Reportaje

Carreteras míticas: la Nacional III

15/09/2018 18:32

Dicen que la vuelta al trabajo después de unas largas vacaciones siempre es dura. Incluso que puede causar depresión en algunos casos. Para remediarlo, en SoyMotor.com hemos aprovechado la vuelta a la capital desde Castellón para descubrir en el trayecto una de las carreteras históricas más importantes de la historia de España: la antigua Nacional III.

En 1998 cuando, después de numerosos retrasos, se inauguró finalmente la nueva Autovía A-3 que a día de hoy une Madrid y Valencia. Un sueño para muchas familias madrileñas que veían como por fin la playa estaba a poco más de tres horas y media de la capital.

Para lograrlo, la nueva A-3 contaba 355 kilómetros de un trazado mucho más homogéneo –aunque algunas partes del recorrido son comunes a la antigua N-III–, evitando puertos y zonas complicadas, y, sobre todo, añadiendo dos carriles para cada sentido. Todo un avance en movilidad para nuestro país que, sin embargo, también ha tenido sus consecuencias negativas, la principal, el abandono de la N-III junto a sus pueblos y negocios colindantes.

Nuestro viaje comienza en la salida 261 de la A-3 dirección al pueblecito de Villargordo del Cabriel. Pocos kilómetros antes empieza el tramo de la antigua N-III que aún se conserva y que continúa 78 kilómetros hasta Honrubia –ya en la provincia de Cuenca–. Debido a que la nueva A-3 aprovechó varios tramos de la antigua carretera, éste es el tramo por antonomasia si queremos retroceder en el tiempo.

Ya en los primeros kilómetros hay varias sensaciones poco habituales que llegan al conductor: la tranquilidad y la falta de tráfico. A pesar de que visualmente la A-3 sigue ahí, el ambiente que se respira es de la típica carretera comarcal o secundaria que atraviesa un pueblo. Esto será una de las máximas de la N-III en todo su recorrido, ya que, a diferencia de las autopistas actuales, sólo cuenta con un carril para cada sentido, salvo en determinadas ocasiones como subidas prolongadas o tramos concreto con un carril adicional para facilitar los adelantamientos.

Recorrido que aun se conserva de la antigua N-III desde Villargordo del Cabriel hasta Honrubia

 

La N-III nos transporta a otra época e invita a saborear cada kilómetro

Apenas hemos abandonado el pueblo cuando divisamos las primeras curvas. No son de gran radio como las que acostumbramos a trazar en autopista sino serpenteantes y con un límite de velocidad establecido en 60, circunstancias que la asemejan una vez más a una carretera convencional del siglo XXI. En esta primera toma de contacto es también curioso que los virajes los hacemos mientras esquivamos la nueva A3, que discurre sobre nuestras cabezas.

Aquí comprobamos la magnitud de la nueva infraestructura sujetada por enormes cimientos que soportan el continuo tráfico rodado. En este sentido, conducir nuestro Mazda MX-5 es siempre gratificante, especialmente en entornos nuevos y desconocidos, en los que el paisaje y el entorno llega más directamente al conductor por la ausencia de techo.

Más adelante llegamos a uno de los hitos señalados de la ruta, el Puerto de Contreras, el tramo más complicado de todo el recorrido. Las vistas se merecen una parada. Bajo nuestros pies se encuentra el embalse de Contreras y su presa, y un poco más alejada la nueva A-3, que parece flotar por encima de las montañas gracias a un faraónico despliegue de puentes que sobrevuelan las aguas. 

En 1972, los medios con los que se construyó la antigua carretera eran bien diferentes: se recurrió a la dinamita para atravesar las montañas, en medio de uno de los desniveles más acusados del recorrido. Imposible no imaginarse una caravana de cientos de vehículos a paso de tortuga y algún Seat 600 rellenando el radiador después de tantos esfuerzos con la familia a cuestas… Todavía es transitable una tercera carretera, con decenas de horquillas antes de coronar el puerto, que era la vía principal antes de la construcción de la N-III.

A la salida del Puerto de Contreras encontramos una antigua y desvencijada venta Mirador de Contreras. Símbolo de otra época, estos establecimientos, junto a talleres y áreas de servicio eran paradas obligatorias para el descanso de hombres y máquinas en estos eternos viajes. Ahora lucen abandonadas, deslucidas del esplendor de antaño. La que ahora nos ocupa ofrecía una localización privilegiada del Río Cabriel.

Un poco más adelante, paramos en una de las pocas que continúan abiertas. Transformada en restaurante y gracias a su proximidad a la localidad de Minglanilla, el enorme aparcamiento todavía está en uso. Entre los pocos vehículos estacionamos y descubrimos un maravilloso Jaguar E-Type Convertible. Una joya de la automoción que deleita para los sentidos pese a que en nada se parezca al coche medio del español en los años 70.

Antes de entrar a Minglanilla, descubrimos la primera de las muchas ermitas dedicadas a San Cristóbal, el patrón de los conductores. Cuentan que en la época los conductores hacían sonar su bocina para bendecir el viaje y que este transcurriera sin problemas. Nosotros decidimos pararnos para curiosear y que le dé el visto bueno al pequeño roadster venido de Japón.

