Compuestos orgánicos volátiles

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José M. Zapico
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13 Abr 2017 - 15:25

Los olores se diferencian entre si debido a las diversas combinaciones de compuestos orgánicos volátiles que encierran; de su equilibrio deriva el aroma que desprendan. 

En la zona de montaje en la factoría de un equipo de carreras hay muchos olores. Olor a metal, a plástico fundido, olor a nuevo, a materiales quemados, a cobre… pero sobre todo huele a cansancio, a esfuerzo, a ingenio, y a muchas horas echadas. También huele a café de máquina, a latas de refresco y bebida energética vacías, a vasos de plástico con bolsitas de té arrugadas y húmedas. En algunos equipos huele a pasión machacada como el clavo al que un martillo duro y romo lleva aplastando desde hace semanas, meses, años. A esto huele McLaren por dentro. Por eso, el anuncio fue una explosión de humanidad en una atmósfera tintada de lo frío del cristal y el hormigón. Las desmanteladas paredes sin cuadros, carteles, ni fotos, adquirieron de repente un color que no les visita desde hace años. Aparecieron de forma inesperada aplausos, risas y silbidos. Algún puñetazo cómplice un hombro amigo, manos palmeando en el aire, y una atmósfera grisácea y monótona que de golpe se volvió vitalista y alegre... aunque fuera solo por un instante. Pero es que estaban tan faltos de algo así que se convirtió casi en una celebración en si misma a pesar de que no ocurriese nada. 

Todo empezó como empiezan estas cosas en esa entidad futurista que habita en el McLaren Technology Center de Woking. En un chabolo que tiene más de casa-de-malo-de-James-Bond que de fábrica de velocidad los mensajes a sus empleados no son por megafonía, que enturbia la atmósfera sonora, ni con un jefe entrando apresuradamente en los departamentos al grito de "todos abajo que vais a escuchar algo importante", no. La tarde antes todos los empleados recibieron un email con la hora y lugar de la cita, programada para media hora antes del anuncio público. Como se hizo a media tarde, no hubo lugar a chismorrear en el comedor despresurizado, no se hicieron cábalas. "Algún nuevo patrocinador, o el fichaje de algún nuevo directivo", debieron pensar. Los alrededor de doscientos empleados presentes a la hora citada en las instalaciones, ingenieros, montadores, técnicos de diversas especialidades y la gente de marketing, a excepción de los que estaban ya en Baréin, dejaron sus tareas y se arremolinaron alrededor del orador en la zona de montaje de los coches

"Correremos en las 500 Millas de Indianápolis". 

Tras la frase, la explosión de júbilo, de ruido humano, las sonrisas, la alegría contenida por el nuevo horizonte. Uno que tras años de no celebrar nada abre la puerta a la imaginación, a la posibilidad de que ocurran cosas buenas; algo vetado a día de hoy para los de Woking. 

En McLaren las cosas van mal. No es ningún secreto, pero no sólo sufren los pilotos, los jefes, los patrocinadores. Chicho Ibáñez Serrador, el inventor del 'Un, Dos, Tres' creó la figura del ‘sufridor en casa’, suerte de concursante que padecía ante una cámara instalada en su domicilio lo que al concursante real le ocurriese. A la factoría durante un día de carreras no sólo acuden aquellos a los que les toque currar en la ‘sala de guerra’ sino otros muchos técnicos y personal para ver la carrera, para sufrir en casa, en su casa común, como los del concurso televisivo. De un tiempo a esta parte parecen acudir menos, es triste saber que vas a quedar el doce, catorce, o que muy probablemente no acabarás la carrera. Esto ha creado una atmósfera de calor solidario entre los empleados, más unidos en lo personal ante los desaires del destino. Hay más calor, otras tolerancias, la directiva les comparte más información para mantenerlos despiertos, les preguntan que tal va todo, por sus familias. Parece que tienen más en cuenta; no quieren que se derrumben, que bajen las manos, que se olviden de su cometido. El elemento humano tiene sus necesidades.

