Almacén F1

GP de Abu Dabi: Buenas noches, F1

Un final balsámico de Rosberg para restañar las heridas, algo prometedor para el 2016
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José Miguel Vinuesa
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02 Dic 2015 - 17:43

Los tonos rojizos del crepúsculo se reflejan en las carrocerías de veinte monoplazas que se dirigen zigzagueando hacia la parrilla de salida. Es un ritual pagano que se ha repetido diecinueve veces en un año, una procesión preparatoria para el frenesí de la velocidad en la tierra. A los lados, bien sea del circuito, bien sea de las televisiones, los feligreses se preparan para una nueva comunión con las emociones y la belleza de un automóvil llevado al máximo de sus prestaciones. Es la última liturgia del año. 

Nico Rosberg encabeza el grupo hacia las posiciones de partida. Quizás por un momento se le pasa por la cabeza lo ocurrido hace un año, su oportunidad perdida, su fallo en la salida, su fallo en su monoplaza. Quizás piensa en lo largo que es un año y en cómo cambian las cosas, en cómo ha vuelto a plantar cara a su tricampeón compañero. Mira por el retrovisor. Sí, está detrás. Lástima que su recuperación haya llegado tan tarde. Llega pronto a las marcas que indican su posición, y mira el semáforo.

Se prepara entre el retumbar de los latidos en su cabeza. No hay nada en juego, pero todo lo está a la vez. Es un Gran Premio, y nunca es fácil vencer uno. Engrana primera, se apagan los cinco discos rojos que parecen reverberar el sol que se esconde, suelta el embrague y transfiere la potencia del coche al asfalto de manera impecable. De reojo, medio cegado por el resol, ve un monoplaza sufriendo en los primeros metros. El liderato es suyo. Sólo el primer paso: hay que cimentar los pilares de la victoria.

Por detrás, Fernando Alonso tiene en el punto de mira a Sebastian Vettel. Sabe que no puede vencerle en la distancia, pero quizás sí que pueda en la salida. De pequeñas satisfacciones están hechas muchas alegrías. Así que arranca veloz, aprovechando sus neumáticos superblandos que le dan un agarre extra. Sí, está ganando al Ferrari por el interior, pero también está Felipe Nasr por medio. No hay espacio para tres coches.

Vettel mantiene por centímetros el liderato de los tres, pero está en la zona exterior de la curva. Se dispone a afrontarla, pero en su espejo izquierdo una mancha negra se hace demasiado grande, demasiado cercana. Con una muestra de reflejos envidiable, corrige la trayectoria, y ve pasar a Alonso camino de su inevitable choque con Pastor Maldonado, que siente en su cuerpo la embestida de otro coche, y escucha cómo cruje su Lotus con destino a la retirada. 

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Más adelante, Carlos Sainz tiene a flor de piel toda la impotencia de los reiterados fallos en su monoplaza. Pero tiene también la valentía de quien no tiene nada que perder, nada que no esté ya perdido, o nada que no pueda ser ganado. Adelanta por fuera a dos monoplazas en la larga curva a derechas, la tres, y se va a por el tercero acercándose a la chicane. Que ponga Red Bull no importa. Limpia agresividad implacable. De décimo a séptimo. Que tomen nota quienes no la han tomado aún.

Rosberg se escapa con comodidad. El coche le encaja como un guante desde hace varias carreras, hasta el punto de hacerle intocable. México pudo ser juego de equipo, pero no Brasil. Tampoco lo iba a ser esta. Hamilton sufre, no se encuentra a gusto en un coche del que declara que siente diferente al resto del año. Intenta apretar a Nico, pero éste es una roca cronométrica inigualable. Y en el tercer sector del Yas Marina Circuit, inalcanzable. Toda la precisión y suavidad en el traslado de las inercias del monoplaza exhibida a la perfección por el piloto alemán, mientras que Lewis, sin estar lejos, no encuentra el remedio para pasar por esa infinita sucesión de curvas de noventa grados con igual ligereza. El resultado es la distancia.

Sí, Hamilton mira los carteles con el número '44' que festejan los mismos años de creación de los Emiratos Árabes Unidos. Pero no son una premonición, ni están ahí para insuflarle ánimos. Tampoco las lámparas que poco a poco se encienden son los flashes de unas cámaras que le prestan atención sólo él. Ganó el título, y el equilibrio en el equipo se desplazó. ¿Había que ayudar a Nico por el subcampeonato? Sin duda. ¿Había que subirle la moral ante una temporada demoledora? Seguramente, pero no era cosa del inglés. Y sin embargo, en vez de un Hamilton que supera cómo y cuando quiere al número '6', no encuentra forma de alcanzarle. Se acercó mientras Rosberg cuidaba sus neumáticos, rogó por la radio sobre qué hacer para poder superarle estratégicamente, incluso coqueteó con no volver a parar. Nada de eso era posible. Sí, la ambición sigue ahí, pero no ha podido con Rosberg.

