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La eterna amenaza roja: Ferrari y sus adioses a la F1

José Miguel Vinuesa
09/01/2018 12:11

La historia es cíclica y acaba por repetirse. A veces con ligeros matices diferentes, pero con una base que siempre nos recuerda a momentos pasados. En el plano de la Fórmula 1, hay uno de esos momentos que siempre vuelve, y es el de la amenaza de Ferrari de dejar la competición. A veces el dardo es más serio y otras es mucho más endeble, enmascarado en una lucha por la preeminencia en el peso político de la categoría.

Generalmente, la amenaza ha venido de la mano de cambios reglamentarios que la Scuderia ha considerado perjudiciales para sus intereses, bien sea por no tener una tecnología suficientemente competitiva para las nuevas normas, o bien porque la que tenían en su momento era tan efectiva que se negaban a perder su posición en la cúspide de la competición, o cerca de ella. A veces se han solventado con mejores beneficios. Sin embargo, deberíamos recordar que no siempre han sido faroles sin sustancia.

Por ejemplo, la primera vez que Ferrari se planteó acabar con todo no tuvo que ver con normativas, motores o dinero. Fue por la muerte de su hijo Alfredo 'Dino' Ferrari en 1956, algo que como es comprensible marcó sin remedio la existencia de Enzo Ferrari. En los días y semanas posteriores a la pérdida de su vástago, el fundador de la compañía hizo una absoluta dejación de funciones empresariales e incluso personales –su barbero, que acudía puntualmente cada mañana, no lo visitó por días–, mientras reflexionaba seriamente sobre acabar con toda la fantasía de los coches y las carreras, que ningún sentido vital tenían sin lo más querido para un padre. Por fortuna para la historia, 'Il Commendatore' acabó sucumbiendo a su amor incondicional por el automóvil.

Poco después, otra tragedia le supuso un nuevo punto de inflexión en su relación con el automovilismo. Fue por el accidente mortal de Alfonso De Portago y su copiloto Edmund Nelson durante la Mille Miglia de 1957, en la que fallecieron además diez espectadores y hubo múltiples heridos. Tanto el público como la prensa se lanzaron a culpabilizar a Ferrari por el accidente, las carreras se catalogaron como un espectáculo sangriento e incluso El Vaticano abogó por el fin de las carreras. De hecho, el gobierno prohibió la Mille Miglia y Enzo Ferrari se vio en el ojo del huracán y con un proceso judicial que sólo en 1961 vio cómo su nombre y su equipo quedaban fuera de toda responsabilidad en el trágico accidente. Durante ese tiempo, aunque convencido internamente de su inocencia, Ferrari valoró echar el cierre. Entre el adiós a Dino y el asedio de media Italia, la paciencia se había agotado. Fue una cuestión de fe en su trabajo, en sus hombres y en su tecnología lo que le hizo resistir hasta quedar absuelto y poder volver a alzar la cabeza con vehemencia.