ALMACÉN F1

Rudolf Caracciola, el mayor de los titanes

José Miguel Vinuesa
31/01/2018 08:40

Estaba allí, de pie encima del asiento de su Mercedes-Benz W25B, con una pléyade de lugareños que lo vitoreaban. Desde allí arriba, podía sentirse de nuevo en la cima, más alto que nadie, literal y metafóricamente. Su amplia sonrisa confesaba la satisfacción por haber vuelto a la victoria en un Gran Premio, el primero desde 1932. Era el 12 de mayo de 1935, en el Autodromo della Mellaha, en el que se había disputado el Gran Premio de Trípoli, una prueba de Fórmula Libre, en la que la lucha contra Alfa Romeo y Auto Union, Tazio Nuvolari y Achille Varzi, que lo habían seguido en un principio tras tomar el liderato, fue durísima. La alegría inicial de tomar el liderato duró poco, porque un pinchazo en los primeros compases lo había retrasado, y otra parada posterior le había dejado en décima posición y doblado. No había nada que hacer, menos aún después de una tercera parada. El calor del desierto devoraba las gomas y los Auto Union de Varzi y Hans Stuck dominaban.

Pero a los mandos de su Mercedes con el número 26, decidió no rendirse. El camino hasta llegar ahí había sido demasiado duro como para dejarse llevar. Aplicó velocidad e inteligencia, agresividad con estrategia. A mitad de carrera ya era cuarto, en la misma vuelta que los líderes gracias a sus respectivos pasos por boxes. Otra parada más, la cuarta, para colocar un nuevo juego de ruedas en la vuelta 27. En la 30, ya era segundo, en una remontada sostenida pero espectacular. En la amplitud y vertiginosa velocidad de Mellaha, la estética de sus trazadas era cautivadora. Faltaban sólo cinco vueltas y Achille Varzi tenía una ventaja de casi dos minutos, pero sus neumáticos estaban acusando el esfuerzo al que tenía que someterles porque, pese a la distancia, ese Mercedes no se rendía. Y entonces, justo al pasar por los boxes, una de las ruedas traseras explotó, y al poco tiempo perdió el liderato y a un Mercedes-Benz de vista. Varzi llegó a boxes y se lanzó en una desaforada captura, como sólo el natural de Galliate era capaz de realizar. Y lo tenía ya a la vista a falta de una vuelta, pero otro neumático volvió a decir basta. Al bajar la bandera a cuadros, el vencedor era Rudolf Caracciola, que ahora estaba encima de su coche, vislumbrando el mundo desde las alturas que sólo la victoria en un Gran Premio puede otorgar. Había vuelto del infierno. Había nacido un Titán.

Los datos biográficos son fríos. Otto Wilhelm Rudolf Caracciola nació en Remagen, Alemania, un 30 de enero de 1901. El apellido no engaña: sus remotos ascendientes eran italianos, de la región de Nápoles. Desde que conoció el automóvil, quedó prendado de él y fue agente comercial, entre otros, de la marca Fafnir-Automobilwerke en Aachen, con la que empezó a competir. Pero de Aachen tuvo que salir, literalmente, por piernas, tras golpear a un soldado de las fuerzas de ocupación belgas, tras una algarabía una noche en un local. Se fue a Dresde, allí siguió como comercial de la firma, a la que sumó a Mercedes-Benz. Y es con Mercedes con la que despuntará, especialmente a partir de 1924, que es cuando conoce a Charlotte, su amor.

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