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Almacén F1

Momentos para alcanzar la gloria

Abu Dabi coronó bicampeón a un Lewis Hamilton magnánimo e intratable
La fortuna se tornó cruel con Rosberg, a quien la fiabilidad dio la espalda
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José Miguel Vinuesa
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25 Nov 2014 - 21:17

Nico Rosberg colocó meticulosamente su coche en la posición de la pole del circuito de Abu Dhabi. Inmediatamente después, Lewis Hamilton se posicionaba segundo, en el límite de las líneas marcadas. Había llegado el momento. Todo estaba listo para la gloria o el fracaso.

Nico observa un semáforo en el que se enciende la primera luz roja. Aquél inoportuno cambio roto en Silverstone. Respira. Segunda luz en el semáforo. El maldito toque con Lewis en Spa y todos los abucheos posteriores en el podio, toda aquella presión encima suyo. Tercera luz roja. Las dos pasadas de frenada en Monza, siempre en el mismo punto, allanando el camino a Lewis. Un parpadeo. Cuarta luz en el semáforo. Un coche que no quería arranca en Singapur. Traga saliva. La quinta luz roja. Sucumbir a la presión y los ataques de Lewis en Japón y USA. La clamorosa pasada de frenada en la primera curva de Rusia. Latidos resonando en la cabeza. No cometas un error. Tensión.

Negro.

Lewis observa un semáforo en el que se enciende la primera luz roja. El motor roto en la carrera inicial de Australia, con todo a favor. Segunda luz. Aquélla bandera amarilla llegando a Mirabeau provocada por Nico en clasificación, y el enfado posterior. Un parpadeo. Se enciende la tercera luz. Los frenos rotos en Canadá, el mismo problema en la clasificación de Alemania, el motor en la de Hungría, y todas las dudas sobre la fiabilidad. Aprieta con fuerza el volante. Cuarta luz en el semáforo. El maldito toque de Nico en Spa, la ofuscación, la rabia, el Mundial que se escapaba. Quinta luz encendida. La salida de pista en Brasil y el derroche de velocidad posterior para no poder pasar a Nico. Latidos resonando en la cabeza. No cometas un error. Tensión.

Negro.

Nervios alterados. Nervios metalizados. El humo de unas ruedas que patinan más de lo necesario frente al sincronismo perfecto entre embrague y acelerador. Rosberg sólo ve una mancha plateada que adelanta por la izquierda. Lewis. Es Lewis. Que se encarama al liderato en los primeros metros, mientras que una mancha blanca invade todo el retrovisor de Nico. Un Williams presiona. Hay que resistir. Hay que luchar. Recomponer la situación. Más presión.

Pero Lewis se escapa apenas lo justo. La diferencia exacta entre un pilotaje excelente y otro sublime. Intratable. Carácter forjado, la experiencia adquirida en las lides de jugarse un título en la última prueba. Un bicampeonato por conseguir en el horizonte, trabajado a fuerza de no rendirse ni siquiera en los peores momentos, cuando la ventaja de Nico era grande, casi insalvable.

Nico aprieta. Intenta aferrarse con el pie derecho y la suavidad de sus manos a una posibilidad que se desvanece. Décima a décima, el alerón gris se aleja. "No power". Aprieta el acelerador en busca de la potencia del motor, pero no encuentra la respuesta acostumbrada. Un golpe demoledor. Necesitaba un fallo o un problema de Hamilton, no uno en su montura. Una voz desesperada en la radio que no obtiene la concreción de su ingeniero para encontrar la solución. Porque no la hay. Ese alerón se aleja llevándose con él todas sus escasas opciones.

Lewis mira el retrovisor. Nico se va convirtiendo en un punto minúsculo hasta que desaparece para siempre. La radio emite un mensaje: "Massa es segundo". Está hecho. Conserva el coche. Mímalo, ni una frenada brusca, evita los pianos, se pulcro en la trazada. Nada puede separarte del objetivo.

Nico cae en la desesperación. ¿Cuántas veces se está en disposición de ganar un título?. Uno nunca sabe. ¿Y cuándo empezó a perder este título? Le pasa otro rival. ¿Fue en Bélgica? ¿Cómo pudo perder toda aquella ventaja? Spa, maldito roce. Maldita presión y maldita reacción de Lewis. Pero espera, esto es una carrera. "¿Tengo opciones de quedar entre los 5 primeros? ¿Dónde estoy?". No te rindas, nunca dejes de luchar. Un problema similar en el coche gemelo y puede haber una opción. Otro coche que pasa. Desesperación. Una salida de pista porque ya falla hasta el alerón trasero. Sólo queda el honor, la dignidad, recomponerse y mantener la cabeza alta por no rendirse jamás, seguir en pista hasta el final. Es momento de ser un contendiente íntegro. Un competidor soberbio hasta el último instante. Sólo queda no ponerle las cosas más fáciles aún a Lewis. Pero los ojos de Nico en la cámara de televisión reflejan la caída en el vacío de la clasificación, la mirada perdida curva tras curva.

