Cualquier tiempo pasado fue mejor

26/02/2014 12:52

Un pasado épico y glorioso, repleto de pilotajes al límite de la capacidad humana y mecánica. Fangio y su Nurburgring ‘57, Clark y su Monza ’67, Hunt y su Fuji ’76. Actuaciones legendarias que sobrepasaron las fronteras de lo hasta entonces conocido.

Un piloto confesando en plena entrevista que le habría encantado competir en el Nordschleife original. Un reportero que le cuestiona si la Fórmula 1 se está convirtiendo en procesional y aburrida a cusa de la escasez de adelantamientos.

Cómo les suena esta cantinela, ¿verdad? Pues no, no se trata de la pretemporada 2014, ni nuestros protagonistas se encuentran bajo el abrasador sol bahreiní. Y, por supuesto, el tema nada tiene que ver con sofisticados artilugios como ERS, el DRS, la degradación de los Pirelli o las escapatorias de los ‘Tilkódromos’. 

El entrevistador responde al nombre de Chris Hockley. El entrevistado, al de Gilles Villeneuve. La conversación data de 1979 y gira en torno a cuestiones como la prohibición de las faldillas, la anchura de los neumáticos, la extrema igualdad de las mecánicas o a la ampliación de las zonas de frenada. Gilles se muestra partidario de eliminar las célebres faldillas, pero no duda en calificar de ‘estupidez’ la intención de la FISA de hacer más estrechos los neumáticos para fomentar las maniobras de ataque: "No contribuirá a que haya más adelantamientos", asegura. "No hará que los coches derrapen más. Sólo lo hará un poco más difícil. De hecho, no creo que lo haga más difícil siquiera. Cuanto más rápido pasas por una curva, más difícil es, ¿sabe?".

Gilles en el Jarama, en 1981. Se impuso a Laffite por apenas 0'2 segundos

Así que ahí está, el que posiblemente sea el piloto más combativo que jamás haya acomodado sus posaderas en el cockpit de un F1, respondiendo con total naturalidad a la eterna cuestión, a la pregunta entre preguntas, al imperecedero paradigma del 'cómo hemos cambiado'.

Pero éste no es más que uno de los muchos ejemplos. Otro, todavía más cercano a la realidad del reglamento 2014 y que prácticamente constituye un 'déjà vu', lo encontramos en un fragmento del genial libro de Paco Costas ‘La Década Mágica’ (el cual, por cierto, si todavía no lo han tenido la oportunidad de leer, aprovecho para recomendarles más que encarecidamente).

"¿Se imagina el lector a Prost, Piquet, Mansell, Rosberg o Senna levantando el pie para poder terminar un gran premio de Fórmula 1? ¿Es concebible para un aficionado que se pueda llegar a la meta el primero por haber sido el mejor administrador de la gasolina disponible en el depósito y no el piloto más veloz? Pues bien, esto, que ya en 1985 había condicionado el campeonato del mundo con la limitación de 220 litros por coche y carrera, se agravó hasta límites impresentables, cuando la FISA redujo la cantidad a 195 litros en 1986".

Sin embargo, y pese a las citadas limitaciones que seguro harían correr ríos de tinta en su época, los 'Cuatro Magníficos' se las arreglaron para hacer de 1986 una de las más inolvidables temporadas de todos los tiempos. Senna, Prost, Mansell y Piquet añadieron carreras como Jerez o Adelaida a esa lista dorada de actuaciones legendarias que han venido transmitiéndose de generación en generación. Carreras que, a la postre, se han ganado por méritos propios un lugar en el más elevado escalón del podio de nuestro imaginario colectivo. Ellos fueron los encargados de tomar el testigo de las heroicas batallas libradas por Hunt y Lauda a finales de los 70. Y estos, a su vez, de tratar de hacer olvidar las gestas con las que Clark enamoró al mundo en los tardíos 60.

En los últimos tiempos, no han sido otros sino 'The big four' quienes han decidido tomar el testigo. Ellos cargan con toda la responsabilidad sobre sus hombros. Así que no nos preocupemos. Estamos en buenas manos. De hecho, si de algo podemos presumir, es precisamente de eso.

Farina  en Gran Bretaña, 1951

Dentro de 20 o 30 años, cuando los cronistas echen la vista atrás, probablemente decidan dejar a un lado los debates acerca del sonido o el consumo de las denominadas unidades de potencia para relatar las andanzas de cuatro extraordinarios tipos que cada sobremesa de domingo erizaban el vello del alma de los amantes de lo absurdo. 

Y así, también posiblemente, contarán a sus contemporáneos la historia de un samurái español con un demoledor ritmo en el vuelta a vuelta que era capaz de leer las carreras como si estuviese sentado en el muro de boxes. O quizá les hablen de un muchacho inglés con un talento para el cuerpo a cuerpo tan descomunal que tan sólo era comparable a su enorme aversión por las calculadoras. O puede que decidan escribir sobre un irreverente genio finlandés al que atormentaban las radios y que un día decidió regresar del WRC como quien vuelve a casa tras comprar el periódico. O tal vez, sólo tal vez, redacten las hazañas de un velocísimo teutón que presumió de dedo índice durante cuatro temporadas consecutivas y que, en sus ratos libres, se entretenía bautizando a sus monoplazas con nombres de dama.

Pero, decían lo que decidan, lo que es seguro es que no podrán evitar un melancólico suspiro, cuando, sentados frente a sus futuristas pantallas, comiencen a teclear un artículo que, pongamos por caso, bien podría titularse 'Cualquier tiempo pasado fue mejor'.

Por cierto, un par de meses después de la entrevista de Hockley a Villeneuve y, en medio de las dudas de aficionados y reporteros acerca de las luchas en pista, el canadiense y René Arnoux protagonizaron uno de las más legendarias batallas de la historia del deporte. Sucedió en Dijon y el francés la calificaría años más tarde como el mayor regalo de su carrera deportiva.

"El duelo con Gilles es algo que jamás olvidaré. Es mi más preciado ‘souvenir’ de las carreras. Sólo puedes competir de esa manera con alguien en quien confíes plenamente, y no conoces mucha gente así. Me ganó, sí, y en Francia, pero no me preocupó en absoluto. Supe que había sido batido por el mejor piloto del mundo".

Hoy en día, Chris Hockley escribe para el diario británico The Sun y sigue considerado como una voz autorizada en la materia. Gilles, por su parte, surca los cielos pedal a fondo, con la zaga completamente descolgada y dibujando una eterna estela que se abre paso entre las nubes a golpe de precisos contravolantes. Desgraciadamente existen algunas profesiones en las que se pueden cometer errores y otras en las que no.

¡Ah!, y en cuanto a la pregunta de Hockley acerca del aburrimiento y las procesiones, Gilles, por supuesto, le había respondido: "Eso tan sólo son chorradas".