El viaje de Fernando Alonso (parte 1)

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José M. Zapico
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21 Nov 2016 - 10:01

Un viaje siempre es el pasaporte para un cambio. Bueno… menos cuando es en ambulancia, pero Fernando Alonso no hizo aquel trayecto en una, sino en un Peugeot 306 blanco acompañado de su por aquel entonces mánager Adrián Campos. El de Alzira quiso ver en acción al reciente Campeón del Mundo de Karting tras descubrirle en una carrera de exhibición en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Le había invitado a presenciar la última prueba del Open Nissan, con Marc Gené ya título en mano. 

De todos los invitados, el timidísimo asturiano fue el más silencioso en la fiesta de entrega de premios en la sala principal del Meliá Castilla. Durante la actuación había uno que bufaba y se maravillaba de aquellas bailarinas vestidas como las botellas de Tío Pepe —pantalón negro ajustado, camisa blanca, chaquetilla roja y sombrero cordobés–. Era Ermanno Cuoghi, el que fuera mecánico de Niki Lauda en Ferrari y que Campos fichó como responsable técnico de su formación. Cuoghi, al que llamaban Asterix por su poblado bigote blanco caído, estaba ya más cerca de los 70 que de los 60 pero mostraba una vitalidad y energía envidiables. Testigo de la escena fue uno de los monoplazas de campos, el del Campeón ya con el número uno pintado en su morro, que los chicos del equipo tuvieron que meter en la sala de lado, desplazado lateralmente apoyado sobre sus dos ruedas derechas. Rodando no entraba por la puerta. 

Cuoghi, aparte de esa repentina pasión por el baile flamenco, tenía además una capacidad increíble: leía la mente. Sí, leía la mente de sus pilotos. Cada vez que Antonio García o el propio Alonso durante 1999 se bajaban del coche, a veces resultaban demasiado parcos en palabras o no expresaban el comportamiento de sus monoplazas tal y como les hubiera gustado. Un técnico al uso hubiera mostrado una y otra vez la telemetría a sus chicos sin adivinar qué estaba ocurriendo. A Cuoghi le bastaba con mirarles a los ojos, les hacía cualquier cambio en el coche, y luego iba mejor.

Aquella noche del 8 de noviembre de 1998, Fernando se fue a la cama pronto, al día siguiente saldría para Albacete, el circuito que eligió su nuevo equipo para saber hasta dónde podría llegar. A poco más de tres horas de Madrid, el resto de la expedición llegó ese mismo día para probar durante varias jornadas a aquel silencioso y lampiño chavea que aún no podía conducir coches por la calle de manera legal… pero sí atesorar lo que serían títulos que ni el más ducho de los conductores pudiera alcanzar jamás.

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Justo 18 años y unos días más tarde, el mismo equipo, Campos Racing invitó a este juntaletras a realizar algo parecido: subirse en el coche que había ganado un título unos días antes, El Virutas se disfrazó de Alonso. Si el-más-tarde bicampeón del mundo lo hizo gracias a los patrocinios de la Comunidad Valenciana, Leaseplan o Bancaja, al que esto escribe le esponsorizó el rent-a-car Goldcar, principal pastaponedor del equipo de Campos. Sin ellos, no habría fiesta, y estos han entendido que la mejor forma de transmitir lo que hacen es que lo experimentes tú mismo.

Si el de Oviedo se subió en un Coloni-Nissan nacido en el 98, a Virutas le tocó hacerlo en el remedo de Fórmula 3 que ganó en manos de Leonardo Pulcini el título del European Formula. La categoría impulsada por Jesús Pareja no puede ser denominada Fórmula 3 por no plegarse a la reglamentación estricta impuesta, pero los coches son prácticamente iguales. Monoplazas fabricados por Dallara con motor dos litros de origen Toyota, 235 caballos, sin telemetría pero con adquisición de datos, cambio de seis marchas por levas…

No era el único invitado aquel día, habría otros, periodistas del motor imaginé de manera equivocada. Donald Trump achaca su victoria electoral para heredar el trono de Barack Obama a su expansión a través de las redes sociales. El nuevo periodismo llega por Internet y no basta con contar cosas, sino añadirle un extra multimedia, un toque de espectacularidad o algo de sabor personal. Técnicamente una viruta es una antigualla mediática. Un texto pelao se verá dentro de poco como hoy miramos a los papiros de los faraones egipcios. Ahora hay que hacer otras cosas si quieres avanzar.

Así que oteas el horizonte, y ves pocas caras conocidas porque casi nadie es 'del motor'. Asoman dos tipos vestidos en chandal, con piercings, los pelos azules y unas inevitables gafas Hawkers con cristal de espejo. Son muy salados y entablas charla con ellos.

—¿Youtubers, no? —interpelas con aires de superioridad.

—Sí, eso es. —responde Leo, el más alto.

