Xavier Brugué, 'mi piloto', completó su último tramo

En ese rally, no iba a su lado. Es un rally que los pilotos disputan solos, sin copiloto que les cante las dificultades del terreno o les marque el ritmo. He corrido con muchos pilotos, pero él será siempre 'mi piloto' porque fue, con gran diferencia, con quien más corrí.

Curioso, nos vimos hace muy poco, mes y medio a lo sumo. Fue pura casualidad… porque coincidimos en Urgencias en el Hospital de Barcelona; él tras una caída en casa, sin mayor trascendencia afortunadamente, y yo, a causa de un brote alérgico aún no sé a qué.

Quedamos para vernos pronto, para subir a su masía en Maçanet de la Selva, donde guardaba su colección de recuerdos y hasta hace muy poco el Seat 1800 FU con el que disputó sus últimos rallies. Para él, acudir cada jueves a Maçanet era una obligación.

La noticia me entristeció, obviamente, pero a la par me abrió de nuevo el baúl de los recuerdos, de las muchas horas que pasábamos juntos entre 1971 y 1974 cuando disputamos más de una treintena de rallies juntos.

Llegué a ser copi de Xavier por casualidad. Ambos estábamos en Escudería Armangué. Casa Armangué era en la época el mayor proveedor de accesorios para competición y su local de Rambla Catalunya, tocando a Diagonal, punto de encuentro obligado de encuentro cada tarde de grupos de aficionados, independientemente de las cenas y reuniones oficiales de los lunes por la noche.

Brugué fue un aficionado tremendo al automovilismo. Comenzó a correr ya mayor, a la edad que muchos se retiran. Primero acompañado de su mujer, Marta Buscarons. Lo hizo con pasión y acierto. Su Seat 1430 blanco de Grupo 1 era uno de los candidatos a la plaza de honor de la categoría. Me ofreció ir a su lado en una ocasión porque su mujer ya no deseaba correr y el copi que le acompañaba últimamente no estaba disponible y acepté, naturalmente. Eso sí, su mujer iba puntualmente a cada rally o al menos a buena parte de ellos y llevaba en ocasiones a sus dos hijos, Javier y Marta.

Y el baúl del recuerdo se va abriendo más. Xavier era abogado, miembro del consejo de Sandoz –hoy Novartis– donde llegó a ser director general. Más de una vez acudí a su despacho para preparar una prueba y su secretaria se encargaba del papeleo de inscripciones o reservas de hoteles.

Junto a la sede de Sandoz había un taller. Cuando tenía tiempo libre, no dudaba en bajar a preparar él mismo el coche. Le gustaba la mecánica y en más de un rally esto nos salvó. El dueño del taller algunas veces venía de asistencia.

En las pruebas catalanas nos entrenábamos de noche –habitual en la época ya que, además, los rallies se hacían de noche–. Me pasaba a buscar o acudía a Sandoz, cogíamos el coche –el mismo con el que nos entrenábamos servía para correr o para sus desplazamientos diarios, algo habitual en la época– y hacíamos 100 ó 150 kilómetros hasta la zona del rally, dábamos dos o tres pasadas por tramo –más si consideraba que lo necesitaba o el tramo era suficientemente importante– y después de eso, otras tantos kilómetros de vuelta… en este caso yo dormía plácidamente en el asiento del acompañante.

Un día, en uno de esos desplazamientos, salió a la conversación el tema del colegio. ¡Resultó que habíamos ido al mismo! Sagrados Corazones.. aunque con 17 años de diferencia. No sólo eso, sino que había sido compañero de mi tío y que iba habitualmente a casa de mi abuelo a jugar a fútbol de botones.

Con Xavier disputé no sólo pruebas del Campeonato de Catalunya sino también de España. Recuerdo especialmente el Rally del Sherry, donde llegamos con el tiempo bastante justo, aunque allí estaba Antonio Zanini para dejarnos sus notas y pudimos hacer una pasada por casi todos los tramos. Fuimos de Barcelona a Madrid porque tenía unos asuntos que resolver y de allí a Jerez, con el mismo coche que emplearíamos para entrenarnos y correr.

Y tras entrenarnos lo que pudimos, en el garaje del hotel cambió el diferencial del coche –para poner uno con el grupo corto homologado para rallies–, cambió pastillas y líquido de frenos y aún ajustó el encendido, amén de colocar los faros adicionales.

