Titanes en el Mónaco del Este

31/07/2014 10:03

Distinto a todos los demás. Estrecho, bacheado y muy sucio fuera de la trazada. Anthony Davidson dijo una vez que Hungaroring es "lo más parecido a un circuito de karts en la Fórmula 1". Ahora combínalo con lluvia. O mejor con condiciones intermedias. Dispón de un par de coches de seguridad que arruinen la estrategia del Poleman. Sitúa a Lewis en las catacumbas de la parrilla y agita el avispero con un Fernando hambriento y con un Daniel atisbando una mínima posibilidad de golpear a su compañero donde más duele. Y ya está. Ya tienes el explosivo cóctel de Hungría 2014. ¿Contento?

Bernie y su séquito cruzaron el Telón de Acero allá por 1986, antes de la caída del Muro de Berlín y antes casi de que el propio capitalismo soñase siquiera con hacerlo. Ya en la primera edición del evento 'El Circo' atrajo a nada menos que 200.000 espectadores. Piquet fue el vencedor en las dos primeras visitas, pero si alguien sobresalió sobre el resto no fue sino el Mr. Mónaco de la era Moderna. Un tal Ayrton Senna triunfó o finalizó segundo en los seis primeros Grandes Premios en Hungría, en un trazado en el que adelantar sin DRS y con la antigua configuración –la recta era sensiblemente más corta- suponía casi una quimera. –Y si no que se lo pregunten a Nelson–.

Pero aunque las quimeras gustasen a Senna, el trazado no agradaba a la mayoría de los pilotos y la verdad es que tampoco acababa de ofrecer, salvo en contadas ocasiones, carreras de esas que tildamos como memorables. Y bien pensando, hoy en día tampoco es que la cosa haya variado demasiado. A pesar de reformas y de los nuevos reglamentos, todavía sigue siendo necesaria una carrera loca, al estilo de la de 2006, para que el Montecarlo del Este pueda apuntarse una de esas odas al automovilismo como la vivida el pasado domingo. Una carrera que ofrezca posibilidades no solo a aquellos que disponen de las posiciones más privilegiadas que otorgan las primeras filas de parrilla.

Por eso, no es de extrañar que tras el aguacero caído antes de la salida –en la edición de este año–, el apagón de las luces rojas desatase un verdadero zafarrancho de combate en el que Lewis tuvo que arremangarse desde el primer instante. Mientas, Maylander, como en todo GP caótico que se precie, reclamó su cuota de pantalla. El safety car salió a pista hasta en tres ocasiones, lo que provocó que Rosberg, Ricciardo y Alonso se alternasen en el liderato. Lo que provocó diferentes y menos encorsetadas estrategias. Y lo que causó, en definitiva, que Mercedes se escudase en ellas para solicitar a Hamilton que dejase pasar a Rosberg.

"No es más rápido que yo", fue la irreverente respuesta del británico. Pero si Lewis estaba que mordía, Fernando era el que arañaba. Y es que Dynamo, tras el último pit stop de Ricciardo, defendía su liderato como gato panza arriba. Había montado blandos nuevos. Había tirado al máximo durante un puñado de vueltas. Había abierto un hueco que incluso podría llegar a ser suficiente. Pero no. Ahora restaban nada menos que 15 giros de un interminable stint de 31 y ya casi tenía en su nuca a todo un campeón del mundo que además pilotaba un coche superior calzado con medios. Un depredador que, para entonces, había remontado 20 posiciones y le pisaba los talones. Desde el muro contactaron para una eventual tercera parada. La decisión fue la de arriesgar. La de fiarlo todo a un par de manos. La de cruzar los dedos y esperar.

Llamémoslo experiencia, madurez, confianza, o simplemente inspiración. El caso es que con Hamilton respirando en su cogote Alonso, demostró otra dimensión de su talento. El inglés luchaba por escribir su nombre en los libros de historia como el primer piloto que logra vencer desde el pit lane. Insólito en cualquier lugar. Demencial tratándose de Hungaroring. Pero el de Ferrari se las arregló para que éste comenzase a preocuparse más por un Rosberg que poco a poco iba llenando los retrovisores de ambos. Lewis, al que un día acabarán por dedicarle alguno de los muchos baños termales que pueblan la capital del Danubio, no tuvo más remedio entonces que pensar por una vez en el campeonato.

Así las cosas, y tras verse superados ambos por un Ricciardo al que los gallos ya catalogan como uno más de su especie, el cajón no fue sino un balón de oxígeno para Ferrari y también para Hamilton.

Un podio que, por cierto, sirvió además para que Fernando puntuase por decimocuarta vez consecutiva. Si lo hace de nuevo en Spa habrá logrado escribir su nombre en cuatro de las diez mejores rachas de la historia del deporte. Y es ahí, precisamente en una cuadriculada pero a la vez maravillosa estadística, donde reside la incomparable grandeza de un piloto descomunal.

Tal vez no posea la velocidad a una vuelta de Sebastian. Es posible que no cuente con el ímpetu de Lewis en el cuerpo a cuerpo. Y puede que tampoco disponga de la enfermiza capacidad de desarrollo mostrada por Michael Schumacher en sus años en Ferrari. Pero si tratásemos de aglutinar todas las cualidades necesarias, si por un momento nos lanzásemos a la utópica búsqueda del piloto perfecto, sin duda hay un nombre que rápidamente viene a la cabeza de todos.

"No creo que fuese una de las mejores actuaciones de mi carrera", apuntilló Alonso tras apearse del rojo monoplaza. Pero lo cierto es que, una vez más, el bicampeón asturiano volvió a pilotar en Hungría como si fuese él quien estuviese sentado en el muro de boxes. El lunes cumplió 33 años. Y los que nos quedan.