La guerra de los mundos

José M. Zapico
20/06/2017 14:00

Una guerra de dos mundos culturales dentro de la Fórmula 1 que, a su vez, ha chocado de frente con la realidad. A resultas de la colisión, el ajardinado entorno parece como si los autobots de Transformers hubieran arrasado la sede del equipo más pijo y estirao del entorno. El baño de humildad les puede venir bien, pero los frutos recabados del matrimonio cañahuecoso son de los que harán sonrojar al mismísimo Taki Inoue. La jugada era la que había que hacer, pero fallaron la confianza ciega de los ingleses en los de Honda, y los orientales equivocaron su idea general del charco en el que se estaban a punto de meter.

Los japoneses son muy japoneses. Poseen un extraño y admirable sentido del protocolo y la educación, aunque resulta un lastre en un entorno cambiante en el que la comunicación, los mensajes directos, y la claridad de metas bien definidas marca la diferencia entre salir a hombros o arruinarte.

Antes de que acaben de hacerlo, McLaren parece haber decidido buscarse otra novia y Mercedes tiene todas las papeletas. Más interesante es lo aparentemente decidido en la parte contraria. El extraterrestre ha caído víctima del virus de la ineficacia, la atmósfera terrícola le ha sentado mal, respira con dificultad, la presión atmosférica comprime sus pulmones y ahora tiene que replegarse para recomponer su dañado organismo. En vista de que la automoción está a punto de pegar uno de los vuelcos más grandes de su historia industrial, y tras el ejemplo de Mercedes, decidieron embarcarse en un arriesgado viaje en el que tenían poco que ganar y mucho que perder… pero no lo sabían. A todo el que aterriza en este deporte, y su tiempo, dinero y prestigio arriesga, sólo hay que darle las gracias y acompañarle en las penas, lo que no quita que la experiencia haya sido terrible –siendo generosos–.

En el Plan B que jamás quisieron tener, los de ojos rasgados es asumir la humillación de haber colaborado en desarrollar la peor temporada de la historia de su socio comercial, McLaren y marcarse otro horizonte. Todo indica que el año próximo, al menos en principio, motorizarán a Sauber donde se juntarían el hambre con las ganas de comer; el motor peor dotado de la parrilla con el equipo que cierra la tabla de forma sistemática desde hace unos años. La solución nipona podría llegar de la mano de Williams.

Los de Grove perdieron el favor de Mercedes cuando Wolff salió de su accionariado y, desde entonces, no dejan de hundirse en la tabla. A pesar de ello, sus cuentas parecen adquirir el buen aspecto del que careció durante la última década. Tras años de pérdidas, de poner en la cabeza a un contador de habichuelas, de recortar gastos en todos los aspectos y buscar líneas de negocio en campos ajenos a las carreras, han logrado salir de ese oscuro boquete de rojos números.

Williams es un equipo que ha sido campeón, tiene unos mimbres mucho mejores que los suizos y, a pesar de que sus coches son conceptualmente deficientes, poseen sistemas y personal adecuado para crecer juntos. La guinda a esta ecuación reside en que podrían ejercer de perfecto laboratorio para un motor al que no le exigirían victorias sino desarrollo constante. McLaren necesita ganar, mientras que Williams vive bien en una respetuosa medianía, caldo de cultivo perfecto para crecer, especialmente gracias al taquito de billetes de yen que les puede hacer llover porncima.

Honda no se va a pirar en mucho tiempo. En su filosofía, que es la propia de sus gentes, está muy marcado eso de aguantar el chaparrón y trabajar hasta que se salga del profundo bache con algo de dignidad. Ya se marcharon en 2008 sin ella y no quieren repetir la hazaña. Eso supone tiempo, dinero, y esperemos que cambios de concepto empresarial.

Una de sus jugadas maestras bien podría ser llevar la producción de sus motores a England. Es lo que hicieron con el propulsor de la Indycar al construirlo en Estados Unidos y ahora ganan carreras; es lo que hace Mercedes al no construirlo en Alemania y ahora también gana carreras. Desde lejos, se ve mal el panorama, y este sería un buen principio. La desgracia es que reiniciarán su proyecto prácticamente desde cero, con nuevos socios, están muy perdidos a día de hoy desde el punto de vista técnico, van recalar en equipos que no son de referencia sin pilotos con brillo y con un temporizador contando hacia atrás con 2020 como fecha límite para acabar de hacer funcionar lo que hay, o embarcarse en lo que llegue a partir de entonces.

En cualquier caso muchas gracias por haber venido, por arriesgar tiempo, dinero, esfuerzo y energías. Palos ninguno; la pena es que nada de lo que tenían previsto funcionó. Otra de las desgracias es que por el camino se han volatilizado dinero, tiempo y talento. El dinero va y viene; ya llegará más. El tiempo pasa y hay épocas mejores y peores. Pero… ¿el talento? El talento no. El talento no es como la energía, que ni se crea ni se destruye, sino que se transforma, se desperdicia y acaba desapareciendo para pasar a ser casi invisible.

Por cierto, la novela 'El hombre invisible' también la escribió H.G. Wells hace justo ciento veinte años, cuando vivía en Woking a apenas dos kilómetros del rimbombante MTC de McLaren. A algunos de los protagonistas de esta historia les encantaría ser invisibles… y a otros dejar de serlo, pero hay lo que hay.