El primero era en Montes de Propio, cerquita de Jerez, atravesando tierra de toros bravos –al entrenarse había que abrir las puertas de las cancelas y volverlas a cerrar– con un polvo increíble. Adelantamos uno, dos, tres, cuatro coches, hasta que encontramos un grupito de tres coches juntos que no se atrevían a pasarse porque con el polvo no se veía nada. Pero Xavier veía 'como un gato', sus ojos traspasaban el polvo y la niebla y, al final, adelantamos a ocho coches en esa especial… aunque pese a ello Chris Sclater, el ganador del tramo, nos sacó 20 minutos.

Por el contrario, en el tramo de Montes de Málaga, tierra rojiza y de día, tuvimos que llegar a pararnos: había una paella colgada y era imposible divisarla ante la nube de polvo rojo.

Recuerdo el Firestone, con el tramo de tierra entre Incinillas y Soncillo, muy rápido y con un rasante en el que volamos algunos metros pese a los modestos 75 caballos de potencia del coche… pero era lo habitual de la época.

Un Costa Brava, donde en la primera especial –Vallvidrera Santa Creu d'Olorda–, a las puertas de Barcelona, tuvimos un toque… ¡tras pasar la meta, que estaba en plena curva! Al cabo de pocos kilómetros, en el enlace, se rompió la dirección; supo continuar hasta llegar a la asistencia… pero fue inútil, no podía repararla a tiempo para seguir. No recuerdo ningún otro abandono.

Y, sobre todo, uno de los primeros Critérium Montseny-Guilleries. Fuimos a cenar a la fonda de Viladrau, como casi todos los participantes, y al salir, con las prisas porque la hora de entrar a buscar el coche al parque cerrado se aproximaba, atravesé la puerta de cristal sin abrirla. Me corté en la rodilla y Xavier fue a sacar el coche del parque cerrado mientras a mí me atendía el médico, me colocaba un par de grapas y vendaba la rodilla. Llegué justo a tiempo, cuando se aprestaba a subir la rampa de salida. Pudimos salir sin penalizar… y meternos en la carrera.

Yo tenía mi pierna izquierda 'estirada', inmóvil. Esto era un problema porque entonces no es que no llevásemos mono, ni siquiera arneses o cinturores de tres puntos; con el cinturón de dos puntos, era imprescindible hacer fuerza con las piernas para mantenerse en el firme en el asiento porque tenías las dos manos ocupadas –una con las notas y otra con la linterna para leerlas–, así que pasar de página no era sencillo. Tampoco llevamos en las primeras pruebas arco de seguridad. Por no tener no teníamos aún el 'embudo' que hacía las veces de interfono, gracias a una manguera conectada al caso del piloto. Estaba tan agotado que las últimas especiales no es que no pudiera cantarlas, sino que estaba dormido de agotamiento. Afortunadamente se hacían tantos rallies que Xavier las conocía de memoria… y marcó muy buenos cronos.

Nuestros caminos se separaron cuando él, junto a Joan Franquesa y Toni Riera, fundó Escudería Catalunya, aunque seguíamos conservando la amistad. Yo ya corría con menos asiduidad, entre la carrera de ingeniería y el trabajo en la revista Fórmula y en Mundo Deportivo, no me quedaba tiempo. Pero entonces Mundo Deportivo me enviaba a todos los rallies catalanes y varios del nacional, así que el contacto se mantuvo. Incluso me proporcionó la oportunidad de correr con Joan el Rally Firestone del Campeonato Europeo, donde acabamos en tercera posición.

Su pasión no acabó ahí. La transmitió a sus hijos. Javier debutó como copi de su padre antes de tomar el volante y fue protagonista de una de las primeras Copa Suzuki con su mujer, Esperanza, de copi. Enamorado del todoterreno y de los incipientes deporte-aventura, Javier falleció joven.

Marta, su hija, sigue vinculada al mundo de la competición. Fue miembro de la junta de KMC y del equipo RACC-Pep Bassas. Se casó con Jordi Marquès, también miembro de KMC y que más adelante trabajó en Seat Sport y RPM Racing, en este caso en las World Series. Y ambos fueron fundadores de 'La frizione alegre', un grupo de entusiastas aficionados que seguían todos los rallies catalanes poniendo nota de alegría y buen humor.

Pudo dejar de correr, pero no la competición. Xavier fue uno de los primeros comisarios deportivos internacionales del Mundial de Rallies, antes de ser inspector de la FIA para rallies y después fue el inspector FIA del Dakar.

Podría escribir mucho más, pero creo que es suficiente para mostrar la pasión que Xavier sentía por el automovilismo y la huella que dejó. Algún día, allí arriba, volveré a sentarme a su lado y desempolvaremos el Seat 1430 blanco que tanto nos unió y con el que tanto disfrutamos.