Especial 20 años sin Ayrton

Ayrton Senna: 20 años de soledad

01/05/2014 09:54

El día en que Tamburello nos lo iba a arrebatar, Ayrton Senna se levantó a las 7.30 de la mañana. Su piloto de vuelo particular, el Capitán Owen O'Mahany, se había encargado personalmente de telefonear a su habitación en el Hotel Castello. “Servicio de equipaje”, le anunció. Se trataba al mismo tiempo de una llamada rutinaria y de un mensaje cifrado. Una costumbre que se repetía a la misma hora en todos los Grandes Premios y que, con el pretexto de consultar el horario en el que podría pasar a recoger sus maletas, servía al Capitán para asegurarse de que su cliente estaba ya despierto.

Antiguo empleado de la ilustre Royal Air Force, O'Mahany había comenzado a trabajar para el piloto más o menos cuatro años antes, en la temporada de 1990. Durante el tiempo que duró la relación, Ayrton siempre experimentó problemas para pronunciar el empalagoso y flemático apellido británico de su capitán de vuelo. Incluso, cuando pasaba largas temporadas recargando pilas en su Brasil natal, desconectaba tanto de su idioma de trabajo que al regresar a la rutina le costaba hasta vocalizar el nombre de Owen.

Los tres primeros meses O'Mahany se había limitado a cumplir escrupulosamente las instrucciones que le habían encomendado desde la oficina de Senna en Brasil, pero tras un primer periodo en el que ambos acotaron la relación al ámbito estrictamente profesional, el carácter latino del de Sao Paulo no pudo evitar romper el hielo. "Siempre era amable", recuerda O'Mahany, quien procuraba incordiar lo menos posible su cliente. "Al principio yo trataba de no molestarle. Pero un día, él se giró hacia mí y me dijo: 'Owen, en el futuro, simplemente habla conmigo'".

Desde entonces entablaron una gran amistad, hasta el punto de que la tradicional llamada que anunciaba el 'Servicio de habitaciones' dejó de ser el único mensaje en clave de complicidad entre ambos. "Los domingos no había manera de descubrir si había ganado o perdido a juzgar tan solo por su comportamiento", rememora. "La única pista era que, si había ganado, es posible que preguntase acerca del tiempo que estaba haciendo en su casa de Faro". 

O'Mahany debía desplazarse aquella misma mañana al aeropuerto de Forli, donde esperaría junto al British Aerospace 125 propiedad de su jefe. Ayrton, por su parte, recogió sus cosas y bajó las escaleras del Hotel Castello, sito en el Viale delle Terme de Castel San Pietro y a unos diez quilómetros del Autodromo Enzo e Dino Ferrari. Había dormido poco y mal y el sobrecogedor impacto de lo sucedido en los días previos todavía retumbaba mucho más de lo conveniente dentro su cabeza. Se dirigió al helicóptero que lo esperaba para trasladarlo al trazado de Imola donde, apenas veinticuatro horas antes, había vivido una de las experiencias más traumáticas de su vida cuando, por segunda vez en dos días, visitó la clínica del circuito para interesarse por el estado de salud de un compañero. 

Evidentemente, como piloto, Ayrton no tenía autorización para personarse en una zona médica oficial, así que no dudó en saltar la valla situada en la parte trasera del recinto. Antes de eso, había podido observar varias repeticiones del terrible accidente de Roland a través de los monitores del box de Williams e incluso había tenido oportunidad de examinar el desolador y destartalado estado del Simtek S941 de Ratzenberger.

El brasileño se adentró en la clínica justo un instante antes de que Watkins saliese a su paso para sacarlo de allí y comunicarle la horrible noticia. Habían logrado incluso que su corazón llegase latiendo hasta el hospital gracias a la respiración artificial, pero ahora Roland estaba clínicamente muerto tras un impacto a más de 310 km/h. Senna no pudo contener la emoción y se desmoronó, rompiendo a llorar sobre el hombro de Sid Watkins. Fue entonces cuando el experto cirujano, quien siempre había estado muy próximo al brasileño, pronunció las palabras que todos conocemos. Las mismas que decidió inmortalizar en su libro 'Life at the limit' y que cada 1 de mayo deciden visitar nuestra memoria a modo de pesadilla recurrente.

