Visión nocturna

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José M. Zapico
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09 Mar 2017 - 12:27

Cae la noche en la Fórmula 1. El sol acaba su turno, las temperaturas bajan y las sombras se alargan. Notas el frío, te aprietas el pañuelo al cuello y celebras haber echado un jersey en la maleta. Miras hacia esos soles artificiales de cuarzo que pueblan el paddock de Montmeló y aprecias la humedad a su alrededor, esa nube incolora y vaporosa que delata que sigue siendo invierno. El relente no perdona y empaña los cristales de los motorhomes donde rebosa la actividad. 

Los tests no están regulados por las reglas del Mundial. No hay toque de queda, así que hay que aprovechar. Una jornada de pruebas, sin piñas ni sobresaltos de cierta gravedad, no cuesta menos de 300.000 leuros por equipo. Cuatro días con un par de accidentes leves, algún imprevisto, y te vas con facilidad al millón y medio de factura, así que a cada minuto se le saca partido. La pista se cierra a las seis de la tarde y a Manuel Muñoz, el ingeniero de Pirelli que este año está asignado a Red Bull, le llaman unos amigos "oye, ¿nos vemos a las seis y media?". El barcelonés sabe que acabará como poco a medianoche y sonríe ladeando la cabeza cuando explica a sus amigos lo complicado de la cita. 

Si hubo un tiempo en que una ardilla podía cruzar la Península Ibérica de norte a sur saltando de árbol en árbol, en el siglo XXI ese mismo roedor esciuromorfo podría cruzar el paddock de la Fórmula 1 saltando de generador en generador. Los arrancan nada más llegar y los apagan cuando chapan todo. La corriente que les proporciona el circuito les sirve a los equipos y, de hecho, es la fuente de energía principal, pero nadie está a salvo de un apagón. Si esto ocurre –y ya ha ocurrido alguna vez– se van al carajo ordenadores, sistemas de medida y comunicaciones. Con ello se perderían los datos y eso no tiene ni pizca de gracia.

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Los generadores son el paracaídas que garantizan el funcionamiento permanente de una maquinaria que trabaja 24 horas al día. Cada equipo tiene al menos uno y si te alejas caminando del ruido de uno, poco a poco te aparece el 'taca-taca-taca' continuo del equipo vecino. Añade a esos enormes generadores del tamaño de un contenedor náutico a otros más pequeños que ayudan a sistemas más pequeños. Estos se arrancan y paran de golpe, sin avisar, si los tienes cerca te puedes llevar un susto. En la F1 siempre hay ruido, así que te imaginas a José Coronado con cara de mala leche y melena leonina diciendo "no habrá paz para los somnolientos", mientras apunta al cielo con una pistola de aire de los pitstops.

La luz amarillenta te acompaña por el paseo nocturno, mata la diversidad, resta alegría y el patio trasero de la velocidad se torna en una suerte de polígono industrial noctámbulo sin chicas de alterne. Los sonidos de origen biológico parecen amortiguados, la gente habla en voz más baja que de día y desaparece la variopinta fauna multicolor de aficionados y fanáticos. A pesar de todo, aún queda algún cansino multipesado y jartible que elimina la cena de su plan a cambio de un poco de tinta sobre una foto. Hay media docena de ejemplares de este tipo, angloparlantes todos, a las puertas del motorhome de Mercedes. Sobre las nueve sale Lewis Hamilton, con toda seguridad del debriefing de la jornada. Se para, charla con ellos y se dirige con palabras dulces a un chico cuya existencia le ha empotrado en una silla de ruedas. El tricampeón sonríe con extremada amabilidad y de su boca sale un sincero "qué tal estás-cómo te llamas-has visto los coches hoy-de dónde eres”. La Fórmula 1 dobla su rodilla ante los discapacitados como ningún otro deporte, probablemente porque hay mucho expiloto en circunstancias similares. Es el lado más amargo de la velocidad.

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En el pescuezo de Lewis leemos un tatuaje: "Dios es amor". Toda la mala leche que demuestra sobre el asfalto desaparece y se convierte en la segunda parte de la frase cuando se encara con los menos afortunados por su destino. Olé. Se despide con un "os veo mañana", y desaparece de la escena tras hacerse unas fotos. Los jartibles se quedan absortos y sonrientes mirando sus autógrafos. El de la silla de ruedas mira el suyo, hecho con un rotulador indeleble en sus piernas mecánicas. El que esto escribe vio una vez a Michael Schumacher firmar el salpicadero de un Audi A3 sacado del concesionario esa misma mañana. Cualquier sitio es bueno para almacenar un pedazo de historia.

