión servía para hacer la 'mudanza' a Creixell…. y los conductores me dejaban dar un par o tres de vueltas 'a mi circuito' conduciéndolo, hasta que un día se lo cogí sin permiso mientras comían…. y se acabó el usarlo.

El Seat 600 hizo muchos viajes y cuando 'falleció', mi padre compró un Seat 850 Especial, la versión deportiva del 850, que por entonces era el coche ideal para comenzar a correr sustituyendo así a los 600 'trucados'.

Recuerdo el día que llegué a casa a la hora de comer con el flamante carnet recién entregado -mi abuelo, recién fallecido, había dejado una pequeña cantidad a cada nieto que me sirvió para sacar el carnet-. Bueno, la teórica la aprobé a la primera, pero el práctico, a la segunda: tuve mala suerte. En la primera prueba, la de aceleración, se hacía por parejas, y me tocó con un amigo también aficionado a las carreras… así que en lugar de una prueba de examen aquello fue una 'carrera de dragster' y demostración de apurada de frenada… con el consiguiente suspenso para ambos. Decía que llegaba a casa todo ufano con el carnet y me senté a la mesa. Tras el postre, mi padre me dijo: "debes estar más impaciente que contento"… y me deslizó las llaves del 850 Especial.

Claro, yo vivía al lado de La Rabasada, entonces prueba emblemática de montaña, posiblemente la más popular del calendario, y una vez coronada tenía Santa Creu d’Olordo, Vallvidrera o San Cugat-Tibidabo a tiro de piedra, tambén Las Planes-Vallvidera. Mientras ahora los jóvenes se levantan de la mesa para coger la consola, yo lo hacia para coger las llaves e imaginar en vivo y directo el tomar parte en una carrera o rally por estas subidas. Cada mediodía una horita de ‘¡¡¡Gaassss!!!’.

Y claro, llegó el día en el que el pobre especial acabó donde tenía que acabar, en un talud de tierra, tras un trompo, en la misma curva que días antes había estado viendo la Carrera en Cuesta San Cugat-Tibidabo.

Casi un mes más tarde mi padre fue a recoger el coche recién reparado del golpe. Yo no osaba decir nada, pero al acabar de comer me deslizó de nuevo las llaves del coche y me dijo "lo estarás deseando". Y así, con más prudencia por la lección aprendida, volví a disfrutar de la conducción a la hora del café.

Recuerdo muy especialmente cuando me lo dejó para ir a hacer de control a los '2 Dias de Enduro de Esplugue de Francolí', con las carreteras por las que ha pasado recientemente el Rally Catalunya, aún de tierra. ¡Gozada!

Y muy especialmente recuero el día de Reyes de 1971. Aquel día sólo tuve un regalo: un sobre de carta con un papel sellado por el banco. Era el permiso paterno para poder sacarme la licencia de piloto. Entonces necesitabas no sólo tener 18 años sino además un año de carnet y si eras menores de 21, el permiso paterno. Fue la mayor alegría de mi vida.

En febrero de ese mismo año ya debuté como copiloto. Fue en el Rally de la Llana con Tomas Llasat, a quien conocí en la escuela de ingenieros. Entonces correr era posible incluso para un estudiante modesto si hacías algún sacrifico… y tenías alguna pequeña ayuda: era muy amigo de uno de los mejores pilotos de grupo 1 de la época, con su Seat 1430, Salvador Bohigas. Y éste 'le alquilaba' el 850 Especial para entrenar. Pudimos acabar aquel Rally de la Lana con un coche con las 'estrictas' medidas de seguridad de la época: sólo un cinturón de bandolera y un casco, además de un par de Cibies -los faros de larga distancia-, dos antiniebla a modo de faros cuneteros y el desconectador de batería: ni arcos, ni parabrisas triples, ni asientos bacquet….. ni siquiera flexo para leer las notas. El copiloto se apoyaba haciendo fuerza con los pies porque en una mano llevaban la libreta con las notas y la otra la necesitabas para la linterna porque los rallies eran de noche siempre. ¡Otros tiempos!

Después vinieron un Seat 127 y un Talbot 150 que me tocó en un sorteo y que pasó a ser el coche familiar, pero esa es otra historia.

2 comentarios
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20 Mar 2019 - 02:39

¡¡ Raimond, como siempre gracias por tu tiempo y trabajo para estos articulos que nos transportan a muchos años atras, aca en Mexico era el VW Sedan, en el que nos enseñabamos, en ese tiempo quien no tenia un WV, un abrazo y saludos.

19 Mar 2019 - 19:19

Interesante historia ingeniero. Tiene toda la razón, casi todo el que comienza a conducir lo hace con el de sus padres, inclusive le dejaban el auto algo usado como premio por estudiar y por cumplir la mayoría de edad. El que tenía dinero de sobra le compraban un auto nuevo. A este servidor le dejaron una camioneta Toyota Land Cruiser serie 60 del año 1984, comprada nueva por mi padre ese año, pero en 1988 cuando cumplí la mayoría de edad me la regaló con 4 años de uso (mi padre fue único dueño). Ese monstruo de vehículo lo modifiqué para ser un guerrero del 4x4, lo levanté carrocería sobre transmisión para soportar neumáticos 37 pulgadas de altura (9.00-16 perfil militar), Bloqueador de diferencial trasero Detroit Locker, Suspensión Rancho, Winche o cabrestante Warm, Roll Cage y Roll Bar interna. Este vehículo lo pinté 3 veces por volcarme, lo hundí en un canal con salida al mar que hasta un bote se estacionó a mi lado; en fin fui muy irresponsable cunado joven y parte de las locuras las realizaba estando ebrio. Todavía soy amante del Land Cruiser. El vehículo que nunca olvidaré gracias a mi padre.

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