—¿Y tenéis muchos seguidores? —preguntas con ganas de sacar como tarjeta de presentación los casi 37.000 fologüers que tienes tú cuenta de en Twitter.

—Bueno, no muchos, 400.000 o así… —Enorme baño de humildad y me pregunto dónde venderán ese tinte azul.

Tras un briefing técnico donde aprendes algún truco que desconocías, charla del propio Campos, y pasas rápidamente a la acción con pilotaje de un Seat León de 300 caballos como los que disputan la copa del mismo nombre o el TCR. Este tipo de bólido son coches de serie, construidos en la misma cadena de montaje que el que te puedas comprar en un concesionario, pero que en algún momento han detenido su construcción. Generalmente el chasis suele ser el mismo que puedes llevar por la calle, y con frecuencia también el motor, pero de acuerdo con la reglamentación del trofeo que vaya a disputar se saca de la producción normal y se lleva a un departamento específico donde se le ponen las piezas concretas. Suelen ser suspensiones, escapes, ruedas, la jaula de seguridad hecha con tubos de acero, alguna modificación en el propulsor, los asientos y el volante de carreras. Entrar en el coche no es apto para enfermos de artritis. En la operación consigues sin dificultad golpearte con todas las partes de tu cuerpo: rodilla, cabeza, codos… Te encajas en el exiguo asiento y lo último que piensas es en la comodidad y más como huir de allí en caso de que la líes parda. La sensación es la misma que cuando te 4 sientas bromeando en la silla de ruedas de tu sobrino. No es que falte asiento, es que sobra tío.

El León tiene el selector de marchas automático secuencial y puedes usarlo manualmente o como si fuera un kart… un kart de 300 caballos. En pista se comporta con nobleza, frena como si tuvieras un ancla y lo más impactante es el bramido de su motor. Es como si estuvieras montado en una nube sonora, un terremoto que se mueve debajo de tu culo. No se maneja como un monoplaza, la técnica a aplicar requiere frenar mucho antes de entrar en curva y pasar por ellas mordiendo los pianos. Al final, el monitor te suelta una frase que te hace sonreír relacionada con tu desempeño, "pero lo conduces como un monoplaza, ¿tí tienes experiencia con ellos, verdad?". La respuesta es no. El piloto accidental sonríe y pone cara de gamberro mientras el monitor arquea las cejas.

En el mismo sitio y 18 años antes los que arquearon las cejas fueron todos los integrantes de la escudería Campos cuando en al acabar los tests con Alonso, los tiempos no eran muy distintos de Marc Gené, campeón de la categoría de ese año. Antes, en la primera jornada, el asturiano se liaba con el cambio de marchas, le costaba trabajo comprender las inercias del Coloni y protagonizó tres salidas de pista respetables. Una de ellas destrozó el coche por el lado izquierdo. Ala delantera, trapecios, pontones… Fernando estaba avergonzado. Los mecánicos se las prometían muy felices porque esa noche coincidía con unas fiestas en Albacete y querían ir a tomar algo. Después de aquel accidente, supieron que tendrían que quedarse trabajando hasta muy tarde para dejar listo el coche si querían verlo rodar al día siguiente.

Alonso se acercó con timidez a Fernando Perea, muy popular en el paddock con su cabeza pelada y el gracejo malagueño grabado en su habla.

—¿Te ayudo? —Le dijo en voz baja, casi susurrando.

—Deja, vete pallá, no quiero verte por aquí… —Medio en serio, medio en broma, ésa fue la respuesta ante el desaguisado y las horas extras nocturnas recetadas tras el sartenazo.

Unos meses después, Alonso, un desconocido en el mundo de la velocidad con letra alta pudo con todos en la carrera del domingo de la primera cita del Open Nissan. Muchos aún se rascan la cabeza de cómo lo hizo. Al acabar aquel año, en la prueba que le otorgó el título en Valencia, el mecánico que más lloró de emoción, el que le manteó tras el podio, el que más jaleó a Fernando fue su tocayo malagueño, Fernando Perea, el primero con el que tuvo el aquel box de Albacete. Alonso se lo ganó, luego se ganó al equipo y al final les ganó a todos.

Como decía el malo en la película Prometheus, "todas las cosas grandes empiezan por algo pequeño". De lo que no decía el malvado androide era del viaje que se pegaron para llegar a donde ocurría la acción de la cinta. Siempre pasan cosas cuando se viaja.

Continuará… 

Virutas de Goma
Fernando Alonso
3 comentarios
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Sakhir
24 Nov 2016 - 17:16

El eterno viaje al un tricampeonato que nunca llego ni llegará jamas.

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Carbo
24 Nov 2016 - 00:13

En la operación consigues sin dificultad golpearte con todas las partes de tu cuerpo: rodilla, cabeza, codos...

Un crack! Me gustaría q contara de dónde nutre su anecdotario...

23 Nov 2016 - 14:40

Nos dejas en ascuas!!

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