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"Ayrton, ¿por qué no te retiras de la carrera de mañana?", le interrogó con un acentuado tono de súplica. "Yo no creo que debas correr. De hecho, ¿por qué no lo dejas definitivamente? ¿Qué más necesitas hacer? Has sido campeón del mundo tres veces. Obviamente, eres el piloto más rápido… Déjalo todo y vete a pescar".

Tras unos segundos de silencio la firme mirada de Senna se clavó en los ojos del doctor Watkins. "Sid", comenzó exponiendo. "Hay ciertas cosas sobre las que uno no posee el control. No puedo dejarlo ahora. Debo seguir". Aquellas fueron las últimas palabras que ambos amigos cruzaron. Palabras, por otro lado, que describen a la perfección lo que significaba ser Ayrton Senna en 1994.

Cuando el helicóptero de Senna llegó al circuito, el sol brillaba en lo que era ya una mañana radiante. Aquel día, el ya retirado pero actual campeón en título, Alain Prost, acudía a su primer Gran Premio de la temporada como invitado de excepción en el box de Williams y también como comentarista de una cadena francesa de televisión. 

Ambos, francés y brasileño, habían enterrado el hacha de guerra al término de la temporada anterior y Ayrton, que tenía la pole, volvió a someter al resto de la parrilla por casi nueve décimas en el Warm-Up. En aquella última sesión de calentamiento, Senna había acordado grabar en directo una vuelta para la televisión francesa en la que debía explicar las diferentes cuestiones técnicas y cómo abordar los muchos desafíos del trazado. Pero, como un oasis en medio de aquel análisis técnico, unas palabras surgieron de la radio de su Williams: "Un saludo especial para mi querido…", comenzó diciendo para rectificar ágilmente. "Nuestro querido amigo, Alain. Todos te echamos mucho de menos, Alain". Tras eso, se bajó del coche y se fue a ver al que en realidad había sido su enemigo íntimo durante años.

Prost: Después del accidente de Roland, Ayrton ya no era el mismo. Sentí una señal de fragilidad, era la primera vez que lo veía así

"Dos o tres meses antes del accidente", recordaría más tarde Prost en una entrevista para O Globo. "Creo que conocí al verdadero Ayrton. Durante años, cuando luchábamos uno frente al otro, casi nunca nos hablábamos por teléfono. Pero en esos últimos dos o tres meses él me llamaba y me hablaba sobre su motivación. Decía que no estaba feliz con el coche ni con el equipo. Estaba convencido de que Benetton y Michael Schumacher estaban haciendo trampas, empleando recursos electrónicos prohibidos. Cuando llegué a Imola para comentar la carrera por televisión, tuvimos una primera conversación acerca de la seguridad. El sábado, tras el accidente de Ratzenberger ya no era el Ayrton que yo conocía. Estaba realmente preocupado. El domingo, a la hora del almuerzo, yo estaba con algunos compañeros de la televisión y él entró. Ningún piloto hace eso, ya que son momentos en los que uno prefiere estar solo, concentrándose de cara a la carrera. Pero él vino. Rodeó a otras personas y se acercó para hablar conmigo. No era nada importante. Todo el mundo que estaba asistiendo a aquello se quedó en silencio. Parecía que quería estar lo más cerca posible de mí. Sentí aquello como una señal de fragilidad. Era la primera vez que lo veía así. Siempre era muy fuerte y en la época en la que luchábamos él hacía esas pequeñas cosas para demostrarme que era más fuerte que yo. Lo cual es normal, es parte del juego. Después volvió a su box. Entonces me terminé mi almuerzo tan rápido como pude y fui de nuevo a buscarlo. Entré en el garaje y él estaba allí, solo, preparándose para la carrera. Hablamos de nuevo dos o tres minutos y me dijo que no estaba muy confiado de poder vencer en aquella carrera, mencionó de nuevo algo sobre sus sospechas y sobre la seguridad. Simplemente parecía feliz de que yo hubiese ido a allí a hablar con él. Fue la última vez que conversamos".

