CURIOSIDAD

Mantener la pasión en medio de la destrucción

José Miguel Vinuesa
18/03/2017 10:08

La guerra, ese monstruo oscuro que devora sin miramientos todo aquello que se interpone en su camino. El sinsentido de la destrucción, de la muerte. En Siria, y más concretamente en Alepo, las huellas del dolor son tan profundas que cada imagen, cada nueva historia, sólo hace que despertar las conciencias ante lo que es un conflicto que dura ya seis años, y que no tiene visos de cerrarse.

Hay historias, sin embargo, que todavía son capaces de poner luz en mitad del terror. Menudencias, si queremos, cosas poco importantes comparadas con las atrocidades de un conflicto bélico. Pero debemos loar la pasión, la fuerza vital de Mohammed Mohiedin Anis, natural de Alepo y que estudió medicina en nuestro país, concretamente en Zaragoza, en los años 70, antes de volver a Siria.

Cuando el conflicto se recrudeció, tuvo que abandonar la ciudad y todas sus posesiones. Su casa, pero también su colección de coches. Porque Mohammed, que ya tradujo en su juventud al árabe los manuales de taller de varios Fiat en la misma Turín, tiene una pasión inquebrantable por los coches. Antes de que la guerra detonase, hasta quería abrir un modesto museo con su colección.

Los coches están en la calle. Tienen las huellas de la destrucción. Lo que eran vehículos inmaculadamente cuidados, ahora no parecen sino vehículos abandonados. Pero la mirada de Mohammed hacia ellos, aunque nublada, sigue siendo la del cariño. Ahora que ha vuelto, y están en un estado lamentable, piensa en restaurarlos. Aún los limpia.

Llegaron a ser 30 los coches de su colección, fundamentalmente americanos. De ellos, sólo 13 siguen en su casa, porque siete fueron confiscados por las autoridades porque bloqueaban la calle, y el resto están desaparecidos. El propio Mohammed, para evitar mayores daños, había quitado el volante y los asientos de algunos de sus modelos. Pero eso no es suficiente en un conflicto bélico. Hay Pontiac del año 1950, un Volkswagen Thing de los 70, un Hudson Commodore del año 1948 o un Cadillac descapotable del año 1947.

A Mohammed le duele cada daño "como si los sufriera uno de mis familiares. Mírala, está llorando, arrasada y rogando por mi ayuda", dice ante uno de sus coches. Quizás un sentimiento extremo por un objeto inanimado en mitad de un conflicto que arrasa con vidas, pero comprensible desde el cariño con el que se construye una colección. Ahora mismo, son su salvavidas, el motivo que le permite seguir aferrado con cierta ilusión a un futuro dramático: el de hacer lucir de nuevo sus coches como antaño. Pese a la dificultad de la tarea, ese es el punto luminoso en mitad de la tragedia.

"Amo los coches porque son como mujeres: preciosas y fuertes". Mohammed tiene dos mujeres y ocho hijos, a los que quiere dejar su colección. En ella, los Cadillac son fundamentales, porque para él toda colección debería tener al menos uno, por su lujo y su estilo. Han querido comprarle la colección, pero él se niega. No están en venta. Son sus objetos más preciados.

Mientras tanto, en su casa destruida, sin ventanas, llena de cascotes, se sienta al borde de una cama, fuma su pipa y escucha en un viejo tocadiscos, una de las pocas cosas que aún conserva intactas. Observa el paisaje aterrador de lo que fue su ciudad, pero lo hace con una serenidad ejemplar: "la vida es dura, pero no debemos perder la esperanza".

A través de unos coches en un estado deplorable, Mohammed se aferra a un futuro mejor. Eso es amor por los coches. Esto es un ejemplo de amor por la vida. Suerte, Mohammed.

Si te interesa esta noticia