Entran y salen mecánicos de entre los camiones. Aparecen de la nada, de golpe, al igual que de la misma manera en que desaparecen entre los camiones de enfrente. Algunos susurran más que hablan, algo traman. Hay dos pegados a un remolque de Haas a los que haces una foto, se vuelven y te preguntan que si necesitas algo. "No, no, solo hacía una foto al camión", te deshaces en sonrisas aunque sospechas que estaban maquinando algo que si se conoce les acabará metiendo en un jaleo.

Poco más allá, uno de colorao se apoya en un contenedor con un plato de plástico en una mano y un tenedor en la otra. Devora su cena fuera del comedor del equipo, prefiere el aire fresco y poner sus ideas en orden mientras acaba en solitario con su ración de pasta fresca con tomate frito. Nadie bebe alcohol. Ni un vaso de vino, ni una mala cerveza; solo agua o refrescos.

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Los hay que aprovechan la pausa nicotínica para whatsapear con sus parejas. Alguien con uniforme de Williams se sitúa en un rectángulo de líneas amarillas con un Chesterfield entre los dedos mientras teclea en su smartphone. En la más completa penumbra su cara se ilumina con la luz del teléfono. Sabes que es una chica porque vislumbras una melena rubia recogida en cola de caballo y algunas curvas. Las chicas de la F1 apenas se maquillan. Hay prisas, poco tiempo y la coquetería es secundaria.

Una carretilla elevadora particularmente silenciosa pasa con varios bidones de gasolina. Solo oyes el pitido de alarma que se activa al dar marcha atrás a lo lejos con la maniobra de la vuelta. Pasan fotógrafos con sus enormes lentes blancas, y deceleran su caminar cuando se ponen a la altura de los motorhomes, para echar un vistazo en busca de caras conocidas. Hacen alguna foto con el angular para captar la negrura iluminada por los comedores de la velocidad. Judíos, musulmanes, cristianos, ingleses, hindúes, españoles o japoneses. Hay de todo, así que en el alpiste que les echan ha de haber de todo un poco. Dicen los gourmets del paddock que donde mejor se come es el Renault y Pirelli.

Pasan más mecánicos. Hace fresco pero los hay, y del mismo equipo, abrigados como si fueran de expedición al Polo Norte y a su lado tipos en camiseta y bermudas. Concluyes que 'los frescos del barrio' deben de ser de Bilbao porque rasca hace un taco.

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No paran de pasar empleados de diversas formaciones con carretillas parecidas a las de los butaneros con juegos de neumáticos usados. Persigues discretamente a uno, en plan 007 pero con la cara de Mr. Bean, y te conduce a la carpa de Pirelli. En segunda fila, y fuera del brillo de las escuderías, este proveedor monta las gomas de los coches. Les llevan las ruedas viejas, esperan unos minutos, y se vuelven con las nuevas. Suena música. Tienen un altavoz a un volumen aceptable, ni muy alto ni muy bajo. Nadie habla, todos trabajan en silencio y de manera mecánica. Suena rap, pero cambia la copla y la discoteca donde fabrican las virutas de goma queda invadida por Bob Marley and the Wailers. Alguno sonríe levemente sin levantar la cabeza teletransportado durante un instante a Jamaica y sus vapores. Apostados fuera, mecánicos de distintas escuderías se entremezclan a la espera de que salgan las comandas. Aprovechan para echar un pitillo. Están demasiado cerca de las zonas de trabajo y, aunque no suponen ningún riesgo, los ocultan con la oquedad de las manos o el cuerpo. No se esconden pero es como si no quieran que se supiera, como niños pequeños con los amigos de sus padres alrededor. Si has estado alguna vez en un desfile militar, sabrás que los soldados hacen lo mismo.

En los arrabales de la Fórmula 1 no existe la marcialidad de los relucientes camiones que se limpian varias veces al día, ni sus elementos se alinean con punteros láser, hay otro orden. Mangueras que gotean por el suelo y que forman pequeños charcos, contenedores de basura, manojos de cables, palets metálicos, contenedores aeronáuticos, algún vehículo de servicio, y cacharros con ruedas para llevar cosas de un lado a otro pero no sabes el que. El desorden recuerda a la parte de atrás de un Carrefour.

