Especial 20 años sin Ayrton

Lo que Ayrton ganó cuando ya no estaba allí

Sólo Michael Schumacher logró vencerle en tres ocasiones
Las Vespas recordaban cada uno de los sábados en que Senna fue el mejor de la jornada
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José M. Zapico
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01 Mayo 2014 - 10:04

Como cada lunes, aquel empleado de Piaggio embozado-en-un-mono-azul daba salida a los pedidos del listado que le pasaban. Unos iban para España, otros para Francia, Bélgica... y con frecuencia, al final de aquel mazo de papeles, aparecía uno muy especial. Era un envío único a un sitio ignoto y atípico: un domicilio particular de Sao Paulo, concretamente a una hacienda del extrarradio. Cada vez que esto ocurría, el encargado, embozado-en-un-mono-azul mostraba una leve sonrisa de medio lado, torcía la cabeza y a continuación buscaba la mirada cómplice del jefe de la factoría. El jefe, ferrarista como todo buen italiano, veía desde las alturas a su subordinado con aquel taco de papeles en el que había uno con la expedición de una Vespa a nombre de Ayrton Senna da Silva. El responsable, serio y poco dado a la empatía, se ajustaba sus gafas de pasta, asentía con la cabeza, y se decía en silencio: "¿Y cuándo correrá con un Ferrari?". 

Debido a un acuerdo de patrocinio del fabricante de motos italiano, Senna, señor de la velocidad, hermano del asfalto, y compañero de pupitre de los neumáticos, recibía en su casa de Brasil una Vespa por cada pole position lograda. Se la enviaban directamente desde la fábrica. Las tenía rojas, blancas, negras... y se empezaban a convertir en un verdadero problema porque no sabía qué hacer con ellas. No le cabían en el garaje de casa. No las podía usar todas y los desplazamientos por Sao Paulo los hacía en coche. Dejó de contarlas cuando superaron la cincuentena.

El mito tuvo un Learjet equipado con una cama, varios coches de diversas marcas (un Citroën DS, un Corvette, un NSX que conducía en los alrededores de su casa portuguesa de Cascais o un Audi S4, del que fue importador en Brasil) helicópteros de radio control, una lancha –con motor Honda–, motos de agua y todo tipo de cacharro que ayudado por un motor de explosión fuese capaz de moverse, pero las Vespas no eran precisamente sus favoritas, no encajaban del todo en su modus vivendi: no corrían.

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A pesar de ello, le costaba cierto trabajo deshacerse de ellas, sentía cierto apego, un enlace emocional con todas y cada una de las que acumulaba. Cogiendo polvo y padeciendo la infame humedad brasileña, recordaban cada uno de los sábados en que Senna fue el mejor de la jornada, casi el Campeón del Mundo de los sábados. Sólo logró ser vencido por Michael Schumacher en tres ocasiones con el doble de participaciones, 65 a 68. Aquellas motos formaban parte de su vitrina de trofeos porque contaban victorias parciales, contaban días, contaban una vida consagrada a superar al resto. No quería celebraciones, ni quería regalos. Senna no quería dinero. Quería ganar, quería superar al resto, quería dejarles atrás. Mostrar su alerón trasero a todos, y su existencia apuntó solo a este fin. Fue una misión vital. Nació para ello, murió por ello. 

Fue el primero en molestar a sus mecánicos hasta altas horas de la madrugada mientras el resto de pilotos se intentaban beneficiar a las azafatas y las mujeres de los patrocinadores. Llegaba al hotel y seguía trabajando. No se cortaba un pelo y llamaba a su ingeniero a las tres de la mañana si creía que una pequeña modificación era beneficiosa. No fue el primer profesional de las carreras, pero seguro que hubiera sido el primero en beber gasolina para desayunar si eso le hubiera dado una décima más. Siempre encima de sus técnicos, siempre atento a los demás, siempre controlándolo todo. Si su homónimo Alain Prost fue 'El Profesor', el brasileño sólo podía haber sido 'El Caníbal', el fagocitador de todo aquello que le pudiera hacer más rápido.

