Ellos muestran que la F1 es, en ocasiones, injusta

Villeneuve, Senna y Alonso: Cuando no siempre gana el mejor

Ignacio López Albero
20/01/2015 12:43

En cierta ocasión leí que sólo recordamos lo que nunca sucedió. En la pasada tarde dominical de invierno, mi caprichoso cerebro ha decidido que la frase resonara constantemente por todo mi cuerpo como una banda sonora. Inevitablemente, han aparecido ellos. Los valientes héroes que introducen sus huesos en el interior un monoplaza dispuestos a enfrentarse a la muerte por saborear el champán de la victoria. Rememorando lo que pudo ser y no fue.

Se ha paseado por mi mente Gilles Villeneuve cabalgando a lomos de Il Cavalino Rampante en el día que cumplía 65 años. Ha volado Senna por el charco de mi patio. Los pajaritos de Alonso han vuelto a piar tras la lluvia. Tres hombres. Tres épocas. Tres genios. Pilotos de talento exorbitado que han nadado en el océano del éxito… y en el del eterno quizás. En el del si hubiera sido así y no asá. La personificación de que, en el deporte, no siempre gana el mejor.

Desde bien entrada la mañana he recordado a Gilles Villeneuve estrellando su Ferrari contra esa maldita barrera metálica de Zolder. Esa blasfema clasificación que nos privó de ver en lo más alto al piloto más espectacular de la historia. La figura que encarna a la perfección que los números no tienen por qué crear leyendas. Como ese ‘maníaco’ que diría Reutemann, enamoró a todo el mundo con sus travesuras en el asfalto. El primero, a Enzo Ferrari. Genio sin licencia. Campeón sin corona.

Un brasileño celestial ha acudido a la cita pocos minutos después. He visto al Toleman TG184 centelleando por las calles de Montecarlo. Bailando bajo la lluvia. A Prost enrabietado a su lado. Como un McLaren-Honda le llevó a la cima en tres ocasiones. He vislumbrado con lágrimas en los ojos como su Williams se iba a uno de los muros de Imola y su alma ascendía al cielo. Se apagaba su aureola para siempre.

En tercera instancia, he podido atisbar, a lo lejos, un asturiano dando lecciones de pilotaje con un Renault como arma. Dominando a la última leyenda de la Fórmula 1: Michael Schumacher. Han aparecido Ron Dennis, Lewis Hamilton y Raikkonen para arrebatarle el sueño del tricampeonato. También un ruso, de cuyo nombre no quiero acordarme, bailando la danza de Vettel en Abu Dhabi. Petrov, creo que era. Un dedo índice de color Red Bull atizando a la leyenda italiana. Esa cara mirando al infinito tras bajarse del F2012 en Interlagos. Inolvidable.

Una dura realidad en los dos primeros. ¿Qué hubiera pasado sin sus accidentes? Un síntoma claro de rabia palpita en nuestros corazones imaginando en todos los títulos que deberían haber ganado. Esa misma sensación me surge con el mago asturiano. Ese samurái que ha empujado con los dientes ante la mala suerte en forma de erróneas decisiones. La enfermedad crónica de estar en el sitio equivocado, en el momento equivocado. Así es la Fórmula 1.

Millones de circunstancias han de darse para alzar los brazos y coronarse campeón del mundo. Gilles ni siquiera tuvo tiempo de serlo una vez. Subcampeón en 1979. La mística de Ayrton Senna nos deja una sensación vacía a pesar de sus tres títulos. Amargo gusto en el paladar al pensar que en el tintero del brasileño se quedaron muchas palabras por escribir en el libro de oro de la Fórmula 1.

Y en una generación posterior, aparece Alonso. Otro hombre que se ha quedado a las puertas del Olimpo hasta en tres ocasiones. El español que idolatró a Senna, completa el club de los pilotos de reconocimiento mayúsculo, y un palmarés físico no acorde a sus victorias morales.

La vida le brinda otra oportunidad con Honda impulsando sus sueños. Como ya hizo con su ídolo brasileño. Goza de un ocasión que le fue arrebatada a los dos protagonistas anteriores. Podrá resarcirse, clavando su nueva espada al destino…y a Mercedes. Vengar ese mal que sufrieron sus dos antecesores está en sus manos…y en las de miles de trabajadores de Woking. El samurái sólo necesita de una hoja acorde a su talento para tambalear Brackley. Gilles y Ayrton presenciarán el futuro desde la tribuna celeste, ya agotados de competir en ese circuito del cielo que Dios creó para ellos. La batalla continúa para Alonso. Lo mejor… ¿está por llegar?

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