Adiós a Juan Fernández: ya ha empezado su último ascenso

Allí se encontrará con el que fue su discípulo, Fermín Vélez, que sin duda lo estará esperando. Juan fue el culpable de que el talento de Fermín no se malograse.

Nacido el 13 de diciembre de 1930 en Sabadell, Juan –o Joan, como prefieran– fue siempre un caballero del deporte. En su juventud se inició en el hockey sobre patines y fue campeón de España. A los 21 años, con una Montesa, comenzó a disputar competiciones de motocicletas, especialmente rallies de regularidad, para contribuir al triunfo por marcas de Montesa en el Rally de Montecarlo del 54, año en el que se inició asimismo como copiloto.

No tardó en pasar a las cuatro ruedas. Debutó en el Trofeo Montjuich de 1957 al volante de un Seat 1400 A. Más adelante pasó a un BMW 700 y finalmente se convirtió en piloto de Porsche por excelencia: 904, Carrera 6, 911 R, 908, 908/3 –el único en manos privadas– gracias a su excelente relación con Ferdinand Piëch. Cuando Porsche dejó de fabricar coches de sport adecuados para la montaña, pasó a pilotar Lola-BMW y Osella-BMW.

Aunque se le conoce más por su palmarés en montaña, también fue buen especialista en circuitos y rallies. Su palmarés muestra diez campeonatos nacionales de montaña, dos europeos de montaña en la categoría sport, un subcampeonato europeo de montaña absoluto; tres títulos nacionales de rallies, tres de circuitos, victorias en las 6 y 12 Horas de Montjuïc y cinco participaciones en Le Mans, con un quinto puesto en 1973 como mejor actuación, así como participaciones en los 1.000 kilómetros de Buenos Aires o las 24 Horas de Daytona.

Juan Fernández tras ganar la subida al Montseny del 64

La primera carrera que recuerdo de Joan fue una subida a Vallvidrera con un Porsche 904 GTS. Aquel sábado, al salir a mediodía del cole, en lugar de ir raudo a casa para comer recorrí los 300 metros que separaban el cole de la salida de la prueba y me extasié con su Porsche y el idéntico de Paco Godia. Hoy ese coche está en España, propiedad de Carlos Bertrand, que lo alinea en algunas carreras de clásicos.

Ni sospechaba por aquel entonces que mantendría más adelante una más que fluida, estrecha relación con él, una amistad que no se quebraría con el tiempo. Cada miércoles por la noche, durante años, nos encontramos cenando en Don Pancho, un bar propiedad de la mujer de otro piloto, Juan Navarro, y al que asistían, aunque de forma esporádica, algunos otros pilotos destacados: Luis Sagnier, Javier de Vilar, César Perejoan, Gerardo Hoffman, José Trabal, etc.

De ahí salió mi única participación como copiloto con Joan. Le invitaron al primer rallysprint que se celebraba en España y que iba a televisarse. Ni corto ni perezoso aceptó y como no tenía coche de rallies, no dudó en alinear su Audi Quattro particular. Era en La Rioja, si mal no recuerdo y llovía mucho. No teníamos los mejores neumáticos y nuestra clasificación fue discreta.

Divertido, dicharachero, generoso, pero también serio cuando la ocasión lo requería; amigo incluso de sus rivales, como Mauro Nesti, con quien tuvo años de pugnas en el Campeonato Europeo de Montaña. Todo un señor.

Porsche 911 R

Recuerdo bien cuando en la Sant Cugat-Tibidabo me abrió la puerta de su Porsche 911 R para que viera su interior. Entonces yo era sólo un chaval aficionado, uno más. Y después, como periodista, recuerdo cómo hablaba con Francesc Urpí, su mecánico de siempre, mientras Carmina, su mujer, esperaba pacientemente a que la carrera acabase. Quizás por ello seguí muy atentamente su participación con un Fórmula 3 alquilado en el I Gran Premio de Barcelona; era en aquellos momentos mí ídolo nacional… y lo siguió siendo por muchísimos años.

Empresario textil, no dudó más adelante en dedicarse también al negocio del automóvil, con la fundación de Supermotor, concesionario de Volkswagen en sus inicios, pero también con intereses en otras marcas. Sus hijos siguen con esta faceta del negocio.