Pero lo cierto es que, sin competición por el medio, las hostilidades simplemente habían pasado a formar parte de la historia. De una historia dramática que comenzó en aquel famoso Gran Premio de Mónaco de 1984, cuando, bajó la intensa lluvia y a bordo de su modesto Toleman, Senna había hecho comprender a Prost la diferencia entre el hambre y las ganas de comer.

Dennis: La negociación de su fichaje se encayó por medio millón de dólares. Iniciamos un pulso, ninguno quería ceder. Nos lo jugamos a cara o cruz y le vencí

"Para él todo era competición", diría más tarde Ron Dennis. "También lo eran las negociaciones. Se preparaba mentalmente como si fuese una carrera. Cuando empezamos a negociar su fichaje para 1988 el tema se alargó varios días. La negociación se encalló por cuestión de medio millón de dólares e iniciamos un pulso uno frente al otro. Más que nada por principios, ninguno quería ceder. Al final le propuse que nos lo jugásemos a cara o cruz. Era algo que en Brasil no se estilaba y tuve que explicarle en qué consistía. La situación se volvió seria de verdad. Repasamos las normas, una y otra vez. Lanzamos una moneda y, por increíble que parezca, se deslizó hasta debajo de una cortina. Antes de que la levantara le dije: 'Recuerda, si no está plana no vale'. Lo estaba y le vencí. Más tarde recordé que estábamos negociando un contrato por tres temporadas, así que nos acabábamos de jugar un millón y medio de dólares a cara o cruz. A Ayrton no le interesaba el dinero, la cuestión era no ceder nunca".

A escasos minutos para las dos de la tarde, los pilotos se encontraban ya en la parrilla de salida a punto de enfundarse guantes y casco para la disputa del Gran Premio de San Marino de 1994. Fue entonces cuando el comentarista del circuito anunció el nombre de Gerhard Berger. Berger, pilotaba por aquel entonces para Ferrari, por lo que los tifosi comenzaron a ovacionarlo con gran estrépito. Senna se giró hacia quien había sido su compañero en McLaren para dedicarle la que sería su última sonrisa.

"Fue la sonrisa de un amigo que se alegraba de ver a la gente apoyándome y mostrándome su cariño y también el último recuerdo que guardo de él", añoraría posteriormente el austríaco. 

La hora de la salida llegó y veinticinco bólidos desenfrenados obedecieron a la orden del semáforo, abandonando en medio de un gran estruendo la ‘semirecta’ principal del circuito. Después todo se quedó en silencio. En ese ensordecedor silencio de un día maldito en el que todos los años puestos en fila pidieron cuentas en Tamburello.

Se marchó el trabajador incansable que comprendió que la misión que le había asignado la vida era la de cambiar para siempre la historia de la Fórmula 1

Y así, se marchó para siempre el único hombre capaz de detener el tiempo. El piloto de las cámaras 'on board' hipnóticas. El funambulista de las vueltas rápidas. El  'Terror del Garden' en el intercambio de golpes. El que rara vez cedía en un cuerpo a cuerpo. El que parecía pender de un hilo en los últimos instantes de cada clasificación, una especialidad en la que llegó a competir únicamente consigo mismo. Y, en definitiva, así se marchó el trabajador incansable que un día acabó por comprender que la misión que le había asignado la vida era la de cambiar para siempre la historia de la Fórmula Uno. 