Sorprende lo sinuoso del trazado de la antigua Nacional III en ciertos tramos, como la entrada a Minglanilla. Desde luego, los ingenieros no estuvieron muy acertados al situar una curva de izquierdas de rango decreciente a la entrada del pueblo. No hay ninguna flor o símbolo a la vista, pero seguro que éste fue un punto delicado, en el que además se junta intersecciones, salidas de caminos y hasta una gasolinera en plena curva. Las estadísticas de la época son demoledoras: casi 5.000 heridos y 334 fallecidos por accidentes entre 1988 y 1998. No se incluye entre ellos el del célebre cantante Nino Bravo, tristemente desaparecido tras un accidente con su BMW 2800 CS pero en el año 1973.

Los próximos kilómetros hasta llegar a Graja de Iniesta son bien diferentes. Las interminables rectas nos recuerdan a las carreteras estadounidenses, sólo faltan las líneas amarillas de la calzada. A la salida del pueblo dejamos a nuestra izquierda la segunda ermita al patrón de los conductores. Toca una nueva ración de rectas, eso sí, limitadas a 100 kilómetros/hora, la velocidad máxima de la vía, si bien en baja hasta 60 en los tramos más complicados. Una vez más sorprende el buen estado del asfalto pese a la falta de mantenimiento y limitado tránsito de vehículos.

Unos kilómetros más allá, en Castillejo de Iniesta, encontramos un nuevo vestigio que dan idea del abandono de la N-III. Junto a una vieja venta de queso y miel encontramos una gasolinera fantasma. Una pegatina en los surtidores muestra como pasaron su última verificación en un lejano 1998, mientras dentro de la tienda parece haberse detenido el tiempo. Aquí todavía es posible repostar Super97, a razón de 98 pesetas por litro.

En la búsqueda de números redondos llegamos al hito del kilómetro 200, situado en Motilla de Palancar. Esta localidad, a diferencia de la mayoría, que tuvieron que plegar velas tras la reducción del tráfico, es un oasis en mitad del desierto. Gracias a la próspera empresa Nagares –adquirida recientemente por Mahle–, dedicada a fabricar componentes de automoción, Motilla es una de las referencias industriales de la provincia, lo que se hace notar en su tamaño. Parece una pequeña ciudad comparada con el resto.

No sólo trajo prosperidad y trabajo a la zona, sino que también pudo resistir a la decadencia de la N-III. Por suerte, la nueva autovía de Valencia pasa a pocos kilómetros y el pueblo sigue siendo un punto de parada recurrente gracias a la abundancia de servicios, restaurantes y demás atractivos –cuenta incluso con una ITV y numerosos negocios de automoción–.

Nuestra última parada antes de finalizar la histórica carretera a la altura de Honrubia sucede en el embalse de Alarcón. Este accidente geográfico rompe la monotonía de las interminables rectas y con él, conocemos el último de punto de interés de este tramo de la N-III. Preciosas las vistas desde la carretera que atraviesa la presa y una nueva venta abandonada aparece en el camino.

Pero la N-III todavía nos tiene reservado una de sus más alucinantes sorpresas. Entre la espesura, el hotel Claridge luce, todavía hoy, impresionante. Será por su privilegiada situación con vistas al embalse, o por su enorme tamaño con forma de mole de hormigón que alberga 35 habitaciones en su interior. Lo cierto es que impone respeto, mientras la curiosidad invita a atravesar la desaparecida verja para conocer un poco más su interior.

Construido en 1969 por la empresa AutoRes, el Claridge era el negocio más rentable de esta carretera. Los lugareños recuerdan como sus cafeterías y espacios públicos atestados a cualquier hora, mientras que en una zona más reservada, los huéspedes disfrutaban de habitaciones con increíbles vistas al pantano y piscina.

Hoy sólo es un espejismo de lo que fue hace 30 años. La naturaleza se ha apropiado de la entrada principal, las luces de neón del letrero principal fueron arrancadas hace tiempo y todas las entradas están tapiadas. Y sin embargo, el hotel Claridge mantiene la compostura, dominando el horizonte con sus enormes dimensiones. 

Al final de nuestro viaje por este casi centenar de kilómetros la antigua Nacional III, pese a que su recorrido es similar al de la A-3, el tiempo en recorrerla es mucho mayor, no ya sólo por su trazado más sinuoso y un límite de velocidad menor, sino también porque esta carretera histórica invita a paladear cada kilómetro recorrido. 

La vuelta a la realidad llega al incorporarnos de nuevo a la Autovía de Madrid-Valencia, en la que una hilera de coches espera, atascados, a unos 150 kilómetros de la capital. Más moderna y práctica, pero sin el alma de la antigua, que atraviesa pueblos y parajes naturales, los kilómetros pasan sin pena ni gloria en medio de un gran atasco, conductores nerviosos y más de un accidente.

Sin duda, este tramo de la Nacional III ha sido uno de los descubrimientos de este verano que ya acaba. Un lugar que te transporta a otra época, en el que se vivía a otra velocidad, más sosegadamente y en el que los viajes por carretera tenían otro significado. A partir de ahora, será un recorrido obligatorio de camino a la costa.