Fue en 1999, cuando Marc Gené llegó a la F1, cuando me dijo antes de su debut: "Espero que te manden a la Fórmula 1 ahora". Él siempre había intentado ayudar a los pilotos de Sabadell y mantenía buena relación con todos. "No, no tengo presupuesto", le contesté. No tardó ni dos segundos en decirme 'mañana pásate por Supermotor y habla con mi hijo, patrocinaremos los artículos de F1 y podrás viajar'. Durante dos años pude ir al Mundial completo gracias a él.

Otro detalle que también recuerdo de Juan fue cuando, en 1981, Emilio de Villota le invitó a compartir el Lola T600 que él y Guy Edwards llevaban en el Mundial de Resistencia en las 24 Horas de Le Mans. No se lo pensó dos veces y aceptó. Me invitó a ir con él. Hicimos el viaje en su Mercedes 300 Turbodiesel, que entonces daba 100 caballos de potencia, algo espectacular en un Diesel y nos alojamos en un 'château' que el equipo había reservado. Recuerdo que el martes por la noche, tras las verificaciones, quisó ir a cenar a la Taberna Alemana, una inmensa carpa donde la cerveza, los bratwurst y el chucrut corrían a raudales. Era martes, así que estaba medio vacío porque el público no había acudido al circuito por no haber actividad. Emilio, ante la insistencia de Juan, vino con nosotros.

La orquestina alemana dale que te dale; los brindis colectivos se sucedían y pronto algunos comenzaron a bailar encima de las mesas… Juan entre ellos. Aquel día –bueno, noche– el siempre serio y correcto Emilio 'se soltó el pelo' y comenzó a bailar asimismo sobre la mesa.

A Juan le llamaban 'el Danone'. Al pequeño Fermín, el 'Petit suisse' porque compartían la publicidad de Danone. Juan era muy amigo de la familia Portabella, propietaria de Danone, y especialmente del padrino de Fermín. La ascensión fulgurante de Vélez se vio cortada por el servicio militar y después no parecía que pudiese volver a retomarla. Fue Portabella el que le pidió que volviese a las carreras, al entender la pasión de Fermín –que para conducir se había empleado como conductor de los autobuses que llevaban los empleados de Seat desde Barcelona a la nueva fábrica de Martorell–. Lo hizo a través de la Montaña, primero con un Simca 1000 y después con un Sport, hasta que Fermín encontró acomodo en el Mundial de Resistencia junto a Emilio de Villota primero, antes de que le llamara Gordon Spice y se afianzara como uno de los mejores de la especialidad.

Junto a Fermín, Juan vivió quizás su momento más duro como piloto. Fue en las 24 Horas de Le Mans y debía compartir un Porsche 962 con Emilio y Fermín, pero en los entrenamientos vio que no era suficientemente rápido y se bajó del coche, para dejar el volante a otro piloto, al sudafricano Georges Fouché. El resultado de Fermín era para él más importante que una nueva participación en Le Mans. Así era Joan.

Entre las anécdotas de su vida está el día que paseó al temible director de tráfico de Catalunya, al Coronel Linares. Éste quedó impactado por el hecho de que Paco Godia hubiera batido el récord Barcelona-Madrid en bastante menos de cinco horas, de noche, en carretera más o menos abierta –de hecho, se cerraba de extranjis por tramos, por lo que sé–, sin autopistas ni túnel del Bruc, y pensaba que era imposible. Llamó a Juan para que le explicara cómo podría haberse hecho sin infringir todas las normas de tráfico y quería abrir expediente.

Juan, ni corto ni perezoso, citó al Coronel una mañana. Fue a buscarlo con el 904 y le llevó 'de paseo' camino de Madrid. Tras llegar al alto del Bruc, el Coronel Linares dijo que ya tenía bastante, que mejor parar a comer. Del posible expediente nunca más se habló. Años después, Paco y Juan compartieron el 908 del segundo para ganar las 12 Horas de Barcelona.

Así era Juan. Así está en mi memoria. Su palmarés es espectacular, pero me quedo con su persona. Y espero que todavía tarden un poco en montar un rallysprint allí arriba, donde va de camino… porque si me pidiera ir de copiloto, no podría ni sabría decirle que no.