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GP de Gran Bretaña 2016: Hamilton, a un punto

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José Miguel Vinuesa
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13 Jul 2016 - 10:02

Lewis Hamilton llegaba el jueves al circuito en una moto de gran cilindrada, con el tiempo muy justo para el inicio de la rueda de prensa de pilotos. Llegó a tiempo, claro, apurando cada segundo de su tiempo. Como si su vida, en definitiva, fuera un reflejo de lo que mejor sabe hacer en el mundo: competir, ser rápido, dominar las agujas del reloj.

El sábado, en la última sesión de la clasificación, batía el tiempo de la pole position marcado por su compañero de equipo, Nico Rosberg. Pero los comisarios fueron intransigentes (con él, y con muchos otros): en su vuelta había excedido el límite de la pista, así que el tiempo no era válido. Bueno, al extravagante británico le importó bien poco. Bajó su visera, salió de los boxes, respetó escrupulosamente los límites de la pista en su vuelta y volvió a batir el mejor tiempo. Su velocidad no dependía de haberse pasado unos centímetros de las líneas blancas que delimitan el trazado. Su velocidad depende de él mismo y de su coche. De nadie más.

Así que marcó un espléndido tiempo delante de sus entregados compatriotas, sin presión alguna que le afectara. Eso se lo deja a los demás. A Nico Rosberg, que volvía a ver por delante al Mercedes gemelo al suyo. A los Red Bull, que volvían a estar en muy buena forma. A los Ferrari, que estaban perdidos en el circuito en el que comenzó a crecer su contador de victorias en el campeonato del mundo, y que además, seguían con los recalcitrantes problemas de fiabilidad en la caja de cambios de Sebastian Vettel, que volvería a verse penalizado. Presión. ¿Por tener que repetir una vuelta rápida?. Eso no es presión cuando se está en un equilibrio absoluto entre piloto y monoplaza.

Por ritmo, Lewis tenía la carrera en la mano. Pero el domingo, el clima inglés decidió ser fiel a sí mismo, es decir, caprichoso. Llovió casi toda la mañana, pero el diluvio a una media hora de comenzar la carrera, fue muy intenso. Era obvio que la carrera empezaría con neumáticos de lluvia, y seguramente con el coche de seguridad. Dicho y hecho. Todos en fila tras el Mercedes, levantando una espesa cortina de agua. Por un momento, Lewis casi comete una estupidez, poniéndose en la parte interior del coche de seguridad, casi chocando con él. Salvó el embarazoso momento. Quizás era su forma de decir (en todo caso, exagerada) que quería correr, como siempre acaba haciendo por radio en estas circunstancias.

Y el coche de seguridad desapareció, y Nico, tras la columna de agua de Lewis, lo vio desaparecer también. Sencillamente, se escapaba. Mientras tanto, Ferrari, ante una pista que se secaba rápidamente, arriesgó con los neumáticos intermedios, y pronto le seguirían el resto. Pero Ferrari, directamente, no estaba. No estuvo durante el fin de semana entero, y ni siquiera en carrera remediaron la situación. Fue una de las carreras más tristes de los de Maranello del último año y medio, porque en 2014 las hubo peores. Ni Vettel ni Räikkönen (excepción hecha al final de carrera con Pérez) hicieron nada significativo, no pudieron mantener un nivel competitivo aceptable para lo que se espera de ellos, y en el caso de Vettel, cometió numerosos errores de pilotaje (en su descargo, no fue el único campeón que los cometió: Hamilton, Alonso, y muchos otros, en ese traicionero bache de la primera curva). El coche no es malo, pero los demás no se quedan parados, y si el SF16-H no asume de buen grado las mejoras que se le realizan, pasan estas cosas. No, nada de esas “peoras” que se les suelen achacar. Pero es que Red Bull sí que da con la tecla, y es capaz de mejorar un coche bien diseñado de inicio.

