Y Gilles Villeneuve regresó… a falta de seis giros

07/10/2013 13:48

"Sei giri. Solo sei giri alla fine!", acierta a vociferar histérico un aficionado desde la bancada de la Variante Alta. En efecto, tras un inicio de temporada irregular, es el Ferrari número 27 el que encabeza la clasificación del GP de San Marino cuando tan solo restan seis vueltas para la conclusión. Los tifosi apenas pueden dar crédito, pero la carrera ni mucho menos está decidida. 

Ricardo Patrese, un italiano dispuesto a aguar la fiesta de los suyos, apura sus opciones a bordo de su Brabham BMW BT52. Medio segundo es la diferencia y Patrese, que no está por la labor de esperar, proyecta un ataque del que sale victorioso. El Ferrari a duras penas puede seguirlo y el estupor es total cuando el transalpino negocia Tosa y Piratella. Sin embargo, el destino sonríe agazapado tan solo unos virajes después y el italiano pierde el control de su monoplaza en la entrada de Acqua Minerale. Con el Brabham en las protecciones, Imola estalla de júbilo. Mientras tanto, en el interior del cockpit del Ferrari 126C2B, un parisino lucha sin éxito por contener las lágrimas. Su nombre es Patrick Tambay y acaba de lograrlo: ha vencido por y para su amigo. 

 

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Pero lo cierto es que resultaría imposible comprender por completo la dimensión de esta historia sin remontarse al menos cinco años atrás cuando, a golpe de freno de mano y saltando entre baches y puentes, un FIAT Abarth 131 recorre ligero y desenfrenado los sinuosos caminos de tierra del departamento francés de Var. En el asiento de atrás del vehículo, un chiquillo de siete años se desgañita feliz: "¡Más rápido, papá, más rápido!". Junto a él, su hermana, todavía más joven, duerme profundamente acurrucada en un rincón. No son otros sino Jacques y Melanie Villeneuve y se disponen a acompañar a su padre y a Patrick Tambay a presenciar algunos de los tramos del Rallye du Var. 

Gilles y Patrick se habían conocido allá por el mes de septiembre de 1976 con motivo del F-Atlantic de Trois Rivieres. Rápidamente entablaron una gran amistad. El francés, que todavía era piloto de la F2 europea, acudía a la cita canadiense como invitado. Villeneuve, por su parte, saldría vencedor en casa en un certamen organizado a su justa medida. Desde entonces, y como predestinados por alguna extraña fuerza divina, sus carreras seguirían trayectorias paralelas hasta el final.

Hunt: "Tienes
que darle una oportunidad a Villeneuve. Es extraordinario, nunca he visto nada igual"

La victoria de Gilles ni mucho menos pasó desapercibida para otro ilustre como James Hunt que, en plena lucha por el campeonato mundial de Fórmula 1, había accedido a participar en un evento de medio pelo como compañero de Villeneuve. Como era de esperar, James se quedó tan boquiabierto que no dudó en hablar con Teddy Mayer, por aquel entonces su responsable en McLaren. "Tienes que darle una oportunidad a este Villeneuve", le dijo Hunt. "Es extraordinario, nunca he visto nada igual. Prácticamente rebotaba en el muro en todas las curvas. Su control del coche es increíble".

Mayer accedió y Gilles debutó en la Fórmula 1 con un tercer McLaren apenas un año después, en el Gran Premio de Silverstone de 1977. Curiosamente, ese mismo día se estrenaría también Tambay a bordo de un Ensign. Ambas promesas comenzaron a rivalizar por un asiento oficial en McLaren de cara a 1978 algo que, por otra parte, jamás afectaría a su relación.

Por ello, cuando Patrick logró hacerse con el preciado premio, no dudó un instante en comentarle a su amigo: "Mira, acabo de fichar por McLaren para 1978, pero sé que el año que viene Ferrari quiere poner a un debutante con Reutemann. Llámalos".

Villeneuve no dudó en llamar y, al igual que sucediera con Mayer un año antes, también logró convencer a Enzo Ferrari. A partir de entonces llegarían cuatro años mágicos en los que - según palabras del propio Tambay- "pilotos y aficionados llegaron a esperar lo imposible de Gilles".

Los tifosi estaban totalmente encandilados con su nueva estrella y Enzo Ferrari tampoco tardó en caer rendido ante su ‘Príncipe de la destrucción’. Él y solo él era capaz de pilotar a tres ruedas. Castigaba los monoplazas como ningún otro piloto, derrapando y haciéndolo saltar. "Le seguías y siempre había una sacudida", recuerda Patrick. "Una bocanada de humo de los neumáticos o un roce contra el muro".

Pero como todos los cuentos de hadas, el de Gilles también tuvo su final. Y un fatídico 8 de mayo de 1982, tan solo 15 días después de la traición de su compañero Pironi en Imola, Villeneuve arriesgó al máximo en Zolder con el único objetivo de doblegar al francés en clasificación. Sus neumáticos estaban severamente castigados y se produjo la tragedia. Tambay, ya retirado de la Fórmula 1, se encontró de pronto con la misión más complicada que podía asumir un piloto por entonces: sustituir a quien fuera su amigo: "Tuve que pensar mucho en ello, había muchas emociones de por medio, pero al final acepté. Fue un momento decisivo en mi vida".

El francés vencería dos veces a lo largo de su carrera, ambas a bordo del mítico Ferrari número 27 del canadiense. La primera de ellas, esa misma temporada en Hockenheim. La segunda, en Imola 83. Patrick acabó tercero en la clasificación del sábado. Curiosamente en el mismo escenario y en la misma posición en la que Gilles se había clasificado un año antes, en el día en que aquella controvertida acción de Pironi lo cambió todo.

Cuando el domingo se dispuso a situar el monoplaza en su lugar de partida se fijó en que los tifosi habían pintado en la pista una bandera de Canadá. Al observarla más detenidamente, pudo leer el mensaje que en ella rezaba: ‘Tambay, vince per Gilles’. Un torrente de emociones invadió entonces cada rincón de su cuerpo. "20 minutos antes de la salida me vi enormemente sobrecogido por la emoción y comencé a llorar. Mientras, mis mecánicos e ingenieros se quedaron allí quietos, fuera del coche".

Patrick Tambay en el GP de San Marino de 1983 con el Ferrari 126

 

A pesar de todo, Patrick logró sobreponerse y comenzó a escalar posiciones. Tomó el liderato en la vuelta 34 y, aunque restaba un mundo para el final, todo parecía indicar que lograría conservarlo. Pero a falta tan solo de un puñado de giros, el Ferrari comenzó a sufrir problemas con el suministro de combustible. El motor se detuvo por un instante en Tamburello, lo que fue suficiente para que Patrese se colocase en cabeza. Todo parecía perdido cuando inexplicablemente el propulsor volvió a ponerse en marcha de nuevo. Tambay todavía lo recuerda como si sucediese ayer:

"Ricardo me superó y tomó la delantera a falta de seis giros en medio del descontento general, pero se salió recto tan solo unas curvas más tarde, en Acqua Minerale. Durante la vuelta de honor el motor se paró definitivamente, de nuevo en el segundo viraje a derechas de Acqua Minerale. Lo había logrado: Vencer delante de los tifosi y desde su mismo lugar de parrilla. Se me saltaron las lágrimas dentro del casco, fue algo muy intenso. Ese día volví a sentir que Gilles estaba allí".

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