¡Hasta el próximo, Lucas!

Pocas veces se da la importancia que merece a quien ocupa el denominado ‘asiento del miedo’. Parecen siempre estar ‘en retaguardia’. En muchas ocasiones ni se les menciona [y entono el mea culpa por ello… pese a haber corrido un centenar de rallies de copiloto]. Y cuando se hace no siempre es por los éxitos, sino por los fracasos. Hasta el punto que se dice que ‘un copiloto no te hace ganar, pero puede hacerte perder’.

Pero en el Dakar, sobre todo en el Dakar, un copiloto es imprescindible para ganar. Es la prueba en la que más cuenta. Donde su acierto o su error al señalar la ruta es clave, valen minutos a favor o en contra. No debe ser nada sencillo imponer su criterio rumbo al del piloto… aunque las roderas o el relieve del terreno puedan aconsejar lo contrario.

Tan importante es que en los primeros Dakares, donde se ‘navegaba’ a brújula y compás, no se dudaba en fichar a navegantes bregados en las regatas transoceánicas para este rol. Y que en la actualidad se busque motards con experiencia dakariana para este rol.

Lucas, el hombre callado, discreto, tranquilo. Cree que el respeto entre piloto y copiloto es esencial, que sabe actuar si hay discrepancias y calmar al piloto cuando las cosas no van como deberían.

Lucas ha sabido amoldarse a los cambios del Dakar. De la época de los roadbook detallados, preparados con mapas vía satélite, con antelación a la época actual en la que sólo te dan el rutómetro poco antes de tomar la salida y deben improvisar.  De la época en la que mientras el piloto echaba su primer sueño, el copiloto, rotulador en mano, repasaba el road book y marcaba con colorines los puntos importantes, restando horas al sueño. Del GPS casi detallado, a la búsqueda de los way point escondidos actuales.

Sí Lucas, Carlos, más que nadie, lo sabe. El mérito es compartido. Y esto no acaba aquí. Ya hay que pensar en el próximo.