Almacén F1

Querida Monza

José Miguel Vinuesa
01/09/2016 12:19

Querida Monza, ha llegado el momento de volver a encontrarnos después de todo un año, y no sé tú, pero yo lo estaba deseando. He oído por ahí que ibas a desaparecer o algo por el estilo, pero no acabo de creérmelo. Son demasiados años siendo fiel a nuestra cita, y sé que no ibas a faltar ni esta vez, ni en las siguientes.

Ya casi puedo olerte, con tu perfume a hierba recién cortada y a tierra mojada cuando llega el alba y el rocío te invade, te rodea por todas partes mientras dejas que el sol caliente tu cuerpo. No se qué te vas a poner para esta cita, pero aún recuerdo tu último “lifting”. Sabes que no me gustan las operaciones estéticas, y sé que no eres ya una jovencita, pero no te hacen falta. No conmigo. Porque en tus ovalados ojos aún puedo vislumbrar la chispa fresca y la belleza eterna que siempre te han acompañado.

Sé que vendrás con tu eterno vestido rojo, ése que tan bien te queda, que se te ciñe como un guante y que desata la pasión incontrolada por donde quiera que pasas. Ya te estoy viendo, tumbada en el parque, con la cabeza reclinada a un lado mientras coqueteas con quienes sueñan contigo. No me importa, siempre has jugado con los deseos de los hombres, que anhelan poder retenerte para siempre. Pero eres demasiado rápida, y lista, como para que nadie pueda atraparte.

Sé también que nunca volverás a ser de ninguno. En tu corazón llevas las heridas que dejaron tus queridos Emilio Materassi, Giuseppe Campari, Mario-Umberto Borzacchini, Stanislas Czaykowski. Alberto, sí, tu Alberto Ascari. Y luego Wolfgang von Trips, y aquellos jinetes que eran Jarno Saarinen y Renzo Pasolini. Y Ronnie Peterson. Perdóname por haberlos traído de nuevo a tu recuerdo, no pretendo hacerte daño, se que son una carga demasiado pesada. Sé que tu corazón se cerró para siempre, pero no me gusta esa idea de ti de que eres una viuda negra y solitaria.

Porque yo te veo en el parque, tumbada, con las hojas de los árboles volando a tu alrededor levantadas por el paso de algún coche que pasa frenético, tu pelo enmarañado en el viento mientras sonríes por su osadía. Tus adornos verdes, amarillos, ocre. Tus largas e infinitas piernas, rectas como columnas, en las que perderse como quien observa un horizonte que parece que jamás llega. Tus curvas firmes y bien definidas, perfectas, irresistibles, en las que hay que ceñirse como quien acaricia lo más delicado de este mundo, con el equilibrio inestable que producen en las manos. Todo tiembla en tu presencia, querida Monza. 

Y lo más difícil es frenarse, ¿sabes? No dejarse llevar por la locura y querer llegar antes que nadie a tus brazos. Entrar en la catedral que es tu cuerpo y rendirse ante la maravilla que tú eres, sentir un escalofrío de belleza, enfermar del Síndrome de Stendhal con sólo sentir el calor de tu piel cerca.

Sí, ya puedo verte acercarte, caminando con el paso firme y seguro que te da el saberte la verdadera reina de entre todas las demás. Eres mágica, y lo sabes. Y desde hace mucho tiempo, tu nombre es la inspiración de lo que no puede tenerse ni aferrarse. No sé explicártelo, lo siento. Tú me entiendes.

Y vendrás, e invadirás todo, y podré complacerme con tu presencia. Como siempre, tendré que aprovechar cada segundo, cada ínfimo momento en que estés delante de mí. Eres demasiado breve, maldita sea.

Todo esto para decirte que te estoy esperando, no me faltes.

Nos vemos a las 14 horas, en el lugar de siempre.