Indianápolis 1965: Y Clark encendió su motor

04/11/2013 19:53

El primer día de junio de 1965 no era un martes cualquiera. Ni siquiera había pasado una semana desde que la imagen de un Ali desafiante, que observaba como Sonny Liston yacía en la lona, había dado la vuelta al mundo. Sin embargo, millones de norteamericanos ya deslizaban entre sus dedos otra de las grandes joyas de las hemerotecas del siglo XX. 

'Jim Clark wins 500 miles'. Al igual que el escocés había hecho en la pista, un titular se abría paso con fuerza en medio de las numerosas referencias al conflicto armado de Vietnam. Mientras tanto, Bob Dylan ponía banda sonora a los hechos, copando una y otra vez las listas de éxitos de las radios de todo el país con 'Like a Rolling Stone'.

La ausencia obligada a la otra gran cita automovilística del año, el Gran Premio de Mónaco, había significado un alto precio que el hombre más rápido del planeta abonó a regañadientes. La maldita coincidencia de fechas a causa de la inexistencia de un calendario unificado propició que Clark tuviese que renunciar a la segunda prueba de la temporada para correr y vencer en esa edición de las 500 Millas. Aunque, a decir verdad, esto no supuso un gran impedimento para Jimmy, que encadenaría más tarde seis victorias consecutivas. Seis impresionantes triunfos que sumados a su primer puesto en Sudáfrica, harían un total de siete de diez. 

Tras una temporada para el recuerdo, Clark no solo era por entonces el piloto a batir, sino que además representaba una especie de vara de medir. Un espejo en el que el resto de los corredores se miraban, tal como ejemplifican las palabras de Graham Hill después de regarse en champán en aquella huérfana jornada monegasca: "Hoy me sentía capaz de vencer a todos, incluso a Jim". 

Así que Clark, al igual que Dylan y Ali, caminaba con paso firme por el techo del mundo en 1965. Ninguno había nacido para cambiar la historia y, sin embargo, los tres habían logrado reescribir sus respectivos caminos antes incluso de cumplir la treintena. Pero el escocés, que ostentaba además el récord de campeón del mundo más joven de la historia con su título del 63, había tenido que labrarse esa reputación a pulso. 

Y es que cuando logró ese primer campeonato, todavía existía quien atribuía a Chapman las victorias de Clark, aun a pesar de que este ya contaba en su haber con multitud de actuaciones para el recuerdo como la de Reims, un circuito de altas velocidades donde su Lotus era mucho más lento en recta que los Ferrari y los BRM. El GP de Francia era tan solo la cuarta prueba de aquella temporada y, consciente de las limitaciones del 25 en recta, Jim se acercó a Colin y le dijo antes de la salida: "Tengo pensado ir a fondo en la primera vuelta, de modo que, cuando hayamos pasado por las curvas rápidas, pueda tomarme un pequeño respiro".

El plan era tan simple como arriesgado: buscaría los límites en las zonas de alta carga durante cinco largas vueltas. Si no lograba despegar a sus rivales en ese espacio de tiempo abortaría y se lo tomaría con calma. Pero Clark jamás dejaba de sorprender:

"Descubrí que en las curvas rápidas podía lanzar el coche en un fuerte derrapaje controlado para inmediatamente clavar el pié en el acelerador. Reims fue determinación pura. Tomaba aquellas curvas a una velocidad que jamás hubiese creído posible".

Otro ejemplo de aquel maravilloso 1963 había sido el de su victoria el GP de Italia donde, obviamente, el Lotus sufría más que en ningún otro circuito debido a las largas e interminables rectas. "Me parece que nuestra falta de velocidad punta se puso de relieve en Monza", recuerda Jim. "La gente todavía se cuestiona por qué gano carreras. No sé si alguien me vio en la curva Norte, pero en aquella curva podía comérmelos a todos", se defiende irritado.