El problema de Nico Rosberg empezó a dejar de ser la nube de agua de Hamilton, porque estaba lejos, y porque la pista se había secado. El problema ahora se llamaba Max Verstappen, que le estaba acosando, literalmente. Era una prolongación de su caja de cambios, y el lenguaje corporal del Red Bull era muy agresivo, hasta que la delicia de esta Fórmula Uno se sacó de la chistera un adelantamiento por el exterior en Becketts, rematado en Chapel. Fue la lucha más emocionante de todo el Gran Premio. El Red Bull funcionaba de maravilla, pero en las manos de Max era un coche capaz de desafiar al otro Mercedes. Pero Rosberg no se rindió, y al final de la carrera, rodaba por delante de Max, de nuevo.

Nico no hizo una carrera desastrosa como en otras ocasiones este año. Es obvio que no estaba cómodo, sobre todo con el agua. Sufrió con Verstappen, pero supo rehacerse para recuperar lo perdido. Cumplir con el mínimo exigible con este monoplaza: si no ganas, ser segundo. Y lo iba a hacer (lo hizo en pista, de hecho), pero un problema con el cambio, y las instrucciones de su equipo para solucionarlo, le acarrearon una sanción de 10 segundos una vez terminada la carrera, lo que le hizo caer al tercer puesto final. Esa penalización, en realidad, parece poco severa. Partiendo de que es ridículo que en la era de la competición en la que estamos, se prohíba dar comunicaciones precisas sobre algunos extremos a los pilotos, si está prohibido y se hace, la consecuencia debería ser más severa que diez segundos. Ahora los equipos saben la consecuencia, y si son diez segundos, con una ventaja grande podrían plantearse el dar unas instrucciones aún a riesgo de ser penalizados.

Sergio Pérez volvió a cuajar una actuación muy buena. Las puertas de Ferrari se le han cerrado con la renovación de Räikkönen, y los equipos punteros tienen las plazas ocupadas ya, pero cuajó una carrera muy consistente, y acabó cuatro posiciones por delante de su posición de salida. Esta vez, los Force India aprovecharon bien la oportunidad, con Hulkenberg séptimo, lo que les da un buen botín de puntos que se podrán traducir en dinero a final de año.

Carlos Sainz, pese a que empezó séptimo y acabó octavo, deja también una buena sensación: la de que puntuar con regularidad es ya una misión fácil de cumplir. Cometió un par de errores de pilotaje cuando la pista estaba delicada, y eso puede dejarnos un sabor de boca agridulce, porque esta vez el equipo sí que cumplió sin errores con las paradas en boxes. Y Fernando Alonso, al que podríamos dar el premio a salida de pista con más distancia en la primera curva (llegó a golpear el muro suavemente), estaba cuajando una buena actuación, refrendando las buenas sensaciones de haber participado en la tercera manga de la clasificación. Lástima que, en las circunstancias cambiantes de la carrera, no pudiera sacar el jugo al que nos tiene acostumbrados. Tampoco lo hizo Button, que terminó justo delante de él.

Por delante, invulnerable en el liderato durante toda la prueba, Lewis Hamilton vencía sin paliativos, contra viento y marea, codeándose con pilotos compatriotas ilustres como Mansell y Clark, en cuanto a logros en el Gran Premio de casa. Cuando uno se codea con nombres así, es por algo. Se bañó en abundancia en el cariño de su público, pero mantuvo un frío glacial con su compañero en la sala previa del podio. Dejó clara su opinión con esa manera de ignorar a Nico, del que ya sólo le separa un punto.

Luego, de nuevo aunque esta vez para Rosberg, los lamentables y revanchistas abucheos de una afición de la que se debería esperar, por cultura y tradición, un sentido deportivo muy por encima de la media del resto del mundo. Cada vez que se pita a un piloto, se pierde un poco más la esencia de esta competición: cada piloto ha dado lo mejor de sí y del material a su disposición, ha ofrecido el mejor espectáculo posible (el de domar la velocidad), y si no ha cometido un acto deportivo despreciable digno de reproche, cada pitido, cada gutural abucheo, es otro puñal que se clava en la pacífica convivencia que siempre ha reinado en los circuitos de todo el mundo, más allá de un piloto o equipo favorito. Esas actitudes empobrecen y hacen lamentable al mayor espectáculo del mundo. Ni uno más, gracias.

 

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