El día decisivo de Pedro de la Rosa

Para Pedro Martínez de la Rosa el día decisivo fue un lunes de finales de septiembre de 1994. Estaba en la cola del banco en Inglaterra para retirar un millón de pesetas y se preguntaba por qué debía hacerlo. Estuvo a punto de abandonar la cola, llegar a casa, colgar el casco y volver a Barcelona.

"Lo pensé muchas veces. ‘¿Tío, estás seguros?’ ‘¡Tío, sabes li que haces!’ me iba repitiendo… pero algo en mi interior me dijo que sí, que debía seguir adelante. Saqué el dinero y rápidamente, sin pensarlo, fui a pagar el alquiler del motor", me explicó varios años después Pedro.

Unas tres semanas antes habíamos cenado juntos en una pizzería de Barcelona de nombre carrerista, Targa Florio. Pedro venía a contarme sus sinsabores de la temporada. Era el tercer y peor año de su paso por la Fórmula 3 británica. Todo porque el equipo Racing for Spain había llegado a un acuerdo con Renault para usar los motores franceses y estos no iban ni para atrás.

Un campeonato, el de 1994, en el que Pedro tenia por compañero de equipo a Iván Arias y en el que también competía Marc Gené, que había conseguido patrocinio de una compañía petrolífera nigeriana, Negus, porque uno de sus compañeros de estudios de Económicas en Inglaterra era el hijo del director o presidente de la misma.

Un campeonato en el que corrían dos personajes que conocéis bien: ¡Zak Brown, aunque sólo unas carreras, y Christian Horner! Pero también Jan Magnussen, Jarno Trulli o Giancarlo Fisichella.

Pedro quería seguir su camino. En 1992 había sido campeón de Fórmula Renault británico y europeo, y veía que se acababa porque el motor Renault era un desastre. "No sé qué hacer", me decía, porque tampoco tenía dinero suficiente como para escapar a la tutela federativa y continuar el programa. "Lo único que puedes hacer es buscar un gran resultado, una participación puntual que te de alas", le dije.

A final de temporada había una carrera de Fórmul a3 fuera de campeonato. Era una carrera de prestigio y Pedro consiguió que la RFEdA le dejara el coche… y alquiló un motor al preparador más eficaz de la categoría. 

Pedro no ganó ese día, pero su actuación fue soberbia. Seguramente al concluir la jornada se mostró satisfecho. "Si no puedo seguir corriendo, al menos lo dejará con buen sabor de boca", decía.

Y con todo esto se le acercaron unos japoneses diciéndole que querían hablar con él y quedaron al día siguiente. De la Rosa acudió a la cita "más por educación que por otra cosa, porque no sabía quiénes eran. Mientras comíamos me explicaron que eran propietarios de un equipo japonés y que habían venido a Inglaterra para fichar a Magnussen…. pero éste ya se había comprometido para la Fórmula 3000".

"No entendía nada. Me preguntaba que cuánto quería, que si bastaban tantos dólares. Y yo les decía que no, que no tenía dinero… y subieron la cifra. Sólo más tarde me serené y me dije: ‘¡Macho, te están preguntando cuando quieres cobrar!’ Y no tenía ni idea… tuve que pellizcarme. Yo pensaba que se pagaba por correr, pero que no se cobraba. Dije una cifra, lo pensaron un momento y aceptaron", me explicó cuando ya corría en Fórmula 1.

Pedro fue a Japón, sin saber nada de allá. Colgó los estudios de arquitectura "porque era imposible seguirlos desde allí. Intenté económicas, pero seguía siendo complicado… ¡Así que me concentré en correr1". 

El resto es conocido: campeón japonés de F3, salto a los GT y la F3000 de la mano de Toyota. Primer piloto en ganar ambos títulos, ‘Nippon Ichi’ (Nº 1 en Japón) en 1997 y el apoyo de Repsol para saltar a la F1, primero un año de probador con Jordan y en 1999 el debut con Arrows. 

No está mal para un piloto que no pudo tener gran experiencia en karting porque en su familia no deseaban que corriera -a su padre, Jaime Martínez, lo vi correr en F3 en Montjuic- y que llegó a Campeón de Europa de Coches de Radiocontrol, como canalizando su afición y también como premonición. En cierta forma, Pedro de la Rosa fue así el primer piloto de F1 que llegó desde las carreras ‘virtuales’: es cierto no eran de videojuegos, pero el piloto debía controlarlo todo a control remoto.