Dentro de 100 años, todos calvos, pero poco o nada va a cambiar en las carreras. Te lo dice la historia…
Era la época en la que los currantes iban al trabajo trajeados, incluso aunque echaran la peoná en una cadena de montaje. Por eso el acelerado paso de aquel enorme coche, mitad carruaje, mitad invento del demonio le importunó al levantar una polvareda infame a la espantosa velocidad de 76 kilómetros por hora. Cuando la fina tierra del camino volvió a bajar al suelo, el vecino escupió polvo, se cagó en los muertos de los nobles pasajeros de aquellos ruidosos cacharros y dijo en voz alta: