COCHES

PRUEBA

Contacto Sea Doo GTI: pura adrenalina en alta mar

Surcamos los mares a bordo de una de las embarcaciones más rápidas
Asequible y sin titulación, poder pilotar una moto de agua está al alcance de todos
Salto tras salto, las sensaciones a bordo recuerdan a veces a las del motocross
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02 Sep 2018 - 14:50

No es que nos hayamos vuelto locos, simplemente en SoyMotor.com nos gusta cualquier vehículo que proporcione diversión a sus mandos ¡aunque no disponga ni de ruedas ni de volante! Las motos de agua son una de las embarcaciones de recreo más poderosas del mar gracias a su potencia, poco peso y dimensiones, que les permite volar por encima de las aguas. Una experiencia que teníamos ganas de probar, para comparar sus similitudes y diferencias con otros vehículos de enfoque deportivo.

Época del año idónea y unos días de vacaciones en el Mar Mediterráneo pusieron a tiro nuestro objetivo, probar por primera vez una de estas máquinas. A día de hoy la legislación permite poderlas pilotar sin ninguna titulación aunque para ello es necesario la presencia de un monitor. Por tanto, nos apuntamos a una excursión de media hora, suficiente para un primer contacto y matar el gusanillo de velocidad sobre el mar. El precio aproximado de estas rutas acompañadas varía entre 50 y 80 euros por unos 30 minutos, dependiendo de la empresa y zona. Aunque es caro, permite que dos personas disfruten de la experiencia, una al manillar y otra dando brinco detrás.

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Nuestra compañera de vuelos y saltos será en esta ocasión una Sea Doo GTI, la variante deportiva de la gama media del fabricante americano y cuenta con tres plazas y algunas innovaciones respecto a sus hermanas de gama. El manejo es realmente sencillo gracias a dos gatillos ubicados en el manillar, uno junto a la mano derecha, que a modo de acelerador permite regular el gas, mientras que el “freno” se sitúa en la izquierda y permite detener la propulsión del motor y activar el freno inteligente iBR, que reduce en hasta en 48 metros la distancia de frenado en comparación a si esperamos simplemente que el mar nos detenga. También cuenta con marcha atrás para maniobras de atraque.

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Aunque hubiésemos preferido un motor 2T bicilíndrico con la rabia y el carácter de antaño, deberemos “conformarnos” con un propulsor Rotax de dos cilindros, 900 centímetros cúbicos y 4 tiempos que entrega 90 caballos a 8.000 revoluciones. En el caso de no contar con titulación, la potencia queda limitada a 55 caballos, más que suficientes para disfrutar a un buen ritmo sobre las olas. En su versión "full power" puede alcanzar los 77 kilómetros/hora y el precio de la versión 2018 es de 11.499 euros. Al igual que muchos automóviles de los que hemos probado, dispone de varios mapas de motor entre ellos figuran el modo ECO, Paseo (normal) y el Sport, que afila la respuesta del acelerador. El motor es de tipo turbina, por lo que a medida que aceleramos nos impulsa dejando una estela de agua y olas a nuestra zaga.

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Otra de las curiosidades de este tipo de vehículos es, sin duda, la llave. Se trata de un dispositivo que se conecta cerca del cuadro de mandos y, mediante una correa, se une al chaleco salvavidas, lo que permite contar con un sistema de “hombre al agua” que desconecta el motor en caso de separarse piloto y máquina en cualquier circunstancia. En el cuadro de mandos contamos con una pantalla digital monocromo que muestra información diversa tal como velocidad en kilómetros/hora, nivel de combustible -consume unos 12 litros/hora y cuenta con un depósito de 60 litros-, chivatos del motor y una siempre útil brújula que marca el rumbo (grados y orientación) digitalmente.

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Una vez habituados a los mandos y posición de conducción, abandonamos el puerto de Puebla de Farnals (Valencia) en fila india, a no más de 3 nudos y con ganas de llegar a mar abierto para dar rienda suelta nuestra moto acuática. En este trayecto no deja de sorprender el diminuto tamaño de nuestra embarcación respecto a los veleros y motoras atracados. Con poco más de 3,3 metros de eslora (longitud) y 272 kilos, las motos de agua son unas de las máquinas más pequeñas que surcan los mares pero gracias a ello, son realmente veloces. 

En el caso de la Sea Doo GTI, al ser uno de los modelos de menor cilindrada y potencia de la gama –que llega hasta los 300 caballos-, es realmente ligero ya que se beneficia de un ahorro de peso de 38 kilos gracias a un nuevo casco fabricado en Polytec en vez de usar fibra normal y también resta kilos el motor de menor cubicaje, que pesa hasta 30 kilos menos que los de sus hermanos mayores sobrealimentados de tres cilindros. Este modelo es también muy versátil gracias a su maletero delantero de 115 litros, guantera y otras mejoras ergonómicas respecto a modelos más deportivos.

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Doblamos el espigón de hormigón y de repente, las tranquilas aguas del puerto cambian por una marejadilla. Frente a nosotros solo está el horizonte y cientos de kilómetros de mar y sólo mar. La situación es curiosa, algo así como estar en una avioneta y tener todo el cielo para nosotros. Aquí, a diferencia de la conducción en tierra firme no existen carriles, semáforos ni límites de velocidad, solo el sentido común y unas leyes mínimos respecto al resto de embarcaciones. Para alguien poco acostumbrado a navegar, son unas sensaciones distintas y cautivadoras.

Sin embargo, no hay tiempo para ensoñaciones, mis compañeros de travesía ya se encuentran a más de 50 metros y hay que empezar a dar gas para ir tomando el pulso a la Sea Doo GTI. Por si fuera poco, y a diferencia de nosotros, todos ellos cuentan con experiencia previa, por lo que somos los últimos del pelotón. La falta de “horas de vuelo” y las olas creadas por las cuatro motos que nos preceden pondrán el punto picante a la experiencia.

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Los primeros cientos de metros suceden entre dudas, mucha tensión y una cierta inseguridad. No hay nadie delante y podemos dar el gas que queramos, pero el oleaje y la falta de práctica agarrotan nuestras articulaciones. A poco más de 20 kilómetros/hora apenas planeamos sobre el mar, más bien nos “comemos” todas las olas y nos empapamos de lo lindo.

El control del gas, leer el mar y amortiguar los saltos con nuestro cuerpo es fundamental

Aquí empieza un proceso de aprendizaje divertido, en el que nuestros sentidos y la experiencia previa en motos de carretera trail y enduro son de gran ayuda. A medida que pasan los minutos vamos ganando confianza y nos damos cuenta de dos cosas. Por un lado, es mejor ir algo más rápido, para sortear las olas, sobrevolándolas. Algo así como cuando estás en una carretera con baches: a poca velocidad te los comes todos, un poco más rápido la cosa mejora.

La segunda lección es que es fundamental leer “la carretera”. Poco tiene que ver pilotar la moto contra las olas o en su misma dirección. Y lo realmente difícil es llevarlas a través, ya que mientras vamos pegando brincos, nos desestabilizan por babor o estribor y hay que tener cuidado de no salir despedidos mientras hacemos continuas correciones sobre el manillar. Ahora empezamos a entender el porqué de la llave tipo “hombre al agua”. Aquí, a diferencia de pilotar una moto en tierra, es mucho más común caerse, especialmente cuando se buscan los límites o si se tiene poca experiencia…

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Llega un momento de pausa para tomar fotos y poner en orden las ideas. ¡Jamás pensé que fuese a ser tan divertido! Pocos minutos después, el monitor nos pica para intentar seguir su estela. Zigzagea y levanta grandes olas con una habilidad increíble ayudado de un motor de nada menos que 180 caballos, ¡increíble! Aquí también tomamos nota de su estilo de pilotaje, que a diferencia de nosotros que vamos sentados, él sitúa de pie, al estilo de una moto de campo, para amortiguar mejor los saltos y dominar mejor la moto con el cuerpo.

El pilotaje de una moto de agua es realmente físico, aunque muy divertido

A la que empezamos coger velocidad, el comportamiento salvaje de las motos de agua supone una experiencia muy física agotando las piernas y los brazos, mientras que mentalmente obliga a estar siempre atento a la mar, leyendo los valles y crestas formados por las olas.
Con sus diferencias, un día de mar algo picada como hoy, se parece a un circuito de motocross gigante, donde las olas simulan rampas y donde nuestra habilidad con la moto y el acelerador supone la diferencia entre una tortura y una gran diversión. A pesar de la nula experiencia, descubrimos que acelerar cuando ascendemos por la ola, permite salir catapultados en la cresta de la ola y pegar buenos saltos. Lo difícil llega luego, con un aterrizaje que puede clavar la quilla en una nueva ola, con el consecuente frenazo y sacudida que recibe nuestro cuerpo.

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La experiencia es desde luego adictiva, y a poco que tengas algo de pericia, puedes verte surcando los mares a una “increíble” velocidad de 55 kilómetros/hora -eso logramos ver nosotros en el marcador-. Una cifra más propia de un ciclomotor en la tierra, pero que en el mar supone casi sobrevolar las aguas mientras descargamos adrenalina a toda velocidad.

Los minutos pasan volando y cuando empezamos a cogerle el truco al pilotaje comenzamos a deshacer el trayecto recorrido. Entonces comprobamos, que hacer giros cerrados mientras se mantiene la velocidad no es tan sencillo y debemos mantener el gas abierto para ayudar a girar a la moto.

La entrada al puerto y los breves minutos a baja velocidad hasta dejar la moto sirven para poner en orden las ideas y disfrutar de la experiencia vivida. Velocidad, libertad y mucha adrenalina son algunas de ideas que sobrevuelan la mente tras quitar la llave, mientras ya estamos pensando en cuando será próxima vez. Y tú, ¿a qué estás esperando?

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