Lewis avanza, controla la carrera. Massa es una amenaza que no le preocupa. Quiere ganar, hacerlo a lo grande, a su estilo. Pero, ¿y si llega? No te ofusques: que pase. Pero no va a llegar. "Ritmo de 47 bajos, Lewis". Mirada al frente, un objetivo que se acerca. En la lejanía, un alerón con una publicidad y un color familiar. No puede ser. Nico. Doblado. Humillado por las circunstancias, por la traición mecánica. Así son las carreras. Por un momento, cruza por la mente de Lewis un temor. Un toque. Una jugarreta. Es sólo un instante fugaz de manía conspiranoica. No, Nico no es así. Spa fue un error de cálculo, no una acción deliberada. Lewis pasa. El Mercedes número 6 se vuelve a hacer minúsculo en el retrovisor. 

El Mercedes número 44 vuelve a perderse en la lejanía. Otra vez. ¿De dónde surgió este Lewis intratable, demoledor? ¿Cómo fui perdiendo la ventaja? Peor, ¿cómo perdí mi aplomo en pista? Estaba siempre ahí, y si no ganaba, le apretaba. Cimentaba sus opciones al título. Hasta que todo se evaporó. Nico mira al horizonte. Una recta interminable que parece no acabar nunca. Otro coche que le adelanta. Uno de los coches más dominadores de la historia arrastrándose por la pista en el día menos indicado. Rosberg sigue. No hay alternativa para un piloto mientras el coche no exhale su último aliento. Mientras queden vueltas, hay carrera. Es una esperanza vana. El sueño se escapa.

Latidos de emoción. Latidos de decepción.

Lewis Hamilton cruza la línea de meta. Objetivo cumplido. Una conducción sin un solo error, más perfecto que nunca en el día de mayor tensión. Un año duro, muy tenso, de gestión extremadamente compleja, en el que los pequeños detalles marcan la diferencia. Y ahí ha surgido la exquisitez de Hamilton: un piloto de talento sublime especialmente después de Bélgica, cumpliendo con su promesa: "a partir de ahora, hablaré sólo en la pista". Una recta final impecable, autoritaria. Pequeñas grietas de rendimiento que ya no generan desequilibrio emocional, nerviosismo, errores. Ya no es el Lewis que se descompone en mitad de la furia. Es el Lewis que canaliza su rabia y su frustración en un pilotaje perfecto. Control sin perder un ápice de su estilo. ¿Pole de Nico?. Carrera de Lewis. Adelantamientos agresivos dentro del margen. Martillo en los tiempos. Pensando despacio cada movimiento. 

El último campeón con un coche de Stuttgart mira desde el Olimpo a su sucesor en la gloria de la empresa. "Para ir deprisa, hay que ir despacio", repite Fangio ante una ilustre audiencia de campeones y talentos. 

Despacio. Así vuelve Lewis camino del podio. Victoria 33. Bicampeonato del mundo. 

Despacio. Así vuelve Nico camino del parque cerrado. Cabeza alta. Estuvo cerca y no se ha rendido nunca. Un subcampeonato de un nivel muy alto. Guarda su amargura y sube las escaleras hacia la antesala del podio. Lewis merece ser felicitado. Rivales. Compañeros. Amigos de la infancia. Hay rencillas que deben olvidarse. Es importante ser deportivo, asumir la derrota, reconocer los méritos del vencedor. Y el año que viene intentar el asalto, eliminar debilidades, fortalecer virtudes.

Lewis y Nico se miran a los ojos, incluso se sonríen. Reconocen la lucha, el esfuerzo, la grandeza mutua. Lewis debe pensar que Nico no merecía no poder competir, no tener la oportunidad de ponérselo difícil. Podría haberle tocado a él. Así son las carreras. Pero al final, siempre gana quien más lo ha merecido durante el año.

Lewis se baña en champagne mientras Nico sorbe alguna bebida reconstituyente y atiende a la prensa. Se oyen de fondo las palabras de Lewis en el podio, que está pletórico, emocionado. Hamilton mira a su familia, se abraza con un Toto Wolff sonriente. Y se sienta en el escalón que más veces ha pisado este año a respirar el aroma de la gloria. Cierra los ojos para capturar un momento de felicidad plena. Oscuridad. Un semáforo en negro, apagado. Latidos resonando en la cabeza. 

El Gran Premio de Australia no está lejos.

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2 comentarios
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27 Nov 2014 - 16:10
Excelente artículo...!!!
25 Nov 2014 - 22:16
ESPECTACULAR!!
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