Conocer el camino, andar el camino

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José M. Zapico
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12 Ene 2017 - 10:42

Baloo era un bigardo de metro noventa, 130 kilos, más que visible barriga cervecera y careto rojizo. Siempre sonreía y heredó su mote del personaje de "El libro de la selva" por su evidente parecido con el oso amigo de Mowgli. Este holandés era a finales del siglo pasado técnico en mantenimiento de la flota de F-16 del ejército de su país, y acabó harto de las rigideces y encorsetamientos de los militroncos. Tuvo una idea que adquirió de su etapa castrense: el simulador que bien simule, buen simulador será, y se montó uno de los primeros dispositivos de este tipo que estos ojos vieron con, agárrate, medio monoplaza Williams que su empresa le compró a la escudería de Sir Frank. Tan era así que en 2001 allí permanecían las pegatinas de la cerveza Veltins y el tabaco Winfield que una vez pasearon por pistas de todo el mundo. Sencillamente le metieron la radial a aquel coche para usar su habitáculo desde la entrada de aire en adelante. En el tráiler de un camión que acudía a carreras y eventos gasolinófagos aquel mediocoche basculaba, se agitaba y se meneaba con tal violencia que podría sacarte todos los empastes de tus muelas. 

Baloo había visto estrellarse virtualmente a muchos pilotos digitales, y sabía quien iba a hacerlo bien o mal con tan solo verle subirse en el amputado Williams. A todo aquel que se introducía en aquel cockpit real le decía con aire paternal "para ganar carreras hay que acabar carreras", y es algo que solo entendían los pilotos con experiencia en pista. Lo mejor (y lo peor) de que apenas cometieran errores era que conocían en primera persona el precio de accidentarse… que no el coste. Del coste te podría dar un máster Eduardo Fernández. Este histórico del automovilismo español es capaz de ver una castaña por la televisión y dependiendo del tiempo que el coche se esté atizando te dice el importe de la factura con un 10-15% de error. Pero es solo el coste. Del precio te puede hablar un tipo llamado Andrea Bellici. Este italiano espigado y silencioso que se fajó contra Fernando Alonso en su temporada conjunta del Open Nissan en 1999 era apreciado por toda la parrilla. Apenas rodaba porque no tenía dinero para neumáticos, él mismo se hacía su coche porque no había presupuesto para mecánicos y el tener un accidente con el Coloni de aquella temporada supondría no poder participar en una o dos carreras posteriores. Cuando Andrea se subió al simulador de Baloo en Cheste, fue el mejor y marcó récords. El holandés se quedó patidifuso al chequear sus datos y le dijo: "Has sido el mejor en meses, no hay muchos como tú". Andrea sonrió tímidamente y se marchó en silencio con la satisfacción de al menos poder ganar de manera virtual, porque los medios de los que disponía solo le permitieron hacerlo aquel año una sola vez, en Monza, una victoria que le supo como un titulo mundial. Andrea tenía aprendido de una manera dura y costosa no el precio, que también, sino el valor absoluto y real de los errores. En la vida real una concatenación de equivocaciones continuadas en pista apearían para siempre al menos afortunado de su carrera deportiva que pasaría automáticamente de fugaz a difunta. Si toda su vida se hubiera desarrollado en el planeta virtual de los bits, esto nunca hubiera sido más que una incómoda pega. Cierras el programa, reiniciar donde te quedaste y apañao.

Bono Huis se llevó a su casa 200.000 pelotes gracias a su buen hacer al volante de un simulador en Las Vegas, pero para alcanzar ese grado de maestría virtual el número de accidentes por el que tuvo que pasar seguramente ocuparían una cantidad de discos duros capaces de llenar un contenedor náutico. De este holandés de cara redonda y que parece que acaba de hacer una trastada se dice que es piloto… piloto virtual, porque de ahí a ser piloto va una distancia como la de liarte a tiros en tu salita en el Call of Duty y decir que ya eres un Marine, que te den un AK47 y que te tiren en paracaídas sobre Afghanistan. No, amiguete, hay muuuuuucha distancia de una cosa a otra, mucha más de lo que a ti te parece. El ejemplo de Lucas Ordoñez no es un gran ejemplo; sí en lo humano, pero no en lo tocante a las posibilidades de que su jugada se expanda a modo de guía vital. El madrileño hizo años de karting, tuvo alguna experiencia en monoplazas, y acabó de instructor en una escuela de pilotos antes de ganar el concurso que le hizo corredor profesional de la mano de Nissan. Tuvo mucha suerte al ser elegido e ir trazando el camino correcto, pero es un caso único y muy lejano del que un directivo de un equipo de carreras quisiera ver en un piloto. Si Toto Wolff buscase mañana sustituto a Nico Rosberg, el último lugar de la tierra donde mirase sería en el mundillo de las eCarreras. Nadie va a saltar de un videojuego a la Fórmula 1 porque una cosa es conocer el camino, y otra muy distinta… hacerlo. El esfuerzo, trabajo, experiencia a adquirir, desarrollo y conocimientos que conlleva el ser un piloto de carreras, uno de verdad, es el 10%, puede que un 20% de lo que acumula uno virtual. Como juego es cojonudo, como tecnología alucinante, como especialidad-con-vida-propia aún tenemos que ver muchas cosas aún mejores, pero de ahí a que alguien que se baje de un simulador se crea capaz de hacer correr un F1 ha de saber que lo mejor que le puede pasar tras subirse en uno de verdad es que no se mate. No, no, no. Piloto virtual sí, piloto de carreras es otra cosa, otra cosa muy distinta. "Es que esto es la repera y va a serlo aún más". De esto no hay duda alguna, pero no mires el deporte, ni la tecnología, ni la afición, ni la pasión que le echan algunos; mira el negocio. Esto va a crecer por la sencilla razón que detrás hay una legión de aficionados, de compradores de consolas, de volantes, asientos de carreras, videojuegos, mandos y periféricos de todo tipo. No te equivoques, el motor de todo esto no es el deporte sino el mismo que mueve a la Formula 1: el dinero. Por eso convergen. No es por otra cosa. Lo siento. 

 

Si alguna vez en una comida o en un viaje pillas a Adrián Campos, es muy posible que te cuente una de sus historias favoritas. En una ocasión un taxista le subió en su coche y en plena ola de su pilotaje con Minardi le reconoció:

—Yo le conozco a usted… —¿Ah, si? —Respondió el valenciano. —Sí… usted es compañero mío. Usted y yo somos lo mismo. —¿Lo mismo? ¿Cómo que lo mismo? —Sí, amigo, usted y yo somos currantes del volante. Unos trabajadores. Lo mismo.

  Pues eso… trabajadores del volante. Lo mismito.

 

Virutas de Goma
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Adrián Campos
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