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Los Ferrari viajaban con comodidad por detrás de los Mercedes. Al menos Räikkönen, porque Vettel tuvo que recuperar una posición honrosa tras el descalabro de la clasificación. Avanzó por el grueso de la parrilla, y nadie le supuso grandes problemas. A pie cambiado en la estrategia, dejaba pasar a su compañero si era necesario, sin perjudicar el ritmo de ninguno de ellos. Lo veía pasar sin aspavientos, sabedor que no era su lucha, sabedor de que ya se ha hecho con los galones en Maranello.

La noche se cerró allá afuera, más allá de unos focos que se empeñaban en mantener el día en la pista. Ese cielo se copiaba en los McLaren, evitando las luces de un año agrio, doloroso, inaceptable. Jenson Button sacaba los dientes ante quien se le pusiera delante, o más frecuentemente, detrás. Peleaba con la ambición que se le supone a un campeón del mundo. Su compañero, muestra fehaciente de defensa numantina en tantas carreras, se planteaba el abandono tras quedar retrasado por el choque inicial, más retrasado aún por las sanciones. Girando en el perpetuo vacío de las vueltas sin objetivos, salvo uno: el de seguir probando, el de terminar la tan repetida pretemporada, el de ver si esa mitad nueva del coche es o no un paso adelante.

Seguir rodando, siendo advertido para ser adelantado por las banderas azules, las del recuerdo de una marea lejana en el tiempo, demasiado, que nadie pudo imaginar que se convertiría en una tormenta. Resistirse a ser doblado, con el corazón henchido de orgullo mientras la cabeza se esfuerza en aplicar la lógica, aplicando la calma ante los acontecimientos. El futuro es incierto, tan negro como la noche que le envuelve retenida en su coche. Sólo se puede mejorar en el futuro.

El futuro, ese que mira con benevolencia a la nueva hornada: a los Verstappen, Sainz, o Nasr. Tres debutantes que han puesto su pica en el paddock con sus manos. Max siguió adelantando, pero esta vez excedió algunos límites. Carlos tuvo que aplicar paciencia ante un nuevo fallo en los boxes, regresar a los puntos, pero caer ante motores más potentes. A otros el futuro les mira con incertidumbre, pese a que luchan con ahínco. Es Roberto Merhi, al que se le retuerce el volante mientras frena en el último Gran Premio del año, pero que lo retiene con fuerza para obligarle a quedarse entre sus manos. Es el campeón de la clasificación sin puntos, el mejor de los tres pilotos de Manor. Una temporada que nadie se esperaba y a la que ha extraído todo su jugo.

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Una salva de fuegos artificiales recibe al vencedor en la meta. Su brillo se refleja en la visera cristalina de Rosberg. Tercera consecutiva. Sexta del año. Un final balsámico para restañar las heridas infligidas por el vecino de box y de residencia, algo prometedor en lo que basar su rendimiento para el siguiente año, que podría ser el último de abrumador dominio de la marca de la estrella. En vez de desatar su euforia, como haría Hamilton, pide permiso al equipo para hacer algunos trompos. Celebra una victoria por la victoria, importante como cualquier otra.

Y los coches se van acumulando en el parque cerrado. Reposan por fin tras un año de alegrías y decepciones, siendo castigados sin piedad. Como un grupo de viejos amigos, se reúnen por última vez para comentar sus batallas. Nunca más volverán a verse, ni lucharán de tú a tú en una carrera. Se acabó el sufrimiento de las derrotas y la gloria de las victorias. La promoción de 2015 se despide. Gracias por las emociones. 

Y los demás observamos sus colores mientras las luces se apagan definitivamente y todo lo oculta la noche. Será un invierno largo, y todas las críticas hacia una competición mejorable se irán transformando en el deseo de que llegue Marzo, con su primavera de renovadas ilusiones. Nada es más amado que lo que perdemos, así que cuando llegue Albert Park, la amaremos como lo hacemos siempre, porque la habremos añorado demasiado.

Buenas noches, Fórmula 1. Te estaremos esperando.

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