C'est l'Afrique, patron (III): columnas de humo negro

Sus largos meses de trabajo quedaron reducidos a cenizas en sólo 65 kilómetros. "No sé lo que pasó. De repente se incendió y sólo tuvimos tiempo de parar y salir del coche. ¡Afortunadamente estamos bien!", dijo el hombre récord eléctrico de Nürburgring y Pikes Peak y ganador de Le Mans.

La humareda negra se vio desde muchos kilómetros, decenas de kilómetros, densa, espesa, subiendo hacia el cielo y expandiéndose con la altura. Y eso, absolutamente inhabitual ahora, me recordó a los primeros Dakar, en los que coches y motos incendiados eran algo bastante común y no siempre se trataban de incendios fortuitos.

La columna de humo negro, visible desde muchos kilómetros, era la señal de alarma para que te viniesen a buscar. No había GPS, ni teléfonos móviles –mucho menos vía satélite–, ni balizas de seguridad. La manera más segura para que te encontraran era esa columna de humo. Los motards sacrificaban primero sus neumáticos y luego, si hacía falta, la moto entera y no era sencillo si el piloto tenía una caída serie y necesitaba ayuda médica.

Los coches eran otro cantar. Es cierto que en ocasiones se debía a eso, a que te localizasen, lo que de otra forma era complicado porque las medidas de seguridad para recuperar perdidos se limitaban a una avioneta y a un par de helicópteros.

Pero había también una segunda razón en los automóviles. Algunos participantes los tenían asegurados… pero debían demostrar que había sido un siniestro total, que no los habían vendido in situ, que había habido un accidente grave y no una avería. Quemar el coche y un par de fotos de la máquina incendiada y reducida a cenizas permitían recuperar parte de la inversión hecha en la máquina. Contaban con que para la aseguradora era más barato pagar que ir a comprobar in situ el estado del vehículo y certificar el accidente, no sólo por el viaje sino por las dificultades que habría para localizarlo.