El Dakar desde dentro: Arabia, ¿aventura, carrera o puro negocio?

El Dakar comenzó cuando Thierry Sabine, un aventurero francés, se perdió en el desierto disputando un raid en el año 77. Tres días más tarde, una cruz de piedras que marcó en el suelo señaló su ubicación a un avión de búsqueda y fue rescatado. En esos días se le ocurrió que su aventura podría ser la de muchos, así que empezó a organizar una carrera: el París-Dakar.

DE AVENTURA A CARRERA

Durante años, decenas de locos con sus viejos cacharros se fueron a África a vivir la aventura con un Renault 4 o con un Rolls Royce. Entre ellos, el hijo de la primera ministra del Reino Unido Margaret Thatcher, Mark Thatcher, que en la edición de 1982 estuvo seis días perdido en el desierto…  medio mundo buscándolo. La organización lo encontró sano y salvo, pero todo el planeta escuchó a hablar de ‘eso del Dakar’, y también las marcas de coches. Además, con la salida el 1 de enero, no había ninguna carrera para entretener a los aficionados y aquello fue creciendo.

EL FALLECIMIENTO DE THIERRY SABINE

Thierry Sabine no tuvo oportunidad de verlo. Falleció en un accidente de helicóptero en plena carrera en 1986, pero su espíritu y la carrera siguieron, y con ellas la llegada de los equipos oficiales: Peugeot con sus famosos 205 primero y 405 después, Citroën con los ZX, los japoneses de Mitsubishi, siempre enamorados del Dakar… y con ellos muchos de ellos españoles. Miguel Prieto se empeñó desde los años ochenta, con Nissan y Mitsubishi, y fue segundo en 1999, pero la especialidad española fueron las motos, donde era más fácil buscar el dinero para poder ‘hacer el Dakar’. 

ADIÓS A ÁFRICA

Y todo iba bien hasta que el Dakar empezó a mover mucho dinero: incluso la organización dejó de llamarse Thierry Sabine Organization –TSO– para llamarse ASO. El objetivo, como el de todos los organizadores del deporte del motor, era ganar dinero, y la salida del Dakar desde París era, para la ciudad, muy incómoda al tener que cortar cada vez más terreno de los Campos Elíseos para aquellos locos, así que la ‘problemática’ salida empezó a venderse al mejor postor: el París-Dakar pasó a ser París-Granada Dakar, Granada-Dakar o Lisboa Dakar. A los equipos les pareció bien porque recorrer media Europa en pleno invierno hasta llegar al desierto era una paliza grande, especialmente para las motos preparadas para las dunas.

Ya en África, mientras algunos recibían el Dakar como agua de mayo, a otros no les pareció muy bien, y las amenazas terroristas terminaron cancelando la edición de 2008 y poniendo en peligro la continuidad de la prueba. El Dakar encontró primero cobijo en Sudamérica, con los increíbles desiertos de Argentina, Chile, Perú o Bolivia acogiendo la prueba, y desde 2020, en Arabia Saudí, donde se dan todas las cualidades necesarias para que el Dakar esté aquí muchos años: dunas, pistas, arena, facilidades logísticas y… dinero. Arabia es el último de los países del Oriente Medio que quiere incorporarse a la dinámica de darse a conocer por medio de eventos deportivos; no en vano, allí se celebra, gracias a la mediación de Gerard Piqué, la Supercopa española hasta 2029, pero esa es otra historia.

La aventura sigue presente, pero se ha perdido aquello de ir desde la ‘civilización’ de París hasta el Lago Rosa de Dakar, verdadero final sanador para los locos que completaban la prueba. Incluso en Latinoamérica se iba de un lugar a otro recorriendo diferentes pueblos, culturas y lugares. Aquí todo tiene inicio y fin en el mismo sitio, algo que no pasaba en África, donde el objetivo era llegar a Dakar.

SOBRE TODO, UNA CARRERA

Que es una carrera es indudable: este año nada menos que tres equipos oficiales pelean por la victoria con un cuarto que vamos a llamar semi-oficial: Toyota, presente desde hace bastantes años y que recogió el testigo de Mitsubishi como marca japonesa en el Dakar, Ford, con un flamante nuevo equipo de cuatro coches, Dacia, con Prodrive y dos pilotos estrella, y X-Raid, con Mini, también muy arriba en la clasificación diaria con su formato carreras-cliente. Y corren mucho, muchísimo, no hay más que volver a ver las imágenes de Sainz a 185 por hora, sin parabrisas, tapándose el sol con una mano y conduciendo con la otra.

TODA UNA AVENTURA…

Pero el Dakar sigue siendo también la gran aventura del motor del siglo XXI. Una lucha contra los elementos, contra el cronómetro y contra uno mismo, después de horas y horas al volante o al manillar. Una aventura que puedes correr con un Citroën 2CV en la categoría Classic o con un coche comprado al equipo oficial Toyota, por ejemplo. Una aventura en la que luchan por la victoria un príncipe árabe como Nasser Al-Attiyah frente a leyendas del automóvil como Sainz o Loeb.

…Y TAMBIÉN UN NEGOCIO

También es un negocio, no cabe duda, y lo decimos después de haber dormido en unas jaimas a pie de pista alquiladas por la organización a las empresas que llevan invitados con su cátering premium enmedio del desierto. El Dakar es una excelente promoción para un país que poco a poco abre sus puertas, y la organización sube cada año los precios de todo: inscripción de los equipos, camiones de asistencia, motorhome, coches de asistencia… se paga por todo, y aún así el Dakar sigue creciendo y, a las marcas de 2025 se sumará, aunque con coches de calle, los Land Rover Defender en 2026.

El Dakar, el mismo que nos ha dado siempre tantas alegrías y que este año se ha mostrado tan duro para los pilotos españoles, es una aventura y es un negocio, pero en el camino ya no permite transitar por diferentes culturas y maneras de ver el mundo. ¿Volverá el Dakar a África? Mientras Arabia patrocine el raid, seguro que no pero, nunca se sabe y quizá volvamos a escuchar aquéllo de “c´est l´Afrique, patron”