Flechas de Campeonato

Un escenario clásico, una guerra sin cuartel

22/07/2014 18:41

En el corazón de la Vieja Europa. En ese lugar que alberga un memorial que jamás debió existir. En ese territorio plagado de historia. De memorias teñidas de gris plata. De test celebrados en el más estricto de los secretos hace ahora más de 75 primaveras. De pruebas que confabulaban contra Auto Union, Maserati o Ferrari. De pruebas capitaneadas por ‘El Gordo’ Neubauer y que enfundaban en sus monos -ya blancos por aquellas- a leyendas de la talla de Caracciola, Von Brauchitsch o Lang.

En un lugar con sonido a brindis en recipientes de medio litro. A brindis con sabor suave y refrescante de Weissbier en verano. Y con mosaicos de tres puntas. Y con empleados que sacan pecho. Que sienten el trazado como propio. Que saben como nadie recordarte cuál es el fabricante de automóviles con mayor tradición del planeta.

 

De izquierda a derecha: Rudolf Uhlenhaut, Manfred von Brauchitsch, Rudolf Caracciola, Dick Seaman, Max Sailer y Alfred Neubauer.

 

Ahí, en ese lugar. Ahí se habían citado los dos. Y lo habían hecho por décima vez esta temporada. Cada cual con su estilo. Cada cual con sus armas. Cada cual con su particular manera de entender un negocio en el que ahora sientan cátedra, curiosamente esta vez a algo menos de quince quilómetros de la universidad más antigua de Alemania.

Nico Rosberg y Lewis Hamilton han impartido no pocas lecciones esta temporada. Una de las más impresionante de todas, hasta la fecha, la ha firmado Nico y podría -por qué no- llevar como título ‘Así se debe administrar una distancia’.

Nico ha sabido mantener la calma cuando Hamilton ha encadenado una victoria tras otra. Ha sido más rápido que nadie los sábados, pero también ha sabido seleccionar la estrategia adecuada cuando ha partido detrás de su compañero. Haciendo de la necesidad virtud. Obteniendo beneficio prácticamente en todos aquellos trazados en los que los option ofrecían un mejor rendimiento que los prime. Inventándose poderosos stins finales que, en más de una ocasión, han sacado de sus casillas a Lewis.

Si Mónaco fue en su momento el escenario propicio para demostrar la elegancia y la sobriedad de su pilotaje, Canadá lo fue para poner de relieve toda la dimensión de su talento. De su inteligencia para afrontar situaciones de crisis. Consultó por radio a su ingeniero el reparto de frenada de Lewis cuando la cosa comenzó a ponerse seria de verdad. Y, tras el abandono de este, se las arregló para llevar su W05 a casa sano y salvo cuando ambas flechas plateadas perdieron el sistema MGU-K y, con ello, una buena dosis de la potencia híbrida del motor Mercedes.

Sublime en la gestión, en el Gilles Villeneuve negoció cada uno de los virajes de los sectores uno y dos con una única idea en la cabeza: forjar un gap suficiente que le permitiese defenderse en la interminable recta del tercero. Así conservó magistralmente la posición durante nada menos que cuarenta vueltas -de la 37 a la 67- y, aunque finalmente se vio obligado a ceder ante la eficiencia aerodinámica del Red Bull de Ricciardo, consiguió mantener a raya al velocísimo Force India de Pérez. ¿El resultado? Un suculento botín que hoy le permite continuar mirando a Hamilton por encima del hombro.

Lewis, por su parte, se ha visto obligado a remar contracorriente desde el minuto cero. Manteniéndose firme tras una inoportuna rotura Australia. Rehaciéndose con pericia tras un abandono en Canadá y sobreponiéndose con entereza a un error propio en la clasificación de Austria. Ha sabido además encontrar la manera de reinventarse tras un peligroso reventón en uno de sus discos Brembo en Alemania. Y también de sobreponerse a un desafortunado coche de seguridad que estuvo a punto de costarle la victoria en Bahréin y a otro que no existió en Hockenheim, pero que debería haberlo hecho y que más que probablemente habría puesto la carrera en sus manos.

Ha remontado desde la zona media y también desde la cola, arriesgando el campeonato en cada maniobra. De la novena a la segunda en el Red Bull Ring. De la sexta a la primera en Silverstone. De la vigésima a la tercera en Hockenheim. Viviendo al límite. Pilotando en su estilo más puro. Salvando un matchball en cada adelantamiento.

El domingo en la horquilla demostró una vez más que se las sabe todas. Sustentado en la increíble punta de su W05 y en su innata capacidad para imprimir una presión en el pedal del freno con ese exquisito tacto suave y firme al mismo tiempo. Así logró enlazar un adelantamiento tras otro y llegó a hacerlo incluso de dos en dos, recordando a su propia versión de 2008, en aquella célebre carrera en la que Piquet Jr. se subió al podio en casa y en la que un safety -cuando el británico todavía no había hecho su parada- a punto estuvo de destrozar una victoria que ya llevaba grabada su nombre.

Ninguno ha cometido excesivos errores hasta la fecha y, si alguna vez lo han hecho, han sido capaces de solventarlos y cerrar con ello la brecha. En pista, el mayor desacierto de Lewis ha sido sin duda ese citado trompo en la clasificación del Gran Premio de Austria. El de Nico, posiblemente, haber dejado escapar la oportunidad de vencer a su compañero ante esa ventaja estratégica en Sakhir.

Cumplido el ecuador del campeonato sería complicado decidir quién de los dos se merece más este título. Pero si existe algo de lo que la F1 no entiende es precisamente de merecimientos. Este mundial se decide de siete en siete cada vez que las averías mecánicas no entran en juego. Este mundial es una guerra sin cuartel que ahora se desenvuelve en un escenario clásico, el de la Vieja Europa. Con Nico Rosberg emulando las andanzas del maestro Rudolf Caracciola. Con Lewis Hamilton en el papel de Dick Seaman, el inglés recién llegado al equipo. Y con Toto Wolff en la renovada y esbelta versión del ‘Gordo Neubauer’, el hombre que un día decidió suprimir la pintura blanca de sus flechas para teñir de plata algunas de las páginas más doradas de la historia del deporte. Que siga la rueda.