Lo que pudo ser

La triste impotencia del sueño rojo

Miguel Carricas
05/12/2014 09:00

Amanecía aquel 14 de Marzo con energías renovadas. Aguardando al inicio de una trayectoria que prometía transformar aquella tristeza y frustración enfundado en las vestimentas grises y amarillas en un periplo ilusionante, plagado de victorias, de pasión, de triunfos, de alegría, de campeonatos mundiales y de motivos para defender, también con números, que Fernando Alonso era el mejor piloto de la parrilla. Cinco años después, termina el capítulo más importante de la trayectoria de Alonso con un palmarés ligeramente más dilatado de lo que comenzó, pero con la vitrina de los campeonatos mundiales estancada en dos polvorientas coronas, aguardando a que la fuerza del samurái aún pueda romper con los dominios establecidos y aspirar a otro campeonato. El tercero. El que prometía llegar de rojo pasión, pero nunca llegó. El que persigue Alonso de forma incansable desde 2006. El que, a partir de 2015, buscará con todo el empeño posible fuera del entorno de Maranello.

Completo estas líneas aún sin asimilar realmente la resaca de la despedida, o, mejor dicho, de la triste e impotente situación que aparta a Alonso de su sueño de conseguir éxitos con Ferrari. La confirmación de que el asturiano abandonaría el barco de Marco Mattiacci y Sergio Marchionne, diferente al que capitaneaban hace unos meses Stefano Domenicalli y Luca Di Montezemolo, no era más que un mero trámite de la crónica de un divorcio anunciado, motivado esencialmente por la lucha persistente del hombre contra la máquina. David contra Goliat, en sentido metafórico, extrapolable tanto a la dureza con la que Alonso ha batallado contra monoplazas más potentes, como a la que ha desempeñado contra su propio coche, en ocasiones más competitivo que en otras, pero raramente capaz de seguir permitiendo al bicampeón escribir su nombre entre los récords que dictarán los renglones de la historia de este deporte.

No obstante, existe una perspectiva francamente positiva en la salida del asturiano. Todos los redactores de los medios escritos y digitales, así como locutores de televisión o simples aficionados, han sido testigos de una de las demostraciones más impresionantes de talento innato en la historia de la Fórmula 1. No llegó el tricampeonato, ni siquiera una victoria en 2014, pero lo cierto es que una carga de resultados muy discreta en las últimas cinco temporadas ostenta un peso infinitamente menor en la balanza con respecto a su motivación en el año 2010, sus lágrimas en Valencia 2012, la euforia nacional en Montmeló 2013, o la lucha contra la adversidad mecánica y meteorológica en Hungría 2014.

Corre en las redes sociales una imagen absolutamente fiel a lo que podría constituir un resumen de la trayectoria de Alonso. Frente a los 550 puntos conjuntos de Felipe Massa y Kimi Räikkonen, el ovetense ha sido capaz de sumar 1190. Un dato rompedor que, al igual que los cero mundiales vestido de rojo, será tomado en cuenta por las próximas generaciones como una exhibición absoluta de pilotaje, liderazgo y superioridad frente a cualquier obstáculo mecánico o figura históricamente competitiva que se haya interpuesto en su camino de luces y sombras dentro de una escudería caracterizada en los últimos años por el estancamiento en la evolución del coche, la alarmante desorganización interna y  la ausencia de un referente que reagrupara los intereses del equipo hacia el objetivo de volver a ser competitivos.

Gracias a los últimos años, Alonso se ha consolidado como el piloto más respetado del paddock. Criticado o elogiado por su personalidad, factor ajeno a sus labores al volante, las personalidades más destacadas del deporte se han deshecho en elogios hacia una destreza al volante que le ha valido para abandonar Ferrari con la conciencia tranquila que el número de títulos o campeonatos no refleja con exactitud el grado de talento de un piloto.

Cuando transcurran los años y las labores públicas de Alonso en el deporte se centren en los manillares, las etapas de montaña y las dos ruedas, tendremos el privilegio de recordar nostálgicos aquel inicio de ensueño en Baréin 2010. La suerte del campeón, creíamos, o la mala suerte de otro auténtico monstruo del deporte que le arrebataría meses después el campeonato en una de las tardes deportivas que mayor desconcierto ha generado en mi corta existencia, más aún contemplando resignado aquella prueba rodeado de simpatizantes del joven alemán que emprendería uno de los periplos competitivos más admirables de la última década. 

Tampoco podremos diluir de nuestro recuerdo el dominio de los toros en Silverstone 2011. O incluso aquella remontada forzada en Monza frente a los tifosi que bien pudo haber sido una de las causas principales por las que aquel heroico 2012 no terminó en un final apoteósico a una campaña plagada de llantos de tristeza y alegría.

Ajeno a la nostalgia o las lamentaciones, Alonso promulga en su cuenta personal de Twitter un mensaje de positividad ciertamente alentador para el futuro. La expresión #LoMejorEstáPorLlegar figura en varios de los mensajes que escribe el asturiano conforme se aproxima la carrera en la que pondrá fin a su triste periplo dentro de Ferrari en cuanto a éxitos. El ovetense abandona la nave del Cavallino con una seguridad envidiable que, efectivamente, hace presagiar que los últimos resquicios de su carrera deportiva vendrán cargados de satisfacciones para todos los aficionados que han derramado lágrimas de tristeza frente al televisor al verle bajarse resignado de su monoplaza bajo la noche de Abu Dabi o la lluvia incesante de Interlagos, siempre con la miel en los labios y sin gozar de una justicia que le otorgara una nueva corona como reconocimiento a su impecable trabajo.

Sobre la noche cerrada de Abu Dabi despidió Alonso un periodo de tristeza cuyo primer capítulo se firmó precisamente en el emirato hace cuatro temporadas estancado a la cola de un Renault. Atrás queda el vínculo interno con todos los integrantes de Ferrari, la satisfacción personal de cumplir con su trabajo, o la gesta de disfrazarse de superhéroe nacional en la conquista de la victoria que dio a su ejército de aficionados en Valencia un motivo para sonreír frente a las graves dificultades financieras que azotaban a un sector amplio de la población.

Recuerdo charlar en 2013 con David Coulthard en una de las puertas de acceso al paddock del circuito de Montmeló. "Tenéis la suerte de tener un piloto tan increíble como Fernando", destacaba sincero el escocés ante mi inmenso orgullo. Un día después lo ratificó sobre la pista, para que muchos aficionados desatados en las gradas soñáramos juntos, una vez más, con ese mundial que nunca llegó con una vestimenta roja plagada de llantos de tristeza, momentos de impotencia y sueños desvanecidos en una pelea sin espada que ya ha terminado para el "alivio" del bicampeón. Por suerte. Y quién sabe si por justicia.