Me lo dijo una vez un mecánico de HRT. "¿Sabes qué era lo peor? Lo peor era saber que nunca podrías luchar". Lo peor no eran los madrugones, ni los interminables viajes enlatados en la clase turista durante más de veinte horas. Lo chungo no era llegar a las cuatro de la mañana a un aeropuerto chino donde sólo veías a personal de limpieza baldear el suelo con sus uniformes verdes, ni esperar la cola para que te dieran una habitación en un hotel de tercera a más de cien kilómetros del circuito. Lo peor era saber que la motivación última de tu trabajo, que es competir, intentar superar al vecino, luchar y pelear por mejorar un coche no iba a ocurrir nunca. No debe resultar frustrante, sino directamente descorazonador. 

Para que haya un ganador, ha de haber al menos una veintena de perdedores y cuando Lewis o Sebastian cruzan la meta no sólo hay un Daniel, un Pascal o Kimi que no acaba la carrera, por poner tres ejemplos cualesquiera. Hay un batallón de personas, la infantería de las carreras, que se queda tirada en una puzolana, se estampa contra un muro monegasco, o baja la cabeza cuando se cruza la meta doblado dos veces aunque no se suban a los coches. 

Un equipo de Fórmula 1 es una de las empresas más compactadas del mercado tecnológico global. Es un ballet que actúa de forma visible un par de veces por coche en cada carrera en las paradas. Si una de las bailarinas falla todo se va al cuerno, todos dependen los unos de los otros, y siempre lo hacen caminando sobre la hoja de una cuchilla de afeitar. 

Como en la novela de Armando Palacio-Valdés, en McLaren las aguas bajan más que negras, y cuesta trabajo ver el fondo a pesar de que todos lo vislumbramos cada domingo. Que en HRT no ganasen no era un drama, pero en Woking sí. En su cultura de estar por encima de todo y todos de manera frecuente, de llevar un trofeo de vez en cuando a su sala de idems, de celebrar alguna que otra cosilla la actual situación es dolorosísima, y donde más se nota es en su gente. Si el aroma a la victoria es un perfume único, la derrota es triste hasta para eso: para oler. La derrota no tiene ni olor propio, por eso es tan triste.

Al acabar la reunión para el anuncio, los alrededor de doscientos empleados de McLaren, esos compuestos orgánicos volátiles que respiran, volvieron a sus puestos de trabajo albergando una pequeña sonrisa. Mejora el olor. 

3 comentarios
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14 Abr 2017 - 12:03

Pues muchas gracias a los dos, resulta halagador recibir mensajes como estos. En realidad estas cosas ocurren... yo solo las cuento. No hay un gran mérito en ello. Estas áreas de la F1 me resultan más enriquecedoras, más divertidas que lo que ocurre en pista. Es un poco como... la punta del iceberg. El iceberg es esto, lo otro son cubitos de hielo en comparación. 

13 Abr 2017 - 20:53

Estimado José Manuel, excelente narración desde una perspectiva que no se suele tener muy en cuenta, sin embargo, es tan importante como la del piloto y jefes. El conjunto de almas que se desviven por hacer su trabajo, que sufren por no verlo recompensado por el éxito de su equipo pero que vuelven a hacerlo con el mismo empeño cual si hubiesen ganado, aun sabiendo que tampoco será, pero su voluntad es más fuerte que la frustración. Personas rodeadas de olores que tan bien describes hasta casi percibirlos, y que son parte inherente al trabajo de todos los días, seres que también merecen, siquiera a veces, el exquisito aroma de la victoria. Ojalá que en Mayo lo huelan….Como siempre un placer leer tus virutas. Un Abrazo.

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13 Abr 2017 - 15:51

Si todo eso que describes lo han podido sentir los aficionados a este deporte, a los cuales me incluyo. Imagínate a los empleados.

Si por cualquier casualidad de la vida el trío Alonso-McLaren-Honda ganasen las 500 millas, estoy seguro de que todo este ambiente cambiaría a muchísimo mejor.

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