Almacén F1

Los mercaderes de la velocidad

La F1 regresa con el GP de Australia y los equipos se preparan para la competición
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José Miguel Vinuesa
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15 Mar 2016 - 16:52

Como desde hace ya mucho tiempo, un grupo de hombres pasan el invierno preparando su mercancía, mejorando las herramientas con las que fabricar su intangible material. Estudian la manera de mejorar su producción y de obtener una mayor calidad en el resultado. Y al llegar el final del invierno, casi al alba de la primavera, toman su producto y se preparan para su comercialización en veintiuna plazas muy escogidas en todo el mundo. 

Son veintidós los artesanos, que han ido aprendiendo el oficio con suma paciencia hasta llegar al grado de maestría, tomando lo mejor de sus predecesores, y tratando siempre de superarlos: su mercancía no admite ni trampas ni engaños, y sólo los más completos acaban obteniendo el elogio imperecedero de los consumidores, que en esas efímeras ferias de fin de semana, algunas de una tradición secular, otras de reciente llegada, observan, con el ojo crítico que les ofrece el haber consumido el producto de manera habitual, el correcto o incorrecto desempeño de los maestros artesanos.

Ahí está la delicada orfebrería de un adelantamiento trabajado minuciosamente y pulcramente ejecutado, esos que se hacen sin ayudas artificiales. Se ofrece igualmente la hermosa marquetería de una vuelta rápida, sea en sábado o en domingo, que va encajando con sumo cuidado los distintos sectores para completar una pieza perfecta e insuperable. Se contemplará el sutil trabajo de encaje que supone una parada en boxes realizada con la perfección debida. Asombrará también la paciente labor de forja que supone una carrera sin fallos hacia la victoria, obtenida con la fuerza del martillo cronométrico y el respeto a los tiempos necesarios para enfriar el producto en espera de comenzar de nuevo el trabajo repetitivo de machacar el tiempo. Se podrá observar, finalmente, el trabajo escultórico que suponen las propias herramientas utilizadas para realizar los trabajos, con sus redondeadas formas y afilados cantos que sólo buscan moldear el viento, y colaborar con ello a obtener el precioso material que es la velocidad.

Todos, con su mejor conocimiento y posibilidad, se lanzan a exhibir sobre tapices negros su arte, su volátil producto, que no puede cogerse con las manos, que no puede repetirse nunca de manera idéntica, y que se consume necesariamente conforme se produce: un segundo más tarde es algo caducado e inservible, despreciado como obsoleto. Trazan con sus manos figuras zigzagueantes, ejercen con sus pies un baile de precisión para dar más o menos potencia al llameante fuelle que se aloja en su espalda. Es una labor hipnótica. De ahí el ansia del consumidor, la tensión en su espíritu por la espera hasta poder devorar cada fracción de la mercancía con un apetito voraz, y la emoción de moderna bacanal cuando ese elixir preciado les ha sido entregado. Los más afortunados toman las dosis del producto que los artesanos les ofrecen en la misma plaza, mezclada con los aromas típicos que genera su elaboración: aceites, gasolinas, frenos, gomas. Otros la toman envasada a través de pantallas. Pero algo es común: todos se sacian, pero a la vez quieren más, sensación acuciada sobre todo cuando la abstinencia ha sido tan larga.

Luego están las plazas, los lugares en los que se despacha el producto. Ellas también son parte importante en el resultado final. No es lo mismo, por más que se quiera, lo que se obtiene en las angostas calles de una pequeña ciudad costera a las faldas de una montaña, que en las inmensas colinas boscosas del norte de Europa, o en mitad de un parque con raíces regias. Pero al buen artesano poco le importa el lugar. Está preparado para ofrecer sus mercancías con el mismo nivel de calidad allá donde sea. E independientemente de los factores climáticos, el mercader acudirá a su cita: llueva, haga viento, o un sol abrasador, quiere demostrar con abnegada dedicación que su método de elaboración es el más perfecto visto hasta hoy por el hombre.

La colorida y variopinta caravana recorre el mundo en su busca obsesiva del resultado de la ecuación ancestral del espacio-tiempo: la velocidad. El factor decisivo. El producto acabado y perfecto. El bien preciado con el que asombrar al mundo. Aquello por el que venerados y venerables hombres han dejado su vida en tantas plazas utilizando las mejores herramientas de su tiempo, recordados como héroes legendarios desde los albores del siglo pasado. Fueron ellos los que iniciaron tan noble oficio, y a ellos, en definitiva, se les rinde un callado homenaje cada una de las veces en las que la mercancía es obtenida, dominada, vencida y ofrecida al público. Aunque las normas de pureza para su producción hayan sido transformadas, reducidas, vilipendiadas, a veces ridiculizadas, y otras veces adaptadas. Pero el núcleo sagrado del negocio no puede jamás cambiarse, y siempre ha sido igual para todos desde el comienzo: sólo la velocidad satisface a todos, sólo ella es lo importante.

Así que el particular gremio de mercaderes, con emblemas llamativos y sus maestros artesanos, se dispone a ofrecernos otro año de su maravillosa mercancía, elixir embriagador y altamente adictivo, cumpliendo con una tradición que muy pocos años se ha visto perturbada. Afinan ya los últimos retoques en sus utensilios, mientras la primera de las plazas, alrededor de un lago en la lejana Australia, comienza a engalanarse para recibirlos en la primera feria del año. Al final de este, uno de los artesanos habrá sido el que haya elaborado con mayor pulcritud y maestría reiterada el preciado producto. Pero todos nos la habrán ofrecido para saciar nuestro apetito, poseedores como son de la técnica que la produce de la manera más perfecta.

Son los mercaderes de la velocidad. Y ya han llegado.

3 comentarios
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16 Mar 2016 - 10:39
#2 BRAVO... BRAVISSIMO... A descorchar la champaña por tan grande artículo. Me guardo en un lugar de ... Ver comentario
#1 Muy ingenioso tu simil con un mercado medieval. Perfecta introducción para lo que se avecina. Sal ... Ver comentario
Gracias. Un saludo.
15 Mar 2016 - 19:06
BRAVO... BRAVISSIMO... A descorchar la champaña por tan grande artículo. Me guardo en un lugar de mi corazón lo siguiente: "La colorida y variopinta caravana recorre el mundo en su busca obsesiva del resultado de la ecuación ancestral del espacio-tiempo: la velocidad. El factor decisivo. El producto acabado y perfecto. El bien preciado con el que asombrar al mundo. Aquello por el que venerados y venerables hombres han dejado su vida en tantas plazas utilizando las mejores herramientas de su tiempo, recordados como héroes legendarios desde los albores del siglo pasado." Gracias JMV.
15 Mar 2016 - 18:59
Muy ingenioso tu simil con un mercado medieval. Perfecta introducción para lo que se avecina. Saludos.
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