Espíritu de Montjuic: vivencias no aptas para cardiacos

— No llores, que también me saldrán a mi unas lágrimas.

Así comenzó una corta pero emotiva conversación con José María Juncadella y con sus hijos como testigos.

Los dos estábamos justo delante del impecable Ferrari 512S pintado con los más elegantes colores que tuvo nunca, el coche de la Escudería Montjuic, que llegó a ir líder en las 24 Horas de Le Mans y preparado para salir de nuevo a pista en manos de su flamante propietario.

Aquel coche que le costó a José María Juncadella 4 millones de pesetas de las de entonces –la reproducción de la factura está en el libro de la Escuderia Montjuic– y que nos hizo soñar tanto a los aficionados españoles, lo vi correr en Montjuic durante el Tour de Francia.

— José María. Yo sabía siempre cuándo ibas a ganar o no. Si llegaban al circuito tranquilo, malo… pero si llegaban enfadado, cabreado, ese día eras imbatible.

— Bueno, lo de imbatible… Pero en Montjuic sí, era muy difícil ganarme. Lo conocía muy bien. Con el Mini le plantaba cara a Juan Fernández y su Porsche. Y con el Ferrari en el Tour de Francia llegamos a ir por delante de los Matra —me respondió.

Estar en el Espíritu Montjuic no es apto para cardíacos. Al menos los que ya tenemos una cierta edad, los que nos consideramos ‘aficionados viejos' y recordamos buena parte de nuestra historia, de nuestra afición, de nuestras emociones pasadas… quizás deformadas para bien por el paso del tiempo y las ilusiones.

Raymond Blancafort

Me extasié con el Lola T70 de la Scuderia Filipinetti, de aquel millonario suizo que hizo correr a los mejores coches del momento. Lo toqué porque además Joanquín Folch, el referente español a los automóviles clásicos, estaba a su volante.

—¡Me he sentido como un profesional! No tenía coche. Quería estar con el Ford GT40 que llevó Paco Godia en Montjuic… pero me dieron un golpe en Goodwood. Y el miércoles me llamaron: ¿Quieres correr en Montmeló? Bueno... a los profesionales les pagan, pero esta invitación me llena de orgullo —y allí, enfrente, estaba otro coche, un Lola T210 de 2 litros con los colores de la Scuderia Filipinetti.

¡El Lola T210! El coche que protagonizó la mejor carrera que jamás he visto y que estaba allí, esperándome casi de incógnito. Mi amigo Raimon Durán seguro que opina lo mismo. Ronnie Peterson y Joakin Bonnier mantuvieron una durísima pugna con el Porsche 917 de Derek Bell-Gjis Van Lennep. La potencia bruta de aquel coche con los colores Gulf del equipo de John Wyer frente a  al ágil Lola, ambos rozando siempre el raíl de la salida de Teatro Griego, donde hacía de control de banderas. ¡¡¡Impresionante!!! Y más impresionante aún: acabaron ganado.

Una carrera a la que fui con mucha ilusión porque Àlex Soler Roig, cuñado de José María, y Tonine Hezemans llevaron el Chevron inscrito por la Escuderia Nacional CS a la Pole por delante de uno de los Chevron de la Escudería Montjuic-Tegal –de hecho propiedad y manejados por Red Rose Racing– acompañándole en primera línea. Nueva emoción porque ese Chevron también estaba allí, con sus colores originales, los inconfundibles amarillo y verde.

Chevron B21 - Imagen de Raymond Blancafort

Una carrera, la de los 1.000 kilómetros, en la que los hermanos Fernández, con el Porsche 908/3 de Juan y también un segundo Chevron, éste un B16 de carrocería cerrada, de la Escudería Montjuic en manos de Javier Juncadella y Peter Gaydon, así como el Porsche 908/2 de CS con Jorge de Bagration y Jordi Plà.

No cabe duda. Ver las estrellas nacionales y a tantos pilotos internacionales era un placer que los jóvenes no han podido vivir. ¡Fui muy afortunado!

He visitado el Circuit  de Catalunya, lo habéis adivinado. No podía faltar al Espíritu de Montjuic. Son demasiadas vivencias… y por eso he querido ir solo, con mis recuerdos como único bagaje.

No es la única vivencia que he acumulado. Estaban los Vögele, una familia suiza gran amante de los clásicos, cinco miembros de ella al volante. Yo había visto competir y ganar al padre, Charles, en Montjuic.

Pero de golpe me topé con un coche inesperado, el Lola T610 de Guy Edwards Racing, con la publicidad de Banco Occidental. El coche que Edwars había compartido con Emilio de Villota en el Mundial de Resistencia de la época y fue el causante de mi primera visita a las 24 Horas de Le Mans.

Lola T610 - Imagen de Raymond Blancafort

Te imaginas a Emilio Villota, siempre serio, puesto y educado, ¡bailando encima de una mesa en un pub! Pues ese es mi recuerdo de aquellas 24 Horas. Villota y Edwards habían quedado en compartir el coche con Juan Fernández y éste, gran amigo mío –las cenas de la Escudería Montjuic o lo que quedaba de ella en Don Pacho eran cita obligada los martes– me invitó a acompañarle. Hicimos el viaje en coche con un Mercedes Diesel que tenía Juan, creo que con 100 caballos, algo inusitado en la época; allí descubrí que los Diesel podían ser rápidos y confortables, no como los taxis que circulaban por Barcelona, cuyos traqueteos hacían que se te cayesen los empastes. Y nos alojamos todo el equipo en un chateu –auténtico– cercano al circuito. Juan terminó la carrera en decimoquintos.

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