24 horas de Le Mans

¿Por qué Le Mans?

José Miguel Vinuesa
10/06/2015 17:02

Un pájaro canta alegremente en la rama de un árbol, que se mece con la fresca brisa de una mañana de final de primavera. De las hojas, se resisten a caer diminutas gotas de rocío, que parecen estrellas fugaces al describir su trayectoria iluminadas por los primeros rayos de un sol que apenas calienta. A lo lejos, se oye un zumbido, como si un enjambre de abejas estuviera en pie de guerra desde las primeras horas de la mañana. Se acerca rápido, amenazante, y anunciado por un potente haz de luz. Tan veloz como llega, pasa un automóvil futurista, mezcla de coche y avión de caza, que con su rumor deja atrás otro tramo de circuito, otros metros ganados en su lucha contra el tiempo.

En su interior, un hombre trata de concentrarse en la siguiente curva, que se aproxima con premura. Observa a través de un sucio parabrisas el horizonte que ha estado persiguiendo durante varias veces en las quince horas anteriores. Aún quedan otras nueve horas, pero el amanecer deja atrás la incertidumbre de la noche. Ese rayo de sol que le ciega levemente es recibido como una bendición, una inyección de moral para olvidar el cansancio acumulado y seguir luchando con firmeza contra los elementos. En ningún momento se pregunta qué hace metido en un coche a más de 350 kilómetros por hora. Tan sólo sigue apretando el acelerador, como si con ello ayudara a la fuerza gravitatoria a ser más rápida en el avance del tiempo. Sólo desea la meta. La gloria. El triunfo en la carrera más importante de todo el calendario automovilístico. Las 24 horas de Le Mans.

¿Por qué correr durante todo un día sin descanso? Visto con frialdad, es una locura. Pero cuando en 1923 se implantó la carrera, era toda una aventura: el hombre y sus aparatosas máquinas, demostrándose a sí mismos su resistencia, su velocidad, y el valor que corría por sus venas. Ese reto no ha cambiado. A lo largo de un día, tres pilotos comparten un coche de competición. Los tres deben resistir, ser constantes, fiables, no ceder jamás al desaliento ni flaquear en ningún momento. Si muestras una debilidad, mecánica o humana, estarás acabado. Así de implacable es la carrera que parece interminable. Pero el piloto, llamado todavía por el instinto básico y ancestral de la superación y el reto, no teme pasar un día sin apenas descanso, con el pulso acelerado y el cerebro agotado por la concentración que requiere el dominio de un coche de carreras. Sólo quiere correr contra el tiempo en una carrera devastadora.