¿Por qué 'somos' de un equipo?

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José M. Zapico
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20 Abr 2017 - 19:53

Dicen los más espabilaos que el ingeniero último del universo fue muy listo y nos puso por encima de todo la cabeza, el cerebro, la CPU que rige ideas, pareceres y entendederas. Es por eso que a veces nuestra mente, el que la tenga, pone freno a los desmanes que nuestra pasión comete. El problema es que encontrar el equilibrio entre lo que dicta el corazón con lo que nuestras meninges emanan a veces es complicado, y en esto de entregar nuestro querer no hay regla que valga. El rojo nos llama como el capote al toro y es Ferrari la que desata las mayores pasiones en la Fórmula 1. Los británicos, de sangre más tibia, beben los vientos por McLaren y Williams, y de manera puntual se calientan con algún tercero como cuando Brawn GP vendió 130.000 gorras en tres días. En Suiza es muy complicado ser de Sauber porque las carreras están prohibidas y sus coches malamente pueden ni siquiera rodar legalmente por las calles de Zúrich. Los franceses se matan por Renault y obviamente sacan pecho cada vez que un rombo cruza la meta aunque el D’artañán que lleve al volante sea de otras latitudes, pero cada cual es muy dueño de querer o desquerer a quien le plazca.

Verano de 2007. Hotel Gran Meliá Caracas, piscina de la terraza, a media mañana. Es demasiado pronto para devorar el colorido sushi que preparan al otro lado de la azotea, y el segundo daiquiri empieza a soltarle a uno la lengua. Metros más abajo los coches transcurren con densidad por la Autopista Francisco Fajardo y la Troncal 9, y un grupo de ingleses alborotan el ambiente cerveza en mano. En la hamaca de al lado mi chica acababa con su mojito. El madrileño con el que coincidimos en el hall del hotel la noche anterior es deportista, relacionado con el mar, fue campeón de algo y de la que pasa me espeta a modo de continuidad de una charla previa:

—Ese tío, el Alonso ese, es un gilipollas.

—¿Sigues convencido, no? —Respondí sin mover un músculo.

—Si, es fácil ser Campeón del Mundo de algo, pero no puedes comportarte como él.

—¿Pero le conoces, le has tratado? —Le repliqué arqueando las cejas bajándome las Ray-Ban sobre la nariz.

—No, pero me basta ver su actitud, no se puede ir así por la vida. —Dijo con aplomo.

—¿Como es "así"? Parece que lo conoces.

—No, no le conozco, pero yo lo sé.

Estaba completamente convencido de sus sensaciones y es algo que no puede discutir; equivocadas o no eran legítimas, eran las suyas. Es inevitable causar una impresión cuando eres una figura pública, y este debió detectar algo que le hizo pensar esto. La incruenta discusión duró dos daiquiris más, pero no pude convencerle de lo contrario, no hubo manera, roca pura.

¿Que nos impulsa a definir nuestra atracción por unos u otros?

No es el color, ni sus logros. No es su tecnología, ni la sede que habitan, ni por la marca que tiene detrás. Cada cual encuentra respuesta y justificación a lo injustificable, porque si es justificable no es una pasión. La explicación es sencilla: nos rendimos ante unos colores por cómo se comportan ante el triunfo y la derrota. Cada cual encuentra algo, un detalle, un gesto que le hace dar con la tecla adecuada que arranque su motivación personalizada. Es como cuando te enamoras. Siempre hay un día que encuentras algo que define a la persona y ves algo más allá de un cuerpo para tocar su alma.

Virutas siempre estará con los equipos pequeños. El tesón, la energía, y el calor con que tratan su tarea es titánica; es el enano que quiere ganar a los pívots de la NBA. HRT, Manor, Caterham, o Minardi son ejemplos, pero... hay uno, un equipo, que arrebató el alma del que esto escribe el día que descubrió algo.

