50 años de la victoria de Beltoise bajo la lluvia en Mónaco y de la primera gran batalla de Ecclestone

Hoy en día es posible que la carrera ni hubiera comenzado o se hubiera circunscrito a un par de vueltas tras el coche de seguridad. Pero entonces esto era inconcebible y el coche de seguridad no existía… sólo era "un invento de los americanos para hacer las carreras interesantes cuando se volvían aburridas".

En aquellas dantescas condiciones, Jacky Ickx, el rey de la lluvia, era favorito. Mucho más partiendo desde la primera fila. El belga estaba tan convencido de ello que cuando se dio la salida, se abrió para tomar mejor Santa Devota y el BRM de Beltoise, que era cuarto de la parrilla, se le coló por el interior y ya nadie pudo seguir la estela del francés.

Victoria de gran mérito. Porque Beltoise tenía su brazo izquierdo paralizado a causa de una caída cuando era piloto de motos, lo que no le impidió pasar a cuatro ruedas. Pero en automovilismo su última victoria se remontaba a cuatro años antes, en Fórmula 2.

El gran periodista francés del automovilismo, Johnny Rives, explicó años después entonces que precisamente esta parálisis le ayudo a ganar porque había desarrollado una ultrasensibilidad en el brazo derecho para notar los cambios de adherencia –y quizás también la dirección se volvió más ligera para él–.

Una victoria que otro gran periodista francés, José Rosinski, dijo que era de justicia y que la Fórmula 1 se la debía porque era incomprensible que su nombre no figurara en la lista de ganadores de Grandes Premios. Una victoria que Beltoise celebró con los suyos en St. Tropez y a la que no faltó su joven cuñado, el malogrado François Cevert.

Este hecho hizo que pasara a segundo término todo el politiqueo entre bastidores, que estuvo muy cerca de acabar con esta edición del Gran Premio.

La F1CA –Formula 1 Constructors Association–, antesala de la FOCA, con Bernie Ecclestone al frente, había negociado con la CSI –no el de Las Vegas o Miami, sino el Comisión Deportiva Internacional de la FIA– que en Mónaco la parrilla admitiría a los 25 coches inscritos.

Pero el recién nombrado presidente del Automobile Club de Mónaco –ACM–, Michele Boeri –todavía lo es–, se negó, alegando motivos de seguridad. Hasta dos años antes la parrilla de Mónaco estaba reservada a 16 coches y ya se había ampliado a 20 el año anterior, pero 25 los juzgaba excesivos… y el reglamento del CSI estipulaba que 20 era el número máximo.

La controversia había estallado mucho antes. Ya en el GP de España, en Barcelona, el presidente de la Federación de Francia, Jacques Blanchet, hizo de mediador entre la F1CA y el ACM por mandato del Príncipe de Metternich, presidente del CSI.

Boeri –que era abogado y años después fue el equivalente a ministro de justicia de Mónaco– a un lado y al otro un tal Max Mosley, copropietario de March, expiloto, próximo a Bernie y futuro presidente de la FIA muchos años más tarde, amén de perfecto conocedor del francés.

Al llegar a Mónaco sin acuerdo contra las partes, Bernie Ecclestone anunció que "o la parrilla es de 25 coches o no habrá Gran Premio y nos iremos del Principado". La respuesta del ACO fue de fuerza: hizo 'sellar' las puertas de los boxes con cadenas. Pero los equipos encontraron las cizallas para romperlas y se mantuvieron firmes.

El Boeri, consciente de que sin estrellas y actores no hay espectáculo, y que el Gran Premio era vital para la proyección del Principado, acabó cediendo.

De la mano de Bernie, el poder de los constructores crecía, aunque el golpe de timón definitivo fue en el GP de España de 1980, la 'carrera pirata del Jarama', que la FIA ha sacado de todas sus estadísticas.