Recuerdos de mi primer Rally de Gran Bretaña - 2º parte

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07 Oct 2018 - 13:03

Aquel RAC Rally de 1975, del que hablaba ayer, siempre quedará grabado en la memoria. Organización impecable y público espectacular.

Ya dije en mi blog anterior sobre recuerdos de mi primer rally de Gran Bretaña que el Rally de Gran Bretaña era 'para hombres', dos rallies actuales del mundial en dos etapas –275 y 342 kilómeotrs– de 32 horas cada una, aparte del día inicial cara a la afición, con apenas 56 kilómetros de crono.

Para darnos cuenta de su dureza, el tramo de Kielder –32,19 kilómetros– se realizaba el último día ¡tres veces consecutivas! Es decir, escabechina garantizada, aunque puede que fueran tres tramos distintos pero de la misma longitud, porque Kielder daba para eso y mucho más, como decía Bilo. En cualquier caso, casi 100 kilómetros de tramos sin un ápice de descanso.

El primer día, el domingo, siempre domingo, estaba dedicado a los tramos ‘Mikey Mouse’, pequeños tramos pensados para los espectadores, en algunos circuitos permanentes –Donington aquel año– aprovechando tanto el asfalto como los viales de servicios de tierra, un hipódromo y parques públicos, especialmente llamativo Sutton Park, cuyas fotos con el palacio de fondo siempre había tenido en mi mente. Sutton era el tramo de la afición: ¡140.000 espectadores! que pagaron religiosamente su entrada. Sí, en los tramos a los que los espectadores tenían acceso se pagaba entrada –había abonos– ya sea por persona o por coche, dependiendo.

Eran tramos muy cortos, resbaladizos y en ocasiones con cancelas en las que había que 'apuntar' para pasarlas correctamente sin un toque. Bilo Oliveras explica en su blog que se salió no menos de una veintena de veces porque el asfalto con ruedas de tacos y mojado resbalaba y las zonas de tierra eran un barrizal importante.

Tras aquella primera jornada dominical, el rally llegaba a su base natural, aquel año York, allí donde Robin Hood.

De alguna forma, llegamos al hotelito o 'bed and breakfast' que sería nuestro hogar por tres noches. En la cena comenzamos a charlar con otro equipo que también se alojaba allí: era Nigel Rockey uno de los mejores pilotos privados británicos, incluso tenía apoyo de Ford; sabía algo de él porque el malogrado Javier del Arco –por entonces trabajaba en Fórmula y en Mundo Deportivo– estaba suscrito a Motoring News, que fue para mí el manual de aprendizaje de la lectura del inglés. Él nos dio algunos consejos.

Tras la cena, todo el equipo fue a dormir, excepto servidor. Me tocaba dictar la crónica por teléfono o escribirla y darla al servicio de telex –los ordenatas eran aún ciencia ficción e internet inimaginable– en el cuartel general de la prueba, comprobar las clasificaciones y, sobre todo, tomar nota de la hora de salida para la etapa siguiente. ¡Y despertarlos a todos a tiempo para llevarlos hasta la salida! Las clasificaciones tardaban mucho en salir porque todo se hacía a mano-

Al día siguiente, hacia Gales, donde se efectuaba la media parte en Llandudno, con un pequeño alto de un par de horas para cenar y enviar crónica. Aquí se disputaba el único tramo de asfalto de la prueba, una carretera que bordeaba y contorneaba la pequeña península, en realidad un peñón.

Y poco después empezó mi noche terrorífica. Pepa tenía un problema en el alternador de su Opel. Se comía las baterías incluso si no ponía toda la batería de faros que llevaba. Había que comprar baterías, pero a las 2 de la madrugada en el Gales profundo no era nada sencillo. Por fin encontré una gasolinera que tenía dos o tres y las compré todas. Gracias a eso pudo seguir en carrera.

Bilo no tuvo tanta fortuna. Rompió durante la noche. Se quedó tirado y sin radio no podía avisarnos para que fuéramos a recogerle. Le salvó un aficionado que le llevó a su casa en el Porsche con el que seguía el rally, despertó a su mujer para que, en plena madrugada, improvisara una cena y los devolvió a York, tras un segundo viaje de 150 kilómetros, y además se había ocupado de avisar a la grúa.

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Sorprendente para nosotros, pero habitual, por entonces, en la prueba. Lo comprobamos el último día. Pepe ya había abandonado y decidimos ir todos a ver a Pedro, el único que seguía en carrera, a un tramo. ¡Nos quedamos sin gasolina! Bueno, me quedé, porque era yo quien llevaba el coche. Estábamos sobre una cinta de asfalto en medio de la nada hasta que al cabo de 30 segundos pasó un coche. Me llevó hasta la gasolinera más cercana, a unas 40 millas –unos 64 kilómetros–, donde pude colocar unos 20 litros de gasolina en un par de bidones y cuando estaba ya a punto de llamar por teléfono ,un taxi me dijo que ni hablar, me devolvió al coche desandando el camino porque él vivía muy cerca de donde había sufrido ¡la avería del pobre!

Vimos a Pedro... pero antes a todos los ases. Recuerdo que veíamos a los coches, al anochecer con las luces, salir de detrás de la ladera en la parte opuesta del valle y bajar una zona que si no era recta poco le faltaba, y perdíamos un momento las luces para volver a verlas unos segundos después pero habiendo girado 90 grados para proseguir el descenso, antes de cruzar el valle y ascender hacia donde estábamos nosotros.

Mi recuerdo no es visual sino 'de oído'. Sonido de motor, cresta, aceleración... Las luces que se pierden y un terrible estruendo seguido del silencio más absoluto. Se había colado en la frenada del ángulo recto y había chocado contra toda una serie de troncos recién talados. Nunca supe quién fue el desafortunado.

Y explicando esto se me revuelven las tripas viendo en el 'rallysprint' que se ha convertido ahora por obra y gracia de los promotores del mundial y la FIA. Pero esto es otra historia.

Rally
1 comentarios
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09 Oct 2018 - 11:51

Muy chulo el artículo, toda un experiencia el haber podido vivir algo así. Es una pena que en algunas cosas hayan cambiado tanto los rallys.

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