Bruce Meyer y el día que la DEA secuestró su Porsche ganador de Le Mans... o eso creyó

Meyer estaba con otros amigos, también aficionados a rodar con las mejores máquinas clásicas, coleccionistas. Quizás era un día de diversión o quizás querían preparar una de las tradicionales carreras de clásicos, ya fuera coincidente con Peeble Beach, ya la reunión de Porsche.

Todo ‘se torció’ de forma inesperada. De repente surgieron varios coches de policía, bajaron agentes con chalecos de la DEA, la agencia antidroga de Estados Unidos, rodearon al coche, hicieron bajar a Meyer, le informaron de que el Porsche 935 estaba secuestrado por la agencia antidroga, le extendieron un recibo oficial y cargaron el coche en un camión ante su desespero y las caras de incredulidad que intentaban mantener sus amigos.

“Los agentes llegaron en un Chevrolet Suburban, un Dodge y otro vehículo. Me preguntaron si era Bruce Mayor y me informaron de que el coche quedaba incautado. Por aquellos días se hablaba bastante de los hermanos Whittington, de sus trapicheos con droga y que estaban embargando todas sus propiedades… Por momentos pensé que era una broma, pero los agentes iban identificados, armados y se mostraban muy serios, así que me lo creí. Y cuando vi cargado el Porsche en un remolque y se lo llevaban, pensé que nunca más lo volvería a ver”, contó años después Bruce.

Afortunadamente volvió a verlo unas minutos -que parecieron una eternidad- ese mismo día. Los ‘agentes’ volvieron al circuito con el coche, lo bajaron… Bruce no entendía nada hasta que sus amigos estallaron en risas.

Bruce Canepa, conocido restaurador de coches sobre todo Porsche y que había restaurado el coche, reía. Al Arciero, vinculado a equipos, también. Charlie Neaborg y Chip Connor, otros de los ‘cómplices’ también.

Todos estaban en Beverly Hill y alrededores. Había trabajado meses en la preparación de la broma. Contratando a actores secundarios con un pasado militar o policía de Hollywood y alquilado los vehículos adecuados… e incluso realizado un ensayo general el día antes.
Meyer, de 81 años en la actualidad, lo encajó. “Es una broma estilo Hollywood… pero la más pesada y elaborada que he vivido nunca”, señaló y añadió “con estos buenos amigos, no me hacen falta enemigos”

Meyer descubrió el automovilismo tarde. Sus padres simplemente pensaban que eran trastos inútiles. Pero al entrar en la universidad vio como los exsoldados que volvían de la Guerra disfrutaban con sus ‘hot rot’. Nació una pasión que todavía dura. Compró su primera moto de ocasión para correr, una BSA, con los primeros dólares ahorrados. Hizo de todo, vender periódicos, barman en una cafetería... hasta trabajar en la tienda paterna tras licenciarse en negocios en Berkeley, per para que aprendiera el oficio su padre le hizo trabajar primero en unos grandes almacenes en Michigan.
Su fortuna comenzó abriendo, con permiso paterno, una boutique de incienso y velas, que vendía incluso por correo. Amplió a carteles originales, que se convirtieron en obras de are y pudo invertir en el inmobiliario.

Meyer a su amigo Robert Petersen, editor de Hot Road, a funda el famoso Museo Petersen, del que fue presidente. Sus coches están allí. No se considera un coleccionista al uso “porque sólo guardo piezas que me resultan atractivos” Y tiene gran cantidad de hot-rots, “porque hubo un tiempo que la gente los considero basura. Y no pensé en ellos como una colección”.

Hace una década decidió dejar de participar en Bonneville, la tradicional semana da la velocidad en la que los aficionados intentan batir su récord de velocidad punta en el lago salado de la localidad Él es miembro del Club de las 200 Millas, los pilotos que han superado ese límite en Bonneville.