El adiós de Montezemolo, el fin de una era

Una humareda de ilusión

Miguel Carricas
12/09/2014 13:06

“Es un viaje a ninguna parte, un enigma a descifrar”. Probablemente este fragmento de una de las canciones más recientes de Fangoria defina a la perfección el panorama oscuro que impera actualmente en Ferrari, traducido en el pasado Gran Premio de Italia en una absoluta depresión tanto para los intereses de la Scuderia como para sus emblemáticos aficionados, los tifosi, quienes afrontan una realidad difícil de digerir en cuanto al plantel deportivo de un equipo inmerso en una fuga imparable de resultados y títulos que lastran, al mismo tiempo, la trayectoria deportiva de Fernando Alonso en la Fórmula 1.
 

La avería que sufrió el bicampeón en Monza es una fiel representación los males que acechan el entorno de Ferrari y sus expectativas de cara al futuro. No se trata de una simple rotura del ERS, un hecho comprensible dada la complejidad del nuevo reglamento, sino una metáfora perfecta de un fin de semana en el que el equipo ha tocado fondo de forma contundente frente a un público parcialmente ausente de las gradas que prefirió no acudir en masa a la cita de 2014 y evitar presenciar así una nueva humillación sobre las profundas carencias del F14 T.

Probablemente sea Alonso el principal afectado de la crisis que atraviesa actualmente Ferrari, y cuyo desenlace no parece inminente vista la necesidad de aplicar una drástica reestructuración interna tras la dimisión de Montezemolo. El asturiano ha sido capaz de exprimir el rendimiento del F14 T para cuajar actuaciones sensacionales durante la primera parte del campeonato. No obstante, su constancia de resultados dentro de las diez primeras posiciones ya corrió peligro con motivo del incomprensible despiste de sus mecánicos a la hora de intercambiar la configuración de su batería en Spa-Francorchamps. La estocada final a la senda, y quizás también a su paciencia, llegó el pasado domingo en Monza, una de esas carreras donde el asturiano siempre exhibe un valor añadido de su talento.

Ferrari se topa con unos tifosi descontentos, un piloto frustrado, un monoplaza que sufre para sumar dos puntos, y un futuro incierto

A decir verdad, la serenidad pública con la que Alonso tiende a hacer balance de su frustrada andadura en Ferrari constituye un ejercicio de absoluta profesionalidad, si bien no resultaría extraño que parte de su actitud se haya visto ligeramente comprometida tras lo ocurrido en Monza, donde el asturiano contempló resignado la decepción de unas gradas expectantes por que emulara al verso de Melendi y lograra teñir de emoción un día presumiblemente negro.

Dos averías consecutivas en dos carreras cruciales denotan el limitado carácter ganador al que aspira Ferrari, sin una organización interna que garantice un futuro competitivo en la máxima categoría, y con una cúpula inmersa en una batalla por el poder que probablemente haga reflexionar a Alonso sobre las garantías que puede concederle el equipo en su intento por alzarse con el ansiado tricampeonato, el cual se diluye de forma simultánea a la ilusión de sus aficionados, cansados de recibir falsas esperanzas año tras año.

Superado el ecuador del campeonato, las opciones de Alonso de contar con un volante competitivo en 2015 recaen en la posibilidad de que la estructura de Ferrari consiga asentarse en una ambición común, y no es otra que volver a la lucha por el campeonato. Sin embargo, son pocas las esperanzas depositadas en que logren aprovechar el margen de modificación del 48% en la unidad de potencia para retomar algunos atisbos de la competitividad que lograba exhibir el monoplaza rojo en ediciones anteriores del Gran Premio de Italia, testigo histórico de victorias de Michael Schumacher, o incluso del triunfo apoteósico del propio Alonso en 2010.

Apenas unos años después de tales festejos, Ferrari se topa en Italia con unos tifosi descontentos, un piloto frustrado por su incompetencia, un monoplaza que sufre para sumar dos insignificantes puntos, y un futuro absolutamente incierto en el que quizá no basten las promesas de Mattiacci para detener un posible cambio de aires de Alonso.

Monza será una carrera que tardarán en olvidar los tifosi. Un capítulo de connotación negativa imborrable para la historia de Ferrari, no sólo por los malos resultados, sino por una humareda que alerta sobre el peligro de incendio al que se expone el equipo de cara a los años venideros, y que puede hacer presenciar a la afición fracasos aún más dolorosos en el caso de que no emprendan una inminente senda de recuperación que, sin embargo, se antoja cada vez más improbable.

Las fórmulas mágicas no existen en la Fórmula 1. Los resultados obtenidos en Monza son el reflejo de una falta de ambición, trabajo, organización y motivación interna que ha llevado a Ferrari al absoluto fracaso en 2014. Si bien ya se han puesto algunos medios para paliar la fuga de rendimiento del equipo, el hecho de sacar del abismo una situación tan complicada como la de la Scuderia conllevará más temporadas de sufrimiento en casa, ya sea dando pequeñas señales de mejora, o, por el contrario, emulando a la carrera del domingo y firmando otra actuación desastrosa de la cual, a propósito, prefirió ausentarse Sergio Marchionne ante el previsible fracaso nacional de los bólidos rojos.

Ferrari viaja sin rumbo y sin saber descifrar el enigma que esconde su retorno al olimpo de la Fórmula 1. Por el momento, el fallecimiento de Emilio Botín, la marcha de Montezemolo, la incertidumbre en torno a la capacidad de reacción de Marchionne, la pérdida de emoción de sus aficionados de los o el fracaso absoluto de Monza ciernen nubes negras sobre el entorno de Maranello. No en vano, la marcha de Alonso es la última pieza del dominó que puede originar el aguacero definitivo para Ferrari. Por el bien del bicampeón, que así sea.