El protocolo internacional, oficial o de empresa, indica que el comportamiento idóneo para con tus invitados es hacerles sentir más importantes que tú. Es una regla que se sigue en eventos de todo tipo, y que no todos conocen pero es lo debido. Williams se ganó un pequeño espacio en mi corazón con su comportamiento en cierta ocasión.

Cuando a mediados de los 90 Jean Todt se hizo con la dirección de Ferrari causó un pequeño terremoto. El galo sí era un tipo de las carreras pero no de la Fórmula 1. No fue tomado como un arribista, ni mucho menos, sino más con expectación y un "a ver que hace". Puso firmes a todos en su equipo, que había pasado por un periodo de caos y descontrol con una galopante escasez de triunfos durante muchos años. Todt, con su rictus adusto e inexpresivo, parecía sacado a lazo del museo de cera de Madame Tussauds. Llevaba puesto de forma permanente un grueso jersey del equipo aunque se corriese en pleno desierto de Arizona en pleno agosto. A pesar de ello, y de que los logros tardaban en llegar, se granjeó rápidamente el respeto de todos y el reconocimiento de sus homónimos.

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Frank Willams, Jean Todt y Patrick Head (de espaldas), durante el GP de España 1998 

 

Frank Williams, Sir Frank, decidió invitarle un día a una comida 'íntima' en la sede de su equipo en Grove. Los empleados desalojaron una zona de trabajo, una suerte de nave industrial que acicalaron para el pequeño evento, casi familiar. Montaron una mesa para apenas media docena de comensales en el centro de la estancia. Desde una visión cenital parecerían hormiguitas en la inmensidad de un espacio que en la actualidad se usa como centro de congresos y celebración de eventos, bodas incluidas. Justo delante tiene ese icónico arbusto de boj que representa a unos mecánicos en pleno pit-stop alrededor de un monoplaza vegetal.

La sorpresa, el botón que Sir Frank tocó en el teclado oculto del que esto escribe reside en algo pequeño, casi barato, pero con lo que se podría definir el alma de Williams. Todt aterrizó en Stanstead, el aeródromo que suelen usar los jets privados, y acto seguido se subió a un helicóptero. La sorpresa, el detalle, el eje de esta pequeña historia, llegó cuando desde el cielo, al más alto responsable de la Scuderia, el aparentemente frío gabacho rector de los designios de Maranello vio como absolutamente todos los palos de las banderas presentes en el recinto de su contrincante estaban sujetando una enseña de Ferrari. El mensaje era claro: mi casa es tu casa, te abrimos las puertas no como invitado, sino casi como copropietario de lo mejor que podemos poner a tu disposición. Todt sonrió suavemente cuando estrechó la mano de Sir Frank en la puerta del edificio, pero no pudo evitar girarse para ver más banderas rojas que en sus propios dominios. Williams rindió homenaje al 'Cavallino' poniéndole por delante de la imagen propia. Eso es elegancia, eso es educación, eso es respeto, y eso es valor hacia el ajeno. Por esto me hice de Williams. Por esto, no por las cosas que hacen para si mismos, sino o por las que hacen por los demás. 

13 comentarios
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20 Abr 2017 - 20:48

El articulo muy bueno. Lo que no me parece bien son los textos alojados en los bocadillos de la imagen hacia esa dos mujeres asiáticas. En el artículo hablas de que llevan a hablar de "x" ciertas personas y eres tu el primero que piensa, de una forma jocosa y a la vez hipócrita de que ellas hablan así. solamente es una opinión. Sin acritud.

20 Abr 2017 - 20:33

Cada uno tiene sus razones; por eso acepto las opiniones de todos, suelen ser producto de la información que tienen y aplican sus propios criterios. Es una pena que muchos no acepten las opiniones de los demás. También te digo otra cosa: el tiempo pasa, se curan las heridas, y las malas pasadas se tienden a olvidar. 

20 Abr 2017 - 20:31

Hola Virutas. Qué bueno volver a leerte...
Pensar que yo me des-hice de Williams por aquel cartel Jones/Reut...
Si Frank hubiera tratado al Lole como a Todt, qué distinto hubiera sido aquel año...
Saludos.

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