VW Golf Country: cuando los SUV compactos eran un segmento de nicho

Nos encontramos en el salón de Ginebra de 1989, donde la firma alemana presenta modelos como el Futura, un concept que adelantaba las líneas y características del mañana, o el Corrado, que se lanzaba aquel mismo año al mercado. Sin embargo, hasta los responsables se sorprendieron al ver que se gran parte de la atención se la llevó una variante muy particular del Golf II sobreelevada .

Estaba fabricado sobre la base del Syncro con tracción total por acoplamiento viscoso central –que permitía derivar hasta el 48% del par a las ruedas traseras– y con una altura al suelo incrementada en 180 milímetros. Presentaba protecciones tanto delante como detrás, así como protectores de bajos, refuerzos tubulares en el chasis y una rueda de repuesto en la trasera al más puro estilo off–road. No así lo era bajo su piel, pues prescindía de cualquier tipo de diferencial bloqueable o reductora.

Volkswagen no pensaba llevarlo a producción ni siquiera en una tirada corta, pero el interés generado hizo que pronto comenzasen a llegar pedidos y en la muestra de Frankfurt celebrada en septiembre de aquel año mostraban el modelo que llegaría a la serie, con el sufijo Country.

El vehículo en sí era más voluminoso que el de serie, ya que crecía en todas las cotas excepto en la batalla, que quedaba inalterada. Resulta curioso comparar los estándares de tamaño de entonces con los de ahora, pues un ID3 actual es más grande en todas las cotas que el Country, incluida la altura, por 1,2 centímetros. El interior era calcado al Golf de serie salvo por los asientos y el volante.

Mecánicamente, solo ofreció un motor de 1.8 litros, cuatro cilindros y 98 caballos que homologaba unos consumos de 9,8 litros/100 kilómetros, unido a un cambio manual de cinco relaciones. Existieron 50 ejemplares con el motor del GTI de 112 caballos, pero fueron adjudicadas exclusivamente a trabajadores internos. La frenos, por su parte, eran de tambor en el eje trasero.

Las pruebas que se realizaron hablaban de prestaciones modestas en todos los sentidos, con una velocidad punta de apenas 160 kilómetros/hora. Y es que no tenía un motor más potente que cualquier otro de sus hermanos y su peso se había elevado hasta las 1,2 toneladas –debido en gran parte a las 438 piezas extra que se debían añadir al Golf donante–. Se conducía y se sentía como cualquier otro Golf, solo que con unos balanceos ligeramente más acusados debido a la altura extra.

El desarrollo se llevó a cabo en tiempo récord, pues desde que el ingeniero Ernst Fiala concibió la idea del coche hasta que se presentó la variante comercial pasaron menos de 11 meses. Las previsiones de la marca eran las de lanzarlo en verano de 1990 a razón de 4.000 unidades anuales llevadas todas a cabo en la factoría de Steyr–Püch en Austria. Sí, donde también se ensamblaban los Mercedes Clase G.

El precio de partida en 1990 si aplicamos la inflación era el equivalente a 29.400 euros, lo que lo convertían en una variante 5.500 euros más cara, aproximadamente, que un Volkswagen Golf II Syncro corriente. La marca se las vio y se las deseó para rentabilizar el modelo, pero los pedidos bajaron, y de las 15.000 unidades totales planeadas se quedaron en 7.735 al cese de su producción en diciembre de 1991.

Al año siguiente llegaba el Golf de tercera generación que prescindía de esta versión off–road. No obstante, recuperó la carrocería descapotable que sí ofreció en su momento la primera generación.