Es posible que aquella no fuese la 'Crónica de una muerte anunciada', como muchos se han empeñado en dejar entrever. O también es posible sí. Pero sin duda sí fue la de una 'Mala hora'. Puede que de la peor de todas. La de las 14:17 del 1 de mayo de 1994. La de una crucifixión en directo retransmitida por televisión para millones de espectadores. Y la que marcó el inicio de los 'Cien años de soledad' a los que hemos sido condenados y de los cuales apenas hemos cumplido 20.

Cuando Martí, nuestro coordinador de redacción, me escribió para animarme a participar en el homenaje que LaF1.es preparaba para Senna con motivo del vigésimo aniversario de su desaparición, no tardé un solo segundo en desplazar mi dedo por la pantalla táctil del móvil para responder. Tan solo había una premisa, la cual se encargó de repetirme un par de veces más que un par de veces: ‘Nada de Donington 93, ya está cogido’. 

"No hay problema", pensé. Y tras unos primeros instantes de excitación rebuscando en mi memoria automovilística, recordé lo tremendamente devastador que resulta y lo diminuto que se siente uno cuando se enfrenta a un papel en blanco y la temática enarbola la bandera del piloto más enigmático que jamás haya pisado la faz de la tierra.

La primera vez que traté de hacerlo -escribir sobre él- apenas fui capaz de completar cien palabras- ciento una, para ser escrupulosamente exacto, como lo era Ayrton en aquellas célebres e interminables reuniones técnicas que sacaban de quicio a Prost. 

El artículo en cuestión trataba de hacer referencia a aquel famoso programa de ‘Top Gear’ en el que Lewis Hamilton había pilotado el mítico MP4-4 con el que Senna y Prost hicieron eclosionar la Fórmula Uno en 1988. Recién aterrizado en su Inglaterra natal y tras una gran victoria en el GP de Canadá que le reenganchaba directamente a la lucha por el campeonato, Hamilton aseguraba no haber podido dormir en el avión a causa de la excitación. 'Un sueño cumplido' que atestigua la dimensión de la figura de Senna.

Aquellas cien palabras, escritas a boli en un papel arrugado, acabaron en una mesilla de noche durante varios años, hasta que un día simplemente decidí hacer trampas y recuperarlas, adaptándolas para un artículo sobre Gilles Villeneuve y su hijo Jacques, con el pretexto de un emotivo homenaje en el que el vencedor del 97 pudo pilotar el mítico Ferrari número doce con el que su padre estuvo a punto de proclamarse campeón del mundo.

Ahora, con permiso de los lectores de Laf1.es, he decidido concederme un pequeño gran lujo. El de quitarme esa espina que llevaba clavada desde hace unos cuantos años. 

Decía más o menos así…

"En ocasiones hay instantes que por su magia se vuelven eternos. Otras veces, sin embargo, una eternidad puede liquidarse en apenas unos segundos. Para evitar esta concepción subjetiva que determina los recuerdos que marcan nuestra existencia, el ser humanos se vio obligado a crear una medida para el tiempo, constituyendo un orden preciso para una secuencia de sucesos que marcan nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro". 

"Así, tras dieciséis años de espera, el gran Ayrton pudo por fin volver a sonreír desde los cielos. Y la eternidad volvió a convertirse en un segundo. Y ese segundo volvió a ser eterno…"

Dedicado a la memoria -ahora sí- de quien nunca saldrá de nuestra memoria.

 

 

ESPECIAL 20 AÑOS SIN AYRTON SENNA

 

CRISTIAN MESTRES:
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JOSÉ M. ZAPICO:
Lo que ganó Ayrton cuando ya no estaba allí
CARLOS GAYUBO:
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MARTÍ MUÑOZ:
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PD. Mi más sincero agradecimiento a la artista inglesa Donna-Marie, a quien os animo a seguir en Twitter y que nos ha cedido desinteresadamente su fantástica obra "Senna Vs. Hamilton" para publicarla junto a este artículo. En este enlace también podéis encontrar parte de su obra.