Suave en las formas, dulce con sus palabras, tímido en el trato, siempre educado, se subía en el coche y se convertía en el chófer de la tormenta, el conductor del rayo, el sherpa de Eolo, el dios del viento. Sólo se sentía cómodo en la zona roja del cuentarrevoluciones. Mientras Prost acariciaba sus monoplazas, los mecánicos admiraban al de Sao Paulo al tiempo que odiaban tener que desmontar las cajas de cambios una y otra vez y desguazar los piñones de ataque de su selector de marchas en H. Literalmente destrozaba el mecanismo del trato al que los sometía. Siempre iba por encima de su mecánica, la superaba, todo aquel aparato que le daban, le quedaba automáticamente pequeño. 

Ayrton se fue a correr otros campeonatos aquel insoportable 1 de mayo de 1994. Uno de esos días en los que todos sabemos dónde estábamos y qué estábamos haciendo. Fue, sin duda, el día más triste de la historia del automovilismo mundial.

El día siguiente, el 2 de mayo de 1994, pasaron muchas cosas, todas ellas acongojantes, duras y desagradables, pero al ojo de todos escapó una pequeña escena protagonizada por tan sólo dos personas: los que entregaron el último trofeo que ganó Senna... o deberían haber entregado. 

Aquella soleada mañana de mayo el empleado embozado-en-un-mono-azul se dispuso a despachar los pedidos de Vespas, y no pudo aguantar un leve sollozo cuando llegó al final del paquete de folios con sus destinatarios. El tipo cogió la última página que apartó del resto, se dio la vuelta lentamente, bajó unos brazos que apuntaron al suelo y buscó con la mirada a su jefe, el del despacho acristalado en lo alto de la nave. Cuando las miradas se cruzaron, la temblorosa mano izquierda con la hoja de aquel pedido se levantó lentamente hasta llegar a la altura del pecho de su propietario, un pecho ardiente que respiraba con cierta dificultad. Arriba estaba el responsable que lo entendió todo al instante. Era el jefe, la autoridad, un hombre serio y riguroso que agradeció la distancia que le separaba de su empleado. Gracias a ella, el de abajo no pudo apreciar la catarata líquida que cubría los ojos de su superior, un torrente de lágrimas disimulado a duras penas por sus gruesas gafas. Asintió con la cabeza y un reseco nudo le atenazó la garganta.

Con la mirada acuosa despacharon aquella mañana de lunes una Vespa blanca a un domicilio particular de Sao Paulo, sabiendo que era el trofeo que debería haber recibido Ayrton Senna por recabar la pole position del 30 de abril, su última pole. Éste fue el último premio que ganó durante su carrera, el primero que recibiría en su siguiente vida, porque Senna... vive.

 

ESPECIAL 20 AÑOS SIN AYRTON SENNA

bmair1mcaaanjtj.jpg MARTÍ MUÑOZ:
El paso de Ayrton por Lotus: entrevista a Chris Dinnage
MARTÍ MUÑOZ:
El paso de Ayrton por McLaren: entrevista a Jo Ramírez
CRISTIAN MESTRES:
Querido Ayrton Senna
CARLOS GAYUBO:
Donington, 1993: Vuelta y carrera mágica
YAGO CASTRO:
Ayrton Senna: 20 años de soledad

 

FONDO DE PANTALLA PARA iOS, ANDROID Y WINDOWS PHONE, por Pol Santos

 

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Ayrton Senna
Virutas de Goma
26 comentarios
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01 Mayo 2014 - 12:19
No conocía esta historia. Me ha encantado el artículo, gracias Zapi!!
01 Mayo 2014 - 12:06
felicidades por el articulo. No lo esperaba así, y la verdad es que me ha gustado mucho. :-)
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01 Mayo 2014 - 11:11
Muy bueno y un gran homenaje una viruta de las que hay que guardarse para siempre...Gracias
01 Mayo 2014 - 11:01
Increíble, gracias Zapi por la viruta.
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01 Mayo 2014 - 10:59
Simplemente… :_(
01 Mayo 2014 - 10:48
puffffff gracias.
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