Ángel Gaitán tiene razón: los coches apilados en Valencia son un peligro y ya han comenzado a incendiarse

La DANA se llevó más de 100.000 vehículos, y la orden inicial fue retirarlos y apilarlos en los sitios más cercanos. Fue una retirada sin órdenes concretas de ningún tipo que cada equipo realizó a su antojo: ejército, particulares con 4x4 o voluntarios con grúas retiraron los coches depositándolos en solares, campos de fútbol y huertos contiguos para poder limpiar las calles, el acceso a las viviendas y volver poco a poco a la vida normal. Todos ellos pensando que pronto los vehículos serían llevados para su destrucción final. Pero seis semanas después, nada de eso ha sucedido, y decenas de miles de coches siguen apilados como en un Mad Max distópico.

La situación, denunciada por muchos vecinos, la ha popularizado el conocido Ángel Gaitán, con diferentes vídeos en los que advertía cómo los líquidos de estos coches están afectando al medio ambiente –su publicación en Tik Tok suma más de 1,2 millones de visualizaciones–. El gas del aire acondicionado, el líquido refrigerante y los combustibles y lubricantes deben ser retirados en cada coche, porque se están desprendiendo a la atmósfera y, en el caso de los combustibles, campan a sus anchas por el suelo sin que ninguna administración proceda a retirarlos. El caso es aún más grave en los coches eléctricos. No tienen por qué incendiarse, pero, después de haber estado sumergidos en barro, que estén en la calle y en zonas urbanas con baterías de alta tensión no parece la mejor idea.

En el incendio de Catarroja se han calcinado más de 70 coches, pero queda una gran duda: no se sabe qué va a hacer el Gobierno con los coches. ¿Destruirlos directamente sin someterlos a un proceso de descontaminación para quitarles los residuos más tóxicos a lo que sí están obligados los talleres? ¿se van a aprovechar las piezas que se pueden reutilizar, como llantas o neumáticos, que podrían tener una segunda vida al no verse afectadas por el barro? Nadie tiene respuesta.

La solución está siendo ya demasiado larga para los habitantes de la zona, que conviven con las islas de coches, con los olores que se desprenden de ellos y, ahora, también con la incertidumbre de que no sean incendiados.

 

 

 

 

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