Pasan dos chicas hablando entre ellas y los fumadores relajan el ritmo de su charla, bajan el tono o hasta detienen sus palabras. Ya lo dijo Ron Dennis: "las mujeres distraen" –a lo que se puede añadir: en lo sucesivo distraerán menos porque cada vez hay más. En la F1 si vales, vales, y da igual en que baño entres–.

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Es la hora de irse, hay cita en la ciudad para cenar en condiciones. En casi total oscuridad y saliendo por el parking suena con eco un "¡hasta mañana, Virutas!". Es Ignacio Psijas que se despide con calidez saludando con la mano mientras tira con la otra de una enorme bolsa de ordenador. Este chileno de mirada limpia, casi infantil, se ha calzado los 11.188 kilómetros –en línea recta– que separan Santiago de Chile de Montmeló para venir a ver los tests. "Lo peor fue la caminata desde la estación de tren hasta el circuito tirando del macuto. Estaba matado del viaje y al final tocó andar, no encontré un taxi".

La Fórmula 1 ejerce de imán planetario para locos de la velocidad de todo el mundo e Ignacio es la prueba de que es posible encoger un océano si de verdad quieres ver los coches. Le miras de arriba a abajo y te hace sentirte un burgués de mierda porque has llegado en un vuelo barato, duermes por la patilla en casa de una amiga y comes gratis en los hospitalities de los equipos. Lo del mérito, la afición, la medalla del amor a la F1 debería ser para pirados como este. En cierto modo, le envidias porque ya pasaste por eso y hoy día no serías capaz de hacer esas cosas. Ese tío ha echado lo que ya no posees, ese valor, esa ambición, ese deseo de vivir a fin de cuentas. Al acabar los tests hará su particular 'Camino de Santiago', el que le lleve de vuelta a casa en la capital chilena, y estate bien seguro que lo hará portando la sonrisa más grande de todo el planeta. Así es como vuelven algunos a casa, felices de haber sido testigos de todo esto, de haberlo tocado, de haberlo olido. Otros ya sólo volvemos cansados. Cosas de hacerse viejo. Lecciones. 

Circuit de Barcelona-Catalunya
Test
Lewis Hamilton
8 comentarios
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13 Mar 2017 - 21:58

Pues muchas gracias, muy amable. Mi madre se pone muy contenta cuando lee estos mensajes. A ver si podemos mantener el interés. A ver si encontramos una buena historia... 

13 Mar 2017 - 15:28

Cada párrafo da gusto leer, pero siempre hay uno por el que te decantas, me guardo el último sobre Ignacio. El loquillo chileno que representa acabadamente al incondicional aficionado que ama y sostiene la F1, pero también ignorado a la hora que los popes del gran circo toman sus decisiones para los invitados vip del paddock....Un saludo Jose Manuel.

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11 Mar 2017 - 10:58

Me encanta leerte.

10 Mar 2017 - 16:49

Me parece que te refieres al inicio de temporada de McLaren-Honda. Si, creo que están mejor de lo que parece, pero desde luego la única palabra que se me ocurre para su pretemporada es: desastrosa. Lo siento, lo siento de verdad, es una verdadera lástima. Ni chistes, ni viñetas, ni risas por mi parte, más bien todo lo contrario. Nadie gana con esto y muchos sufren. Mucho trabajo, mucho esfuerzo, y mucho dinero invertido en algo que no ha funcionado. Una pena. 

10 Mar 2017 - 14:41

Virutas, a eso le llamo ver el vaso medio lleno, opción deseable especialmente si es de fría cerveza. Me temo, y espero equivocarme, que están tan mal como parece. Un saludo

09 Mar 2017 - 19:43

De ninjas? Jajajajajajaja... bueno. Creo que McLaren está mejor de lo que parece y los problemas irán desapareciendo tras las primeras carreras. Son problemas mecánicos tontos, aparentemente. Mal gestionado, pero nada que no tenga solución. Lo de la potencia es otra cosa. 

09 Mar 2017 - 19:11

A falta de donuts que coman Pirelli que este año son más duraderos y así cunde más jajajaja. Muy buen artículo virutas. Coño si hasta me tocó la fibra sensible. Solo faltan los mecánicos de Honda disfrazaos de ninja espiando a los de Mercedes amparados en la oscuridad. Genial de